Retratos de campaña: Xavier García Albiol.

ALBIOL-retrat Imagínese por un momento que se encuentra a Xavier García Albiol en un bar, cosa probable porque es hombre de ir por los bares a hablar con la gente. Imagine que usted, impulsado (o impulsada) por todo lo que ha leído sobre el personaje, va y le suelta un despropósito. ¿Sabe cuál sería su respuesta (la de él)? Tomárselo con deportividad y, posiblemente, pagarle un café. ¿Y sabe por qué? Porque Xavi, como|cómo le llaman los antiguos votantes sociatas y psuqueros y ahora suyos que viven en los barrios de la Badalona situada por encima de la autopista, es un tipo de cemento armado. Al menos en público.

Vaya, tiene tanta mili encima que puede asumir cualquier situación con una reacción marmórea. Bueno, menos dos. Una, en 2006 cuando le clavó un trompazo a un manifestante de una cacerolada contra Ángel Acebes, momento del cual me jugaría algo a que está avergonzado. La otra, cuando le sacan las últimas elecciones municipales en su ciudad. Hizo una campaña de sobrado pensando que arrasaría y, a pesar de llevarse el 34.21% de los votos y diez concejales, la oposición de izquierdas sumó y él se quedó sin su juguete preferido.

Alguna vez me lo he imaginado desvelado a medianoche recordando con añoranza su despacho de alcalde, situado en el sexto piso del llamado edificio Viver, donde se instaló porque tenía mucha luz natural y podía recibir visitas, no como el viejo, oscuro y pequeño despacho del viejo, oscuro y pequeño ayuntamiento de la Plaça de la Vila. Aquel despacho donde enseñaba a todo el mundo dos camisetas de baloncesto firmadas por los jugadores que tenía enmarcadas: la de la Penya y la de la selección española.

Aprende a detectar lo que preocupa a unos ciudadanos que ni son votantes del PP ni se han planteado serlo nunca, pero que con los años lo acabarán votando. A él, a Xavi, que no al PP.

Intentemos descubrir como García Albiol pasó a ser Xavi.

Año 1991. Con 23 años consigue ser concejal del PP en pleno cinturón rojo. En aquel momento muy rojo. En una Badalona post-industrial y en crisis que incluso había tenido un alcalde comunista y que ahora vive una mayoría absoluta del PSC más musculoso que se recuerda, aparece un chico de dos metros y un centímetro con una dicción poco agradecida y... bueno, pasa lo que es fácil de imaginar: que el consistorio en pleno se ensaña con una carne tan tierna. Otro se habría encogido, pero él se dedicó a encajar, a observar y a aprender. Sobre todo a escuchar. Porque Xavier García Albiol pregunta mucho, pero todavía escucha más. Así consigue tener mucha información que sabe procesar.

Total, que más solo que la una en aquella selva de gatos viejos y acostumbrados a todo, entiende una cosa que marcará su trayectoria futura: que para prosperar allí tiene que llamar la atención. Descubre que la prensa le comprará encantada cualquier titular bestia que sea capaz de producir. También aprende a usar su altura en beneficio propio. Se da cuenta de que en una ciudad donde el PP no existe, sólo será conocido si está todo el día en la calle. Es así como se pasa los años 90: presentándose a gente, aguzando el oído y agudizando la vista.

Al final los acaba conociendo a todos (y a todas) y sabiendo qué piensan y por qué lo piensan. Aprende a detectar lo que preocupa a unos ciudadanos que ni son votantes del PP ni se han planteado serlo nunca, pero que con los años lo acabarán votando. A él, a Xavi, que no en el PP.

Cuando llega el alud inmigratorio de los años 2000, él se huele rápidamente que puede tirar del asunto y se arroja sobre él sin manías. Y mientras el PSC opta por el buenismo, él dice a los catalanes llegados al país en los años 60, a unos barrios sin luz, ni agua, ni alcantarillas, ni calles asfaltadas, lo que quieren escuchar y que nadie más se atreve a decirles. Lo dice con aquella cara de no haber roto nunca un plato, con su hablar pausado y tranquilo y sus famosos movimientos de brazos lentos y nada agresivos, que en una persona de su envergadura transmiten al espectador protección y confianza.

¿Es racista? No, populista. Un gran profesional del populismo. Quienes son racistas son sus votantes.

Seguramente se está haciendo la gran pregunta: ¿Es Xavi racista? Permítame contestarla con una incorrección política: no, los racistas son sus votantes. Él canaliza y hace suyo el malestar de un cierto tipo de gente y les ofrece un producto a medida.

El famoso “Limpiando Badalona” no lo dice él, sino la gente. Él lo usa para decir a sus votantes potenciales del caladero al que se dirige: “oigan, que soy de los vuestros y pienso como vosotros, no como estos de izquierdas que van con el lirio en la mano y os toman el pelo”. Y el día que detecte que esa gente está a favor de una república tipo Corea del Norte, no dude que paseará por los barrios de la manita de Kim Jong-un. Sin ninguna manía. Y con un lema del tipo “Coreizando Catalunya”.

Por lo tanto ¿racista? No, populista. Un gran profesional del populismo.

Entrar con él en el mercado de la Salut de Badalona (uno de los barrios donde saca mejores resultados) puede significar diez minutos de reloj para recorrer el camino desde la puerta hasta el interior. Todo el mundo (pero TODO) se detiene para saludarlo y explicarle que la nieta estudia ballet, que la operación de la prima ha ido bien y que el hijo continúa sin trabajo. Él les habla como si los conociera de toda la vida.

Ha sabido unir a su empatía la gran ayuda de unos medios de comunicación, que ha sabido utilizar en beneficio propio de una manera perfecta y precisa.

Si el paseo es por el barrio de Sant Roc (uno de los más “conflictivos” de la ciudad) no dude de que lo acabará saludando el 95% de los gitanos, payos e inmigrantes recién llegados que se cruce en su camino. Si se mueve por el centro, el territorio de los BTV (Badaloneses de Tota la Vida), lo mismo. En La Badalona que todavía es un pueblo los niños le piden autógrafos, los adolescentes selfies, las señoras lo llenan de besos y los señores lo abrazan.

¿Por qué? Pues porque a la profesionalización total de su empatía ha sabido unir la gran ayuda de unos medios de comunicación que ha sabido utilizar en beneficio propio de una manera perfecta y precisa.

Cuando empezó con su discurso racista, muchos periodistas le hacían entrevistas agresivas para desmontarle los argumentos. Los que acabaron desmontados fueron los periodistas, a quienes él usó para multiplicar el impacto de su discurso y de su imagen. Entre todos le convertimos en el más famoso. Haciendo, sencillamente, lo que aprendió para sobrevivir en la selva de la política cuando sólo era “el largo” y que se podría resumir con la frase: que hablen de ti, aunque sea bien.

Iu Forn es periodista y es de Badalona.

Serie Retratos de campaña:  2. Raül Romeva, por Anna Punsoda.