La designación del nuevo arzobispo de Barcelona es un tema que ha preocupado y mucho al Govern de la Generalitat que llevaba meses haciendo gestiones ante del Vaticano para defender que el candidato fuera una persona próxima a la realidad catalana. Estos movimientos provocaron malestar en el Gobierno español y al mismo cardenal Lluís Martínez Sistach. De hecho, el arzobispado no ha comunicado oficialmente al Govern el relevo de Sistach por el hasta ahora obispo de Calahorra, Juan José Omella, del cual el ejecutivo catalán se ha enterado como el resto de los ciudadanos.

Antes de su marcha del Govern, la vicepresidenta Joana Ortega viajó al Vaticano como mínimo en cuatro ocasiones para mantener conversaciones con asesores del Papa y personas de su entorno, así como con comunidades catalanas en Roma.

La voluntad era conseguir que el nuevo arzobispo fuera una persona con conocimientos de la realidad de Catalunya y del momento político que vive el país, y al mismo tiempo con un perfil social próximo al del Papa Francisco.

Política vaticana

Estos contactos con la Santa Sede no gustaban al Gobierno español, hasta el punto que cuando la vicepresidenta viajaba al Vaticano, y dado que tenía que informar a la embajada, a menudo camuflaba las entrevistas con otros actos que incorporaba a la agenda y a los cuales finalmente no acudía.

Tampoco caían nada bien en el arzobispado de Barcelona. Y así lo hizo notar al Govern el mismo Martínez Sistach. El cardenal, que es una persona con importantes contactos en Roma, habría preferido ser él quien se encargara de mantener y “capitalizar” las relaciones de Catalunya con la Santa Sede, opinan personas próximas a estos movimientos, que subrayan que el arzobispo ha mostrado habitualmente un talante muy personalista en su manera de actuar.

Sistach, que a sus 78 años ha conseguido alargar la presencia al arzobispado tres años más de la edad reglamentaría de jubilación, conocía las preferencias del Govern a la hora de plantear candidatos, entre los cuales destacaba al obispo auxiliar de Barcelona, Sebastià Taltavull, pero también el obispo de la Seu d'Urgell, Joan Enric Vives.

Tensión con Sistach

Las relaciones entre el Gobierno y Sistach fueron evolucionando desde la frialdad a un abierto malestar. El episodio más tenso entre las dos lados se produjo a raíz de la ceremonia en la Sagrada Familia en recuerdo a las víctimas del accidente aéreo de Germanwings.

El Govern defendía que fuera un acto abierto a todas las confesiones y a los no creyentes, y en catalán. Sin embargo, el cardenal se negó. En el Palau de la Generalitat todavía se recuerda la tensión en una reunión previa que celebraron Sistach con el president Artur Mas y la entonces vicepresidenta Joana Ortega. Los tres coincidieron en el Palau en la celebración de la Diada de Sant Jordi. Incluso le mostraron cartas de familiares en que pedían una ceremonia interconfesional. Pero el obispo no cedió y la irritación fue tal que el Govern dejó ver públicamente su malestar.

Optimismo del Govern

Desde el Govern, el nombramiento del nuevo arzobispo Omella se quiere ver con optimismo. Eso sí, después de encajar un obispo no catalán. “¿Qué pasa a la Iglesia catalana que no le nombran obispos?”, se preguntan en el Executiu.

No obstante, tampoco se escapa el hecho de que el Vaticano juega en el marco de la política de los estados y que desde el Gobierno español y desde la Conferencia Episcopal se había apostado por perfiles duros como el actual arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, para ocupar el palacio episcopal barcelonés.

En este sentido, el ejecutivo no esconde la satisfacción por el perfil de Omella, un talante abierto y más progresista, en clara sintonía y buena relación con el Papa Francisco. Además, a pesar de no ser catalán, es de la Franja y catalanohablante.

En las últimas horas se ha recordado que apoyó algún posicionamiento de la Conferencia Episcopal española que criticaba el proceso independentista, pero desde el Govern se subraya igualmente que no ha protagonizado declaraciones públicas ni posicionamientos personales de hostilidad con el debate que se vive en Catalunya.