El pacto entre Ciudadanos y el PP para imponer el Trilingüismo en Catalunya es como el último estertor que hacen los moribundos antes de irse al otro mundo, o como aquella despedida entusiasta y multitudinaria que Franco montó a los falangistas de la División Azul antes de que fueran masacrados por los rusos.

Aunque en Madrid todo el mundo despiste, el único tema importante de la mesa de negociación entre el PP y Ciudadanos es Catalunya. El PP necesita a un cómplice para deformar el lenguaje y para tapar la corrupción, pero sobre todo necesita una ala juvenil que sea lo bastante ambiciosa y cínica para consolidar el corte cultural con la dictadura y modernizar la imagen del partido.

La demanda del Referéndum estropeó el bipartidismo porque obligó al PP y al PSOE a hacer frente común. La situación en Catalunya les acercó demasiado y facilitó la aparición de nuevos partidos que se pudieron presentar como alternativa. Para funcionar, la democracia española necesita policías buenos y policías malos y una cierta colaboración de los políticos que mandan en Catalunya –Ciudadanos no tiene ningún ayuntamiento, y el PP sólo tiene uno, a pesar de las listas fantasmas que presenta en el territorio.

Mientras Ciudadanos negocia con el PP, Rajoy hace campaña electoral y vampiriza el partido de Albert Rivera a cambio de nada. No es casualidad que mientras Rajoy da pescadito frito a Ciudadanos, Pedro Sánchez hable con Francesc Homs de un gobierno alternativo –con la idea de traicionarlo para ir a terceras elecciones en nombre de la unidad de España. Si el PP y el PSOE están de acuerdo en alguna cosa es que hay que reconstruir los viejos espacios que el crecimiento del independentismo se cargó. Los viejos zorros quieren que todo vuelva a ser como era.

El problema es que si Sánchez está mal, Rajoy se encuentra en una situación que Mas conoce requetebien. Tiene fuerza para ganar unas elecciones y para dominar en los diarios, pero lo tiene difícil para formar gobierno. De momento, la operación de maquillaje del PP se hará al precio de romper el consenso sobre el significado de la dictadura, que es la base de la inmersión lingüística y que ni siquiera Aznar se atrevió a tocar. Los chicos de Albert Rivera y la carne catalana del PP podrán hacer de folklóricas de la globalización en Madrid, pero no tienen fuerza ni discurso para imponer el castellano en Catalunya.

En los años 60, los conservadores también blandían la legalidad y la Constitución contra los activistas negros que se manifestaban contra el gobierno. Para hacerse una idea de qué bien funcionó su estrategia, solo hay que ver hoy a Donald Trump. Poco a poco, España descubrirá que aferrarse a la ley sin la vieja capacidad de ejercer la violencia, sólo trae confusión. En teoría, el ataque a la lengua catalana tendría que dar margen al PSOE para negociar con el independentismo sin tener que aceptar un referéndum. En la práctica ya veremos.

Yo cada vez que pienso en el trilinguismo de Ciudadanos, me acuerdo de la barba de Paco Caja. Al final incluso intentaran resucitar a Pujol.