Cuando los presos entran en el pasillo que conduce a la sala de plenos del Supremo, el espacio que rodea la escalera noble se blinda. Se crea una especie de vacío artificial. Se confina a los periodistas en el salón de actos y la biblioteca. Una mampara blanca cubre de repente la puerta del corredor por donde acceden el público y los letrados. El paso de los presos para entrar en la sala sólo tiene como testigos a los policías y responsables de seguridad.

A la hora fijada para empezar, en el interior de la sala se encuentran solo los acusados, el tribunal y los letrados. Hasta que el presidente del tribunal, Manuel Marchena, no declara la audiencia pública no puede entrar el público. Primero, las autoridades, tres miembros del Govern –el presidente, Quim Torra, y los consellers Ester Capella y Damià Calvet- y dos del Parlament –Albert Batet de JxCat y Ana Caula d'ERC-.

Al resto de asistentes se les va avisando mientras esperan en el pasillo, cuya puerta se mantiene medio cubierta por la mampara hasta que empieza la vista. Los últimos en entrar son el público y una decena de periodistas acreditados. Desde la sala de plenos no se puede hacer fotografías, ni entrar ordenadores. Al final, los espacios del interior para la prensa, muy restringidos, no se han acabado de llenar en el primer turno. Unos minutos después de las diez de la mañana las cinco cámaras instaladas dentro de la sala han empezado a emitir y ha aparecido por primera vez después de más de un año la imagen de todos los encausados juntos.

El vicepresident Oriol Junqueras, los consellers Raül Romeva y Quim Forn ocupan la primera fila de sillas. Los tres con el alfiler de miembros del Govern. Al igual que Jordi Turull y Josep Rull que se sientan en la segunda fila. Jordi Sánchez lleva en la solapa un lazo amarillo. Detrás, la consellera Dolors Bassa y la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, que aparece mucho más delgada. Con ellas, Jordi Cuixart. En la última fila, Carles Mundó, Santi Vila i Meritxell Borràs.

La expectación y las estrictas medidas de seguridad han complicado el acceso al edificio tanto a la prensa como a los invitados. Por la misma puerta han entrado los encausados no encarcelados. Primero, Borràs, después Vila. El último, Mundó, que ha entrado al mismo tiempo que se abría el acceso a los periodistas. "¿Usted es periodista?", le han preguntado. "No yo soy un acusado". 

El público ha tenido que llegar a primera hora de la mañana y hacer cola para poder tener sitio. Después del primer receso se han podido incorporar algunas personas más a la sala. "Mira, el Torra," le anuncia una mujer a la su acompañante al constatar la presencia del president. "¡A no! ¡Yo no quiero estar cerca del Torra"!, sentencia esta. Quizás es la misma que cuando ha cruzado el pasillo el abogado de Vox le ha jaleado con palabras de ánimos. O no.

A pesar de todo, la corrección es extrema dentro del edificio en todo momento. Los servicios del Supremo se esfuerzan para que no haya problemas de ningún tipo.

La sala es ovalada. Mármol verde, gris y marrón y paredes tapizadas de un rojo burdeos. El mismo color de los bancos y las sillas. Los asientos están almohadillados. Demasiado y todo. Candelabros dorados en las paredes y en el techo, que està decorado con vidrieras de colores y una pintura en el centro La ley triunfante sobre el mal. Los postigos de las ventanas que dan a la fachada del Supremo están cerradas. No hay luz natural. No hace nada de calor, más bien al contrario.

En el centro de la sala los encausados, de cara al tribunal, tienen a su izquierda las defensas y a la derecha las acusaciones. En un extremo de las acusaciones Javier Ortega Smith de Vox. Sobre los acusados hay una gran araña dorada de la cual cuelgan lágrimas de cristal.

Detrás de ellos, los tres miembros del Govern ocupan la primera fila del público, en el centro. El Parlament, la segunda de una lateral. En estas primeras posiciones se sitúa a la prensa. A partir de la cuarta, las familias. Por todas partes, público. Esta mañana han conseguido entrar observadores, de Bélgica, Francia, EE.UU. e Italia. En total cinco, que han hecho cola desde primera hora de la mañana para conseguir su asiento dado que el tribunal no ha aceptado reservarles sitios.

Los acusados han empezado más tensos al principio y se han ido relajando a medida que transcurría la jornada. Casi todos llevaban hojas o libretas para tomar apuntes -alguna Moleskine amarilla-. Comentan entre ellos. Buscan con la mirada familiares entre el público. Saludaban caras conocidas. Los hombres con traje oscuro. Turull con corbata con puntos amarillos. Forcadell con unos pantalones rojos y chaqueta oscura. Bassa con traje blanco y negro y unos zapatos con tacones metalizados y refulgentes. El más sonriente, Cuixart. El más solitario, Vila, todo el rato solo y en silencio.

Las intervenciones de las defensas han insistido en algunos de los argumentos que habían expuesto repetidamente. Algunas más extensas, como la de Olga Arderiu que ha dado pie a un toque de atención de Marchena con "extrema atención" y cortante contundencia, otras menos. Y una de inesperada brevedad, la de Francesc Homs.

Posiblemente la que ha provocado más curiosidad ha sido la del abogado de Vila, Pau Molins, que ha empezado anunciando la "buena nueva" de que sería muy breve. Ha sido el único que ha hablado de una DUI y ha recordado que su defendido abandonó el Govern en desacuerdo con esta. Mientra, a alguna de las defensas se le escapaba una sonrisa socarrona.

La sesión se ha alargado más de lo previsto y algunos de los familiares se han tenido que marchar. El marido de Forcadell, la compañera de Cuixart. Esto les ha obligado a pedir autorización para dejar la sala. Igual como la ha tenido que pedir Mundó cuando se ha sentido indispuesto.

Al acabar la sesión se vuelve a repetir la operación del inicio, en sentido contrario. Los primeros a marchar son los presos. Para salir tienen que pasar por el pasillo que hay entre el tribunal y el público. Se acercan al president para despedirse. Se intercambian saludos, abrazos. Miran de reojo a los agentes que los custodian mientras se acercan las familias. Se abrazan con las mujeres, con familiares... La primera vez más tímidos. Pero la escena se repite tres veces. En el receso de la mañana, a la hora de comer y al finalizar la jornada. La segunda y el tercera vez que se ha levantado la sesión, los saludos fluyen sin ambages. Saludan a todo el mundo que conocen y que se acerca a las primeras filas, aunque sólo sea una mirada o un gesto con la mano en la distancia.

Las efusiones son contempladas con cierta perplejidad por algunos miembros del público que esperan de pie contemplando la escena porque no pueden abandonar la sala hasta que los encausados no salgan. Hasta que, finalmente, les hacen salir. Acceden a un pasillo donde, de nuevo, se ha hecho el vacío. La gente tras una mampara. Y la prensa, confinada en la biblioteca.