En la sala del Supremo donde se juzga el procés hay diferentes microclimas. La disposición del aire provoca una concentración de frío justo en el espacio donde se sientan los acusados. La imagen de Jordi Cuixart siempre con el abrigo puesto es bastante gráfica. En cambio, muy cerca de ellos hay abogados que se quejan de que pasan calor. De hecho, algunos aprovechan la toga para desprenderse de la americana. Entre el público, la temperatura sube y baja a golpe de olas de frío que irrumpen en la sala. O de declaración. Esta mañana del martes, la intervención de Enric Millo ha conseguido caldear el ambiente de manera general.

La declaración del exdelegado del Gobierno ha empezado con una petición del fiscal, Javier Zaragoza, presumiblemente en nombre del propio Millo, reclamando que su cara no apareciera en la retransmisión en directo que se hace de los testigos.

El presidente de la sala, Manuel Marchena, ha solicitado la opinión de las partes. Es la primera vez que en estas cuatro semanas se produce esta situación, aunque el lunes la imagen del secretario general del Parlament, Xavier Muro, no se emitió.

Desde las defensas, tanto Andreu Van den Eynde como Marina Roig han argumentado que se trata de un personaje público y, por lo tanto, en nada lo podía perjudicar o favorecer el hecho de que se alterara la decisión de retransmitir la imagen. Desde las acusaciones, tanto la abogada del Estado como la acusación popular de Vox no han añadido ninguna reticencia al respecto.

Mientras unos y otros se pronunciaban ha comparecido en la sala el afectado y Marchena ha querido conocer su opinión y si prefería que se le impusiera esta restricción a su imagen.

La respuesta del político popular ha provocado una cierta perplejidad en la sala ―de hecho, tanto como la cuestión suscitada―, dado que Millo, después de generar un debate inédito, ha asegurado que no tenía "ningún inconveniente en que fuera retransmitida" su cara.

De hecho, se trata de un político muy conocido en Catalunya, con una dilatada carrera política que le llevó de Unió al PP después de un intento de ser fichado por ERC, según ha explicado repetidamente quien fuera secretario de organización de los republicanos, Joan Puigcercós.

Tan pronto ha aparecido en la señal televisiva, el discurso que ha ido construyendo el exdelegado a partir de las preguntas del fiscal, que surgían con sorprendente fluidez, ha servido para coser un relato de violencia en Catalunya. De miedo. Ha denunciado acosos, amenazas, agresiones, lanzamiento de objetos, incluso incendiarios...

Se ha referido al president Carles Puigdemont como un suicida y a los CDR como estructuras con una organización nada espontánea, con personas que no tienen inconveniente a utilizar la violencia, y con la implicación de la ANC y Òmnium.

Ante la atenta mirada del tribunal e iluminado por una gran araña Luis XV, Millo ha hablado de "murallas de personas dispuestas a enfrentarse y oponerse, algunas violentamente". Pero lo que realmente ha levantado los rumores en el fondo de la sala ha sido cuando ha empezado a explicar las agresiones que, según ha dicho, habían sufrido los cuerpos policiales el 1-O. Ha hablado de dedos rotos, chalecos "rajados de extremo a extremo"... Ha descrito algo llamado la "trampa del Fairy", consistente en hacer caer a los policías con detergente y patearles la cabeza.

Los murmullos de los presentes han ido aumentando y Marchena ha reclamado silencio advirtiendo que no es cortesía sino norma y reclamando que se evitaran los comentarios y sonrisas irónicas.

De nuevo, las defensas han empleado esfuerzos a descalificar la intervención, las contradicciones con sus propias declaraciones durante los hechos y en meses posteriores, las inconcreciones, el acusar a los CDR de proclamas cuando los CDR no existían... 

Millo ha tenido que explicar su petición de disculpas por las cargas policiales en una entrevista en TV3, y no ha sido capaz de concretar los episodios de violencia a los que se ha referido ―excepto la pintada contra él que apareció en Girona y que, según ha dicho, borró su hija―, no ha podido dar cifras ni datos concretos, y ha tenido que admitir que muchas de sus afirmaciones se basaban en percepciones o comentarios que se le habían hecho y de agentes que no podía concretar.

Marchena ha marcado mucho el empeño de las defensas para deshacer la red de violencia que ha relatado el testigo. Ha entrado a fondo y sin ambages a frenar a los abogados. Ha advertido a Van den Eynde que parecía que se estaba careando con el testigo más que interrogándolo. No ha admitido cuestiones que afectaban al juicio por las cargas policiales; no ha aceptado introducciones en las preguntas ―"empiece con una interrogación", ha reclamado repetidamente― y ha impedido utilizar la violencia registrada después de una manifestación de SCC para rechazar las acusaciones de Millo contra el independentismo ―"le aseguro que ni la respuesta ni el matiz tiene trascendencia", ha asegurado―.

Después de cuatro horas de interrogatorio, Millo ha podido abandonar la sala. Lo ha hecho con cara de circunstancias y intentando no encontrarse con los ojos de los acusados mientras recorría la hilera de bancos donde están sentados.

Faltaban pocos minutos para las 2 de la tarde y el tribunal todavía ha aprovechado el rato que quedaba para interrogar a la exconsellera de Presidència, Neus Munté. No obstante, las horas de declaración también han perjudicado a Marchena que cuando ha acabado el interrogatorio de la fiscalía, ha querido aplicar el mismo principio que exhibió ayer, lunes, sobre la impertinencia de las preguntas en el interrogatorio de Vox.

La acusación popular le ha tenido que recordar que podían ampliar los temas del interrogatorio porque también ellos habían solicitado la declaración de Munté. "He sufrido un pequeño desliz", ha admitido Marchena.