Avanzaban en dirección al Tribunal Supremo en medio de la neblina, como si de un ejército silencioso de casi 300 personalidades políticas, entidades y ciudadanos se tratara, pese a que ellos decían que venían a representar a más de dos millones trescientos mil. Es la misma cifra de personas que hace más de dos años y medio depositó su voto en la consulta participativa del 9-N del 2014, pero que tenía este lunes en Madrid la encarnación en el diputado del PDeCAT, Francesc Homs. La Justicia sienta en el banquillo de los acusados al individuo, pero el soberanismo es colectivo.

La comitiva había partido a las 9h de la mañana de la plaza del Rey de la capital española con la solemnidad del Cant dels Segadors. "No tenemos miedo. Queremos votar. Love democracy. Escúchanos, mundo. Ni un paso atrás. In-Inde-Independència" eran los gritos de la multitud silenciosa, que igualaba a todas sus cabezas visibles entre los ciudadanos de a pie. Había los que pusieron las urnas, como el expresident de la Generalitat, Artur Mas, la Associació de Municipis per la Independència, Òmnium Cultural, la Assemblea Nacional Catalana. Y también, los que las quieren volver a poner: la vicepresidenta Neus Munté, el grupo parlamentario de Junts pel Sí, Jordi Turull, Marta Rovira y Roger Torrent, el líder de ERC en el Congreso, Joan Tardà, y su número dos, Gabriel Rufián, entre otros.

Todo lo presidía una urna gigante con papeletas en el interior, y algunos voluntarios llevaban una urna "de verdad", de las del 9-N, como si del símbolo de la resistencia se tratara. Pero de golpe, la masa homogénea del soberanismo se rompía por la presencia de una bandera española, portada por ciudadano madrileño que exhibía una pancarta: "Rajoy, el artículo 155 existe. Úsalo", y otro que lo acompañaba, "El problema son las Autonomías". El primero bramaba a gritos constantes de "Viva España. Traidores. Catalunya es España. Sin ley no hay democracia", decía. 

Sin que estuviera previsto, el espontáneo saltaba ante la comitiva de políticos y ondeaba la rojigualda mientras seguía gritando. Pero ni Homs, ni Mas, ni Munté, ni uno solo de los manifestantes parpadeaba. El derecho a decidir, trasladado en autocar a Madrid desde ayer por la noche, exhibía así el pacifismo de la manifestación del 2012, de la Vía Catalana del 2013, las urnas del 2014, de la "V" en Barcelona del 2015, de la anterior movilización en el Supremo, en 2016. Ni una papelera se rompió entonces. Tampoco en 2017, mientras el soberanismo contenía visiblemente la respiración.

Estefania Molina

Superada la prueba, la marcha seguía con paso firme hacia el Tribunal Supremo, donde Homs estaba citado a declarar en un juicio de tres días por su implicación como exconseller de la Presidència en el 9-N. La tropa rompía filas y cada uno hablaba con algún amigo o afín. Homs llevaba cogida de la mano derecha a su mujer, y en la izquierda, la carpeta del juicio. Lo rodeaba una corona de consellers, el de Exteriors, Raül Romeva; el de Territori i Sostenibilitat, Josep Rull; la de Governació, Meritxell Borràs; los diputados Lourdes Ciuró y Ferran Bel y senadores, como Josep Lluis Cleries.

Con los escándalos sobre la Fiscalía frescos de la semana anterior, Mas decía que la democracia española "se resquebrajaba por momentos". Por eso, si hoy fuera 8-N, al día siguiente lo volvería a hacer. "Dejar que la gente vote no es malo. Las dictaduras son las que así lo creen". Munté recordaba las cloacas del Estado, la "falta de división de poderes", y el "deterioro importante" de la democracia española, que provenía de la "incapacidad" de escuchar del ejecutivo central. La presidenta de la AMI, Neus Lloveras, aseguraba que desconfiaban de la Justicia española, y que el Estat propi tendría "otras reglas de funcionamiento".

La otra mitad de Junts pel Sí, ERC, tomaba la palabra, con un gran ausente como el exsenador Santiago Vidal. Tardà denunciaba que el gobierno del presidente español, Mariano Rajoy, era de "personas con muchos estudios, pero muy tontos porque la democracia es imbatible. Ya hay un 80% de la sociedad catalana que quiere el derecho a decidir. Y no permitirá una represión", advertía a la Moncloa por la presunta Operación Precinto. Rufián se sonreía porque decía que él quería hablar en castellano. Y se arrancaba. "No importan los nombres, las ideologías, o las siglas. Estamos aquí porque lo que importa es expresarse y votar. Estamos en un Estado que condena a raperos, tuiteros, independentistas. Esta es su campaña del 'no', y frente a un Estado indigno, siempre nos tendrán delante. Nos vemos en las urnas", avisaba a Rajoy. Rovira añadía que "400 expedientes judiciales seguirán siendo convertidos en más democracia, porque sólo quieren impedir que votemos. No lo harán", cerraba.

De los rivales, había amigos, como el líder del PNV, Aitor Esteban. Y Mas se acercaba para agradecérselo. Esteban decía que una condena a un juicio "anómalo", "ilustraría la fragilidad del Estado español". Otros soberanistas vascos como EH Bildu estaban presentes, y catalanes también, como Marcelo Expósito, de En Comú Podem. Él recordaba que Podemos y confluencias votaron en contra del suplicatorio de Homs, a diferencia del PSOE y el PSC. Aprovechaba la posición de miembro de la Mesa del Congreso para pedir que este se usara para "resolver problemas políticos", no para alimentarlos. Alguien se preguntaba dónde estaba Íñigo Errejón, desplazado y ausente.

A escasos cien metros de la puerta del juzgado, el ejército se detenía. Y todos miraban a Quico, como diciendo "la que has liado". Él se reía sin soltar a la mujer. Y seguía avanzando firme, para adentrarse en un edificio de piedra gris, fría por fuera, pero de lámparas barrocas, senefas en las paredes y asientos de terciopelo en el interior. "Hoy Homs está solo dentro del Supremo, pero fuera hay más de dos millones tres-cientas mil personas con él", decía Jordi Sánchez, presidente de la ANC. "Serenidad en Catalunya, somos un país de luchas compartidas" remachaba Jordi Cuixart, de Òmnium Cultural. La tensión entre ley y democracia, entre individuo y colectivo, era la alegoría de Homs en el Supremo.