Los negocios de la familia real, las actividades criminales del CNI, la corrupción sistemática... no son una opinión, son hechos objetivos, son verdad, que, en absoluta connivencia de los tres poderes del Estado, se esconden sin vergüenza alguna, porque la verdad, que según la cita bíblica nos hará libres, y de momento amenaza al statu quo.

La división de poderes se inventó para que hubiera un equilibrio, para que un poder vigilara que el otro se excediera, y ahora resulta que aquí ahora todos van a la una. Y lo peor es que cuentan, como en las dictaduras, con el apoyo de las organizaciones de la sociedad civil, de patronales y de sindicatos, y muy especialmente con la aquiescencia de los medios de comunicación convencionales, que en España han cambiado su razón de ser por el apoyo incondicional al poder, del cual se han convertido en rehenes voluntarios y en algunos casos incluso hooligans en defensa de la mentira. Este conjunto con un solo objetivo se llama régimen, porque ha neutralizado los contrapoderes.

Aquellos políticos, intelectuales, cantautores y estos periodistas que todavía hoy tienen la cara dura de presumir de su lucha antifranquista nos engañaron a la generación posterior. Unos practican un silencio cómplice, el silencio de los corderos ante los abusos del Estado y otros todavía hacen méritos elaborando teorías para escarnecer a los débiles en pleno ataque de los poderosos

Los medios del establishment se han apresurado a silenciar o desacreditar las denuncias del comisario Villarejo, todo un símbolo del Estado, sobre la connivencia del CNI con el Imam de Ripoll, líder de la célula que perpetró los atentados del 17 de agosto de 2017, con un balance de 23 muertos y 151 heridos de diversas nacionalidades. Sin embargo, antes de que lo dijera Villarejo, se publicaron testimonios documentados que confirmaban que el imam Abdelbaki Es Satty estaba protegido en tanto que colaborador y confidente del Centro Nacional de Inteligencia y que sus movimientos fueron monitorizados por el CNI hasta el momento de los atentados. Y que el CNI y la Guardia Civil escondieron a los Mossos (y a las policías europeas) su información. Puede que sí, como dice Villarejo, que el CNI quería dar un pequeño susto a los catalanes. Esto todavía es una conjetura que convendría aclarar, pero los catalanes tienen derecho a saber si el Estado al que pagan sus impuestos vela por su seguridad. Hay que averiguar cómo puede ser que al CNI se le escape de las manos una célula terrorista que tenían controlada y ha sido capaz de cometer una tragedia. No es necesario llegar a la conspiración. Basta con la sospecha de negligencia. En la mejor versión la explosión de Alcanar no estaba prevista por el CNI. Lo que parece bastante factible es que los discípulos de Es Satty, después de la explosión de Alcanar improvisaron a continuación los atentados de Barcelona y Cambrils. Ahora bien, si el CNI hubiera avisado a tiempo a los Mossos quizá la tragedia se habría podido evitar.

Un desastre como este en cualquier país democrático habría requerido una investigación en profundidad e independiente para conocer la verdad de los hechos y para que los errores no vuelvan a repetirse, pero los tres poderes del Estado se han conjurado y se han negado en redondo con tanta obcecación que no cuesta llegar a la conclusión de que temen la verdad. Es lo mismo que ocurre con el rey emérito. Todas las instituciones del Estado están cerrando filas para que los dos reyes y la Monarquía salgan sanos y salvos de la trascendencia pública de sus actividades delictivas. La verdad es revolucionaria y por eso sorprende especialmente la actitud inhibitoria de Unidas Podemos y los comunes, que han renunciado a la defensa aunque sea testimonial de los valores democráticos, de la transparencia y de la verdad, hasta el punto de tragarse la expulsión del Congreso de uno de sus diputados, condenado sin haberle respetado ninguna garantía. Es especialmente significativa esta renuncia del único actor español que se había comprometido a moralizar la vida política, porque contribuyen a la impunidad con la que vienen actuando los poderes del Estado tácitamente justificada en el sentido de que las reclamaciones sólo vienen de parte del independentismo catalán, es decir, de los enemigos de España, y contra los enemigos de España todo vale.

Aquellos políticos, esos intelectuales, esos cantautores, esos periodistas que todavía hoy tienen el cinismo de presumir de su lucha antifranquista nos engañaron a la generación posterior. Ahora queda claro que no buscaban la libertad, sino que les movía las ansias de poder y dinero. Unos practican un silencio cómplice, el silencio de los corderos ante los abusos del Estado y otros todavía hacen méritos elaborando teorías para escarnecer a los débiles en pleno ataque de los poderosos. Ninguno puede aguantar la mirada, por ejemplo, de un Jordi Cuixart que ha sido víctima de la infamia. Aquellos demócratas de toda la vida le han negado el pan y la sal y tuvo que ser The New York Times quien puso de manifiesto, por un lado la injusticia con Cuixart (y Jordi Sánchez) y por otro las renuncias del periodismo español.

Hay que ser críticos con el Procés y muy críticos con algunos de sus protagonistas, pero desde el punto de vista estrictamente democrático, a diferencia de lo que representa Villarejo, Jordi Cuixart simboliza el lado correcto de la historia

Ahora que ha decidido dar el paso al lado, cabe destacar el coraje y la coherencia de un luchador como en Cuixart, porque su lucha y su condena es lo que puso de manifiesto el carácter democrático de las movilizaciones catalanas y la determinación antidemocrática de los poderes del Estado. La persecución y condena de los representantes gubernamentales formaba parte de la misma operación, pero estos asumieron el riesgo que suponía desobedecer las órdenes del Tribunal Constitucional, mientras que los Jordis lo que hicieron fue ejercer sus derechos democráticos, de reunión, de manifestación, de libertad de expresión y los condenaron por eso y por eso Jordi Cuixart se negó a renunciar a sus derechos y lo solemnizó ante el Tribunal Supremo con la frase "Lo volveremos a hacer". Hay que ser críticos con el procés y muy críticos con algunos de sus protagonistas, pero desde el punto de vista estrictamente democrático, Jordi Cuixart, a diferencia de lo que representa Villarejo, simboliza el lado correcto de la historia.