Son graciosos estos que se creen que la próxima semana habrá en Catalunya un "Govern efectivo", que "se ocupará de las cosas que de verdad interesan a la gente", que se "pasará página" del procés, que se "normalizará la vida política", y a otra cosa mariposa. Sólo hay que ver cómo se aferran al procés los principales actores políticos españoles para comprobar que están determinados a sacarle todo el jugo que puedan desde ahora y hasta más allá del juicio, que tampoco será el final.

Está por ver si habrá de Govern, y en todo caso será el más provisional de la historia, no sólo porque lo diga el president Puigdemont, que también, sino porque los cargos son más provisionales cuando la situación es más inestable y todo apunta a que el conflicto entre Catalunya y España en vez de apaciguarse va a más. Y, paradójicamente, no por la voluntad del soberanismo catalán, puesto que buena parte de los presuntos independentistas ya llevan semanas mostrando unas inequívocas ganas de bajar el tono. No, el campeonato de la beligerancia con Catalunya se juega en Madrid, con la derecha española radicalizada y la sumisión de una izquierda, que incluso Mariano Rajoy le ha tenido que agradecer al PSOE su infeliz actitud.

Vox, un pseudo partido de extrema derecha fruto de una escisión del Partido Popular, ha presentado este miércoles una nueva querella contra la Mesa del Parlament y ha reclamado el inmediato ingreso en prisión del president de la Cámara, Roger Torrent. Horas después, Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, anunciaba la retirada de su apoyo al Gobierno de Rajoy en la aplicación del artículo 155 de la Constitución contra las instituciones catalanas por su supuesta debilidad ante los independentistas. Mientras tanto, en Catalunya, la coalición que integran la fiscalía y la Guardia Civil, llevan a cabo un acoso contra profesores de instituto en un intento de romper el consenso educativo, y grupos de provocadores, no se sabe si pagados o no, pero con el apoyo explícito del delegado del Gobierno, Enric Millo, buscan pelea arrancando lazos amarillos por doquier.

Es obvio que todo esto tiene más que ver con la batalla partidista española que con el conflicto catalán. En el Partido Popular, su ofensiva contra el soberanismo catalán se le ha ido de las manos y dos partidos nacidos con vocación de prosperar a base de ordeñar conflictos, Vox y Ciudadanos, amenazan con desplazarlo a un rincón del escenario político. La ofensiva de Ciudadanos se explica muy bien desde Catalunya. Ha sido el grupo de Inés Arrimadas quien ha condenado al PP a quedarse sin grupo parlamentario en la Cámara catalana y lo ha hecho para monopolizar mediáticamente el discurso nacionalista español en un momento en que todo lo que pasa en Catalunya tiene repercusión española.

La situación para el PP es de máximo riesgo, porque, si no reacciona, puede convertirse en una formación tan minoritaria como lo fue Alianza Popular, con lo cual es de esperar que el PP actúe a partir de ahora como una bestia malherida. Ocasiones no faltarán, porque así que se forme Govern en Catalunya -si es que llegamos a este punto-, la tensión institucional será constante, con los nombramientos de consejeros y altos cargos y no digamos con las iniciativas políticas y legislativas. Y eso será lo de menos, porque al mismo tiempo que se acercan las elecciones municipales y europeas se acercarán también los juicios de los presos políticos catalanes, y una vez haya sentencia se abrirá el debate sobre los recursos y los indultos, así que el campeonato sólo acaba de empezar.

Es, de hecho, una apropiación indebida del debate político, una estafa que permite obviar la corrupción y la decadencia de las instituciones del Estado. La reciente encuesta del CIS lo señala claramente. Ante el 38% más preocupado por la corrupción y el 27% por la decadencia política, la independencia de Catalunya sólo preocupa al 11% de los españoles. Si descontamos los catalanes, llegaríamos a la conclusión de que a los españoles el procés no les provoca tanto "ardor guerrero" como hacen ver los partidos y los medios adictos, sino que casi les importa un bledo. Esto es precisamente lo que agrava, moralmente hablando, la actitud de los medios que contribuyen a exacerbar la tensión, y hace aún más absurda la estrategia de la izquierda española.

 Desde el inicio del conflicto, los socialistas catalanes y españoles y, también hay que decirlo, algunas entidades del mundo económico y empresarial, como el Cercle d'Economia y Foment, claman por estabilizar la situación y no se han cansado de pedir la rendición unilateral del soberanismo para acabar con el procés. Sin embargo no han sido capaces de pedir nada a los principales agitadores del conflicto. No han sido capaces de formular iniciativas conciliadoras como habían hecho sus antepasados ​​en circunstancias similares. Así que son tan contribuyentes a esta estafa política que, por lo que dicen las estadísticas, perjudica más al conjunto de la economía española, que a la propia economía catalana.