Cada vez veo más claro que el procés ha sido pensado para ir sacando réditos electorales del independentismo y al mismo tiempo conseguir que los catalanes fracasemos con la conciencia tranquila. Me parece significativo que, desde que Mas escuchó la voz del pueblo, la causa de la independencia se haya ido poniendo en manos de exfederalistas de poca o ninguna experiencia internacional. Mientras los responsables de diseñar la estrategia de la ruptura sean expertos educados por la escuela jurídica española, es difícil que salgamos adelante. Cada sistema legal responde a un ideal de civilización, por eso Alexander Herzen pudo escribir que Inglaterra y Francia tenían sistemas incompatibles, porque el primero era "como un bosque" y el segundo "como un jardín versallesco".

Aunque el procesismo oficial dice que "sólo tenemos una oportunidad para la desobediencia", en la práctica hemos ido realizando pequeñas insurrecciones que sirven para justificar los partidos soberanistas y para encabronar a la opinión pública española. Como ya advirtió Enric Juliana en el inicio del proceso, la dinámica de estos años ha servido, básicamente, para recalentar la situación política y para premiar las actitudes numantinas. Si haces hervir una olla llena de agua, tarde o temprano el agua se evapora. Esta es la filosofía del proceso. Eso es lo que pasó en Cataluña entre 1929 y 1939, y eso es lo que los asesores de algunos líderes independentistas parece que traten de repetir de nuevo.

Basta leer los titulares de la prensa para darse cuenta que la última votación épica del Parlamento nos ha metido un poco más en la perversa lógica "legalista" de la política española. La mañana siguiente a la sesión, el Avui hablaba de "paso adelante" (otro); La Vanguardia de desafío en el Constitucional (uno más); el Ara de un supuesto "inicio de desconexión" (cuántos años hace que empezamos?); El Mundo situaba el Parlamento fuera de la ley (como si la ley española fuera universal). Cada diario daba, a su manera, la razón al hashtag que los unionistas crearon en tuiter: 72 golpistas. Así todo el mundo contribuía a totemizar la Constitución de 1978, que hace tres años era un despojo.

La tesis que para conseguir la independencia hay que realizar un golpe de estado empezó a circular coincidiendo con la devaluación del referéndum que la vieja CiU perpetró entre el 2012 y el 2014. Hasta entonces, el unionismo hablaba de mayorías mínimas del 60 por ciento, o bien dejaba caer aquella idea estalianiana que el principio de autodeterminación sólo se aplica a las colonias. También se decía aquello de que Hospitalet tiene el mismo derecho a independentizarse que Catalunya, cosa que sería verdad si algun día consiguiera un Parlamento. El discurso del golpe de estado se empezó a socializar cuando nuestros políticos decidieron que, para salir de España, había que seguir el ordenamiento jurídico español, que es como intentar salir de un campo de concentración utilizando el reglamento de sus guardianes.

La única manera de superar la ley española es a través de un Referéndum. Es verdad que su legitimidad siempre será opinable pero como mínimo nos situará en un plano internacional que nos permitirá discutir con España de tú a tú. También permitirá, si Madrid sube la tensión, introducir el elemento multilateral con fuerza. Evidentemente, viendo la actitud de Madrid, lo que acabará contando es quien controla el territorio. Pero si no tuviéramos la gran mayoría del país a favor de autodeterminarse tampoco no tendríamos una mayoría en el Parlamento para ejercer este derecho. Por eso me pregunto ¿qué pasará cuando Escocia celebre el referéndum que Londres dice que no autorizará?

Sólo en el momento en que estemos dispuestos a hacer como los escoceses, el Estado se planteará escoger entre disolver el Parlamento o pactar unas condiciones, aunque sea cuando el Referéndum ya esté a punto de celebrarse. Si el Estado todavía no se ha planteado disolver la autonomía es porque no está seguro de que haga falta y porque no sabe cuál sería la reacción internacional, aparte que en el mejor de los casos eso crearía un problema interno que amenazaría la misma democracia española. Si finalmente Madrid intentara suspender el Parlamento todavía tendríamos 48 horas para convocar un referéndum y asegurar su celebración. Sólo si nos resignaramos, el proceso habría conducido a otro 6 de octubre.

Los políticos tendrían que entender que la estrategia que están siguiendo desde el 2012 sólo ha servido para ir devolviendo a poco a poco la legitimidad democrática a los españoles que no quieren votar, mientras que un referéndum nos la daría toda a nosotros. El referéndum inspira respeto porque toca la confrontación de base con el Estado, y obliga a aplicar el veredicto. En el fondo es como el tabú de la lengua. El interés que los españoles han tenido desde hace 50 años en decir que Catalunya era un país bilingüe viene del miedo a que, con la descolonización, la legislación internacional se les girara en contra. Con la autodeterminación pasa una cosa parecida: la arrinconamos con disfrazes estrafalarios porque nos da excesivamente la razón.

El referéndum es un jaque mate porque, en Europa, hoy todo depende de quien tiene la legitimidad democrática. Por eso el Estado y sus secuaces harán todo el que puedan para confundir y evitar que el Parlamento llegue a convocarlo. Por eso algunos no lo quieren y otros no lo ven posible. Por eso el vínculo entre el talento y el independentismo se ha ido disolviendo, a medida que los políticos han optado por vías más fáciles, disfrazadas de tecnicismos y de astucia. Y por eso la distancia entre los partidos soberanistas y la calle se va haciendo cada vez mayor. Si no dejamos de hacer experimentos y convocamos el referéndum, acabaremos poniéndonos la soga en el cuello nosotros mismos a base de gestos históricos.

Comparado con los 30 años de prisión que le cayeron a Companys y al resto de consellers de la Generalitat por organizar el numerito ambiguo del 6 de octubre, los riesgos de ejercer el derecho a la autodeterminación hoy son una broma. Si vendemos tan barato un principio básico universal ¿qué credibilidad tendremos ante el mundo?