Esteban González Pons era la clásica figura de provincias del PP que servía para ir tapando agujeros allí donde salían, mientras esperaba un golpe de suerte que lo convirtiera en madrileño para siempre. Ahora me da la impresión que es una especie de jarra de lladró que, en casa Rajoy, nadie sabe donde colocar para decorar el casino sin que se note mucho.

Nacido en la Comunidad Valenciana en 1964, González Pons perdió el cargo de vicesecretario de Estudios y Programas en junio del 2015, después de 25 años de carrera tenaz pero progresiva. Aunque el cese se vendió como una decisión pensada para que se pudiera dedicar de lleno a la política europea, el motivo de fondo tenía que ver con el estercolero valenciano, el mismo que le dio la primera gran desilusión cuando Rajoy no lo nombró ministro, en el 2011.

González Pons no tiene carisma de orador pero es intuitivo y es el único miembro del clan de Francisco Camps que ha sobrevivido a la carnicería que la corrupción ha provocado dentro del PP. Después de unos meses agónicos marcados por declaraciones sórdidas de culebrón malo, la dimensión de la carpeta valenciana y las alarmantes perspectivas electorales llevaron a Rajoy a sustituirlo por Andrea Levy en la Vicesecretaría de Estudios y Programas.

Típico macho íberico del Túria pasado por Madrid (la camisa blanca con las mangas arremangadas a tres cuarto, los pantalones bajos, el blazer para vestir), González Pons se interesó por la política en los años ochenta. Cuando estudiaba Derecho quedaba con el futuro presidente Camps para hablar de sus ambiciones políticas en un bar que, curiosamente, se llamaba El Agujero. Los dos eran como las fallas, muñecos sobredimensionados pensados para quemar como una tea. Hoy seguramente serían mujeres.

Después de pasarse una década calentando las sillas del Senado, entre 2003 y 2007 González Pons ocupó hasta tres carteras en la Generalitat Valenciana. Cada vez más alejado de Camps, en el 2008 se marchó a Madrid bajo la protección de Javier Arenas, el valedor de Sánchez-Camacho, que a su vez se convirtió en tutora de Levy. La relación con Campos se volvió tan fría que, durante el juicio del caso Noos, González Pons lanzó a su antiguo amigo a los pies de los caballos para exonerarse.

Doctor en Derecho constitucional y profesor en la Universidad de Valencia, González Pons es un hombre culto pero está más acostumbrado a leer las necesidades del poder, para adaptarse, que no a pensar por su cuenta, y eso se le nota. Su postureo es demasiado castizo para el nuevo escaparate hedonista que el partido de Rajoy intenta promocionar para tratar de tapar el proceso de provincialización y degradación interna del partido, que se va carcomiendo discretamente de pereza y de banalidad.

El eurodiputado es autor de un par de libros de cariz político perfumados con títulos de poeta de supermercado: Camisa blanca y Tarde de paseo. Cuando era joven González Pons era el menos facha de su grupo, y el más sensible con la lengua del país. Prueba que es inteligente y que hay alguna cosa viva dentro suyo, hizo cierta amistad con Pablo Iglesias en cuanto el líder de Podemos llegó a Bruselas, después de las elecciones de la primavera del 2014.

En Bruselas, explican que si le aguantas las primeras frases en catalán, cambia de idioma, pero se pone a hablar más bajito, sufriendo por si los compañeros de su partido lo oyen. Esta historia me parecería increíble si no fuera porque yo mismo lo he vivido en el Rosellón y también en Versalles, con una taquillera valenciana del pequeño Trianon que se nos puso a hablar en castellano tan pronto como se le acercaron unas compañeras. Ahora que lo recuerdo incluso lo he vivido en Madrid, pero dejemos esto para las memorias.

Atrapado entre la vieja guardia pepera y el liberalismo sentimental de la joven derecha xupiguai, González Pons ha envejecido 10 años de golpe, con la irrupción del independentismo y el crecimiento de Compromís. El eurodiputado es un hombre educado por una España y una Comunidad Valenciana que ya no existen y trata de resistir atrincherado en el cementerio de elefantes que todavía es Bruselas. En general parece que haga el trabajo sucio al ministro de Exteriores Alfonso Dastís, que hasta ahora ha demostrado bastante tacto, y que se vaya acostumbrando a la buena vida que da el Parlamento europeo si no perteneces a una minoría.

La carta que envió a los diputados del Partido Popular Europeo, pidiéndoles que no fueran a la conferencia convocada por el gobierno de la Generalitat, era una carta de hombre que ha viajado poco, cosa que ya da una idea de cómo la vida de los partidos degrada la sensibilidad, tal como está pensada actualmente. En los últimos meses González Pons ha dicho cosas tan contradictorias como que en Europa nadie está al corriente de lo que pasa en Catalunya y que la independencia es vista como otro Brexit.

Su tendencia a ser más papista que el Papa y a utilizar el nacionalismo para colgarle a Catalunya el muerto de los orígenes autoritarios del Estado español, ha tenido episodios hilarantes. Según explica el último libro de Ramon Tremosa y Aleix Sarri, L'Europa que han fet fracassar, González Pons ha llegado a cargar contra el gobierno polaco pidiéndole que "no olvide que en el año 1939 toda Europa estaba con Polonia".

El problema –le tendría que haber respondido alguien– no es sólo que Franco estaba del lado de Hitler y de Mussolini, sino que el Caudillo ganó la II Guerra Mundial, la guerra fría y la Transición. Seguro que si hubiera ido de otra manera, González Pons tendría más escrúpulos intelectuales a la hora de juzgar y dar lecciones al resto de países europeos.

Raül Romeva se hizo independentista después de que un socialista que había tenido el padre en la prisión en tiempo de Franco, lo regañara en un ascensor del Parlamento Europeo:  "Nunca, nunca hablaréis catalán en esta cámara", le dijo y Romeva dijo basta. Vete a saber, quizás González Pons un día también se despierta de la pesadilla española -aunque el tio se lo ha montado bien.