Alfonso Dastis me hace pensar en aquellos cócteles de gamba congelada que los restaurantes de mantel blanco incluían en los menús de precio cerrado, en las fiestas señaladas y los banquetes familiares, a principios de los años 80. Nacido en Jérez de la Frontera en 1955, las gafas de Geppetto en media nariz y el bigote de cepillo que se moja con la sopa, también me recuerdan los esfuerzos que yo hacía en los encuentros de Navidad para evitar los besos educados de los adultos poco conocidos.

Casado y con dos hijos, el conciudadano de Inés Arrimadas tiene un perfil tan forzadamente discreto, que los periódicos lo presentaron como el anti Margallo, cuando Rajoy lo nombró ministro de Exteriores. Si el antiguo ministro tiene una personalidad quijotesca, una larga lista de libros publicados y un pedigrí familiar ligado a la defensa de la unidad de España, Dastis es un Sancho Panza con un currículum repleto de cargos secundarios que lo educaron en la discreción y la cortesía.

Dastis es el único ministro que no entraba en ninguna quiniela, ni publicada ni extraoficial, cuando Rajoy nombró su gobierno, después de casi un año de parálisis política. Entonces Margallo ya estaba condenado. Y no sólo por su egocentrismo, que lo había llevado a postularse para presidir un gobierno de unidad; su discurso grandilocuente rompía la estrategia de jugar a póquer con el independentismo, contando con la ayuda de la Tercera Vía y de los fantasmas derrotistas del imaginario catalán.

Cuando Dastis fue nombrado, era un desconocido total, a pesar de los años que llevaba en la Unión Europea. Representante permanente de España en Bruselas desde el 2011, su nombre no había sonado nunca en los mentideros de Madrid. De hecho, parecía que la cartera de Exteriores iría a Iñigo Méndez de Vigo o a Jorge Moragas. La familia de Méndez de Vigo está conectada con el núcleo del Estado, igual que la de Margallo, mientras que Moragas ha sido el cerebro -si se puede decir así- de la estrategia del PP contra el independentismo.

Dastis - Efe

Dastis fue nombrado para poder bajar el perfil de Exteriores, ahora que la internacionalización del conflicto catalán amenaza con descontrolarse. Dastis es más funcionario que político y no tiene agenda propia. Puede contener mejor que Moragas o Méndez de Vigo las tentaciones que despiertan el afán de protagonismo. Su misión ha sido tratar de bajar los decibelios del debate internacional y contribuir a alimentar los miedos de Catalunya oscureciendo la política que Margallo hacía con luces y taquígrafos.

Margallo está convencido de que tiene razón y quería ir al enfrentamiento abierto, mientras que Rajoy siempre ha tenido claro que la mediocridad es la única alternativa que el Estado tiene para frenar el independentismo, si no quiere utilizar la violencia -cosa que en el contexto de hoy tendría costes problemáticos. Rajoy gobierna suponiendo que Catalunya no tiene una opinión pública formada para ir de cara y cree que el independentismo se irá ahogando en sus miserias, si el Estado aguanta el discurso inmovilista.

Aunque no es un hombre carismático ni comunicativo, Dastis tiene buena relación con los periodistas y no divide al gobierno del PP como su antecesor. Además, su currículum europeo da la razón a Margallo, cuando dice que la batalla con Catalunya se juega en el extranjero, más que en los tribunales de justicia. Su discurso técnico y su tranquilidad mineral, que recuerda a ministros de países como Turquía y China, le permite dar apoyo a la política represiva de Erdogan y que nadie lo note o proteste.

Dastis entró en el cuerpo diplomático en 1983, dos años antes del ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. No debió de destacar, porque tardó seis años en conseguir el primer lugar remunerado y se divirtió dando clases particulares a opositores, antes de marcharse a Nueva York con un puesto de consejero en la representación española ante las Naciones Unidas.

Licenciado en derecho en la Universidad de San Pablo CEU, que es una fábrica de altos funcionarios y cargos del PP, está conectado con la FAES y con el entorno de Aznar. En 1996 formó parte del primer gabinete del expresidente popular, como asesor de asuntos europeos. En el 2001, fue de segundo de Ana Palacio en la Convención Europea que negoció la Constitución, aprobada en el 2005 en referéndum.

Cuando estalló la guerra de Iraq, Dastis quedó al frente de la delegación encargada de defender la política de Aznar, que se oponía a los planes de Valéry Giscard d'Estaing de restar peso a los países del tamaño de España. Aunque tuvo que ceder, el presidente de la Convención sudó la gota gorda para conseguir imponer su criterio. Las maniobras de Dastis le dieron fama de buen negociador y debieron de influir en su nombramiento como embajador en los Países Bajos en el 2004.

Dastis - Efe

A medida que la politica internacional se ha enredado, la discreción de Dastis ha hecho que a veces su voz ni siquiera se oiga, entre el ruido. Cuando el PP intentó boicotear la conferencia de Puigdemont en el Parlamento europeo, quien recibió las medallas y las bofetadas fue González Pons. Margallo ha seguido teniendo protagonismo, más que el mismo ministro, como se puso de manifiesto cuando contó que había pedido favores a las cancillerías extranjeras para frenar el independentismo.

Solo durante la crisis de Gibraltar, la exaltación de algún ministro británico ayudó a Dastis a sacar partido de su política de perfil bajo. Más allá del tono, Dastis vive de las directrices marcadas por Margallo. La discreción tampoco le ha servido para evitar cometer "errores", como cuando declaró que España no vetaría el ingreso de Escocia a la Unión Europea en caso de que se independizara del Reino Unido. O cuando relativizó la marcha masiva de jóvenes sin trabajo en el extranjero diciendo que siempre es enriquecedor salir a ver el mundo.

Jiménez Losantos, que no está nunca contento, ha llegado a decir que "Dastis ha prosperado a base de no ser nada y que es como una bodega vacía". El conciudadano de Arrimadas, que ayudó a Aznar a justificar la guerra de Irak, es un comodín que sirve para cualquier política. El hecho de que España tenga a un ministro tan poco creativo en un momento tan complicado, demuestra que Rajoy sigue confiando en la propaganda de la prensa y en la certeza que en Madrid tienen, desde hace unos siglos, que la clase dirigente catalana está humanamente rota y, por lo tanto, no está preparada para mandar.