En 1998, el segundo manifiesto del Foro Babel, embrión de lo que sería Ciutadans, decía: "Ya que Catalunya no constituye el Estado independiente que, según el punto de vista nacionalista, le correspondería por derecho, las instituciones autonómicas tienen que actuar como si fueran los órganos de este Estado imaginario: el deseo de tener un Estado propio se sublima, así, en el terreno simbólico." Según los firmantes, la independencia era la voluntad latente en el nacionalismo. La fase final de su programa, que había quedado escondida o bien porque no era factible o porque no contaba con el apoyo mayoritario de los catalanes.

No sé si esta lectura reflejaba, en aquel momento, la realidad de una parte significativa de la ciudadanía. En cualquier caso, capturaba una manera de hacer política, el Pujolismo. En cierta manera, y de forma esquemática, el método Pujol había consistido en consolidar un relato sobre el pasado para reivindicar la defensa de una catalanidad amenazada. Sobre esta visión, se articulaba un proyecto político en torno a la recuperación y defensa de la "catalanidad" que, sin ser necesariamente soberanista, situaba la identidad como clave para entender el gobierno y la gobernabilidad.

Bajo esta visión, útil para mantener el poder pero que no había quedado exenta de oposición por parte de amplios sectores sociales, mayoritariamente urbanos, la normalización de la lengua y la cultura en catalán se convertían a veces en la construcción de un relato según el cual los problemas del país tenían su origen, e imposibilidad de resolución, en el mal gobierno de España, y en un supuesto maltrato de este hacia los catalanes. Así, sin mojarse mucho, se trataba de aprovechar los momentos de cambio en España para sacar provecho. Hacer hervir la olla para que, cuando llegara la oportunidad, nos cogiera bien preparados.

Como ya empezaron a dibujar en los resultados del 27-S, el catalanismo, entendido como elemento transversal del sistema político catalán, quedaba más que nunca en entredicho

El Foro Babel aparecía como respuesta a esta visión de las cosas. Uno de sus elementos más destacados era su impugnación del modelo lingüístico en general, y de la inmersión en la escuela en particular. (Inciso: los datos de conocimiento del catalán del Idescat hasta 2011 y las evaluaciones diagnósticas del ministerio de educación sobre competencia lingüística en castellano apuntan a un éxito rotundo del modelo en su intento de normalizar el catalán y consolidar el bilingüismo). El Foro neixia en plena ofensiva del aznarismo contra el nacionalismo periférico, y como reacción a las posiciones mayoritarias sobre la revisión de la ley de normalización del catalán en el Parlament. El intento no era nuevo. En 1981 ya se había intentado levantar una reacción contraria a la primera ley con la publicación del llamado 'Manifiesto de los 2.300'. Entonces, sin embargo, el manifiesto pasó con más pena que gloria. En este sentido, vale la pena leer la respuesta que le dedicó Jaime Gil de Biedma en un artículo publicado en La Vanguardia bajo el título "Un Manifiesto Surrealista" (29/03/1981). El consenso en torno a la normalización del catalán era amplio.

Aunque los manifiestos del Foro Babel levantaron cierta polvareda, pronto algunos de los firmantes abandonarían el proyecto para continuar en otras direcciones (este fue el caso, por ejemplo, de Victòria Camps o del añorado Paco Fernandez Buey), y el debate tampoco acabaría de arrancar. Arcadi Espada, uno de sus principales exponentes, marcharía a Madrid para seguir alimentándolo desde el diario El Mundo, entonces dirigido por un Pedro J. Ramírez que, quince años antes, ya había promovido el Manifiesto de los 2.300 desde Diario16.

El proceso convulsivo del Estatut —que ni Maragall quería en un principio (en 1999 hablaba de una carta estatutaria como coletilla al Estatut del 79), y que Pujol nunca había perseguido por miedo a los monstruos que pudiera despertar— sería decisivo. El mismo año de su aprobación nacía Ciudadanos, bajo las banderas del antinacionalismo y la justicia lingüística y cultural. Lo que en un principio fue un proyecto minoritario, rápidamente reorientado hacia el combate contra la corrupción buscando un discurso más efectista, se haría adulto con el Procés.

En cierta manera, este volvía a la lógica pujolista, aunque acabaría abandonando el método en poco tiempo. El Procés era, esencialmente, un artefacto retórico, simbólico, en definitiva, electoral (las crónicas de Guillem Martínez de los últimos años en Ctxt son, en este sentido, de lectura obligada). No obstante, el Procés mutó, cuando menos en su fase culminante. Las hojas de ruta y plazos impuestos por la competición electoral en el seno del (ahora sí) movimiento soberanista llevarían finalmente a la desobediencia efectiva (ley, del referéndum, de transitoriedad, etc.). El cambio se había consumado. Dejando de lado las condiciones mencionadas inicialmente, es decir, si era un camino verdaderamente transitable (realista) o si tenía el apoyo de una mayoría de los ciudadanos (el 27 o 28-S Baños dijo que no), el nacionalismo en bloque no sólo hablaba de independencia, sino que encaminaba el país hacia su consecución.

Probabemente, el ascenso de Ciutadans se explica más por su habilidad en capitalizar el voto contra el Procés que por un apoyo social mayoritario hacia el discurso lingüístico y de identidad contraria al catalanismo

La acción, es decir, pasar de las palabras a los hechos, despertaba rápidamente la reacción. Barcelona se llenaba de banderas españolas por primera vez desde que tengo memoria y, como ya se había empezado a dibujar en los resultados del 27-S, el catalanismo, entendido como elemento transversal del sistema político catalán, quedaba más que nunca en entredicho. Y es así como nos encontramos en el momento actual. Las últimas encuestas señalan una posible victoria electoral de Ciudadanos.

He dado estae rodeo para llegar a una idea que me parece fundamental. Probabement, el ascenso de Ciutadans se explique más por|para su habilidad al capitalizar el voto contrario al Proceso que no por|para un apoyo|soporte social mayoritario cabe al discurso lingüístico y de identidad contraria al catalanismo en su versión más transversal (autogobierno y cohesión de la comunidad a través de un bilingüismo efectivo). Dice Raimon Obiols a sus "notas de la extraña campaña" que no estamos, o no todavía, en un escenario de fractura social. Pero como también ha apuntado en las últimas horas Antoni Puigverd, la tela se ha rasgado.

Estamos apenas conociendo el fracaso de la empresa que ha sido el Procés, un ejercicio de músculo social viciado por un exceso de narcisismo. Todavía no conocemos, sin embargo, el alcance de la reacción. Los resultados del 21-D, y la capacidad que genere para construir propuestas y un relato que interpelen a una verdadera mayoría social, serán determinantes.

Decía el presidente Maragall de forma clarividente el año 2004: "Tenemos que pasar pues de la normalización a la normalidad. De la celebración de las derrotas en la de los pasos adelante. De la reivindicación a la propuesta catalana: Catalunya no se tiene que quejar más, no tiene que bramar, no tiene que llorar... Catalunya tiene que proponer."

Sólo así, volverá a ser rica i plena.