Pedro Sánchez hizo un 'todo o nada' en las elecciones catalanas de este domingo. Se cargó su ministro de Sanidad para situarlo de candidato del PSC el 14-F. Pero, a la hora de las urnas, el ministro de la gestión de la pandemia ha dado negativo. El llamado efecto Illa, a pesar de contar con todo el combustible del Estado –desde la Moncloa hasta dos sondeos del CIS--, se ha quedado a medio gas. La nueva jugada maestra de Iván Redondo, el gurú de Sánchez, no ha arrasado como se esperaba al coger el AVE hacia Barcelona. Ha conseguido una victoria pírrica, simbólica y compartida, ante una mayoría independentista ampliada.

El cambio de cromos de Miquel Iceta por Salvador Illa ha servido para situar al PSC como primera fuerza de la oposición al independentismo, pero ni siquiera como la que consiguió Inés Arrimadas al frente de Ciudadanosahora hace poco más de tres años. Los socialistas sólo obtienen la victoria en porcentaje de voto; con respecto a los escaños, la comparten con ERC en 33 diputados. El independentismo sigue reteniendo la mayoría absoluta del Parlament, que incluso amplía.

Si bien al principio de la noche electoral se mostraban "contentos" con los resultados e insistían que Salvador Illa se presentaría a la investidura, las expectativas se han ido rebajando con el avance del escrutinio. Fuentes del PSOE tienen asumido que no gobernarán, porque no contarán con el apoyo de ERC. El escenario que contemplan es un gobierno independentista liderado por ERC. Aún así, se muestran satisfechos por la primera posición compartida. Y lo consideran un "aval" a la gestión de la pandemia del gobierno español. Más allá de sus resultados, también se muestran satisfechos por el hecho de que la balanza independentista se decante por la banda de ERC y no la de Junts.

La realidad es que en el Gobierno trabajaban con tres posibles escenarios. El más favorable, una eventual victoria de Salvador Illa con solvencia, que no se ha producido. El segundo, el de una victoria de ERC, que La Moncloa no ve con tantos recelos, pero los republicanos ya han avisado, en votaciones en el Congreso, de que no regalarán nada. Y el tercero, el más temido, era el de una victoria de Junts, más partidario de la confrontación, un escenario que desde el ejecutivo central querían evitar fuera como fuera.

Justamente en Catalunya, el Gobierno tiene grandes desafíos por delante. El más inminente, la libertad de los presos políticos. Hoy por hoy, todo apunta a que será por la vía del indulto, pero el Gobierno quiere hacerlo con el menor ruido posible. Más a medio y largo plazo, hay la mesa de diálogo entre el Estado y la Generalitat, que sólo se reunió una vez ahora hace un año. A petición de ERC, tanto el PSOE como Unidas Podemos se comprometieron a reactivarla tan pronto como se constituya el nuevo Govern de la Generalitat.

El papel de Iglesias

El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, se ha volcado de pleno en la campaña catalana, incluso enfrentándose con sus propios compañeros de Consejo de Ministros. Era consciente de que había mucho en juego, empezando por su ya pequeño poder de influencia en La Moncloa como socio minoritario. Los comunes han evitado el porrazo que sí que sufrieron en el País Vasco, perdiendo medio grupo parlamentario, y en Galicia, donde desaparecieron completamente. En Podemos respiran –un poco- aliviados después de salvar los muebles y mantener a los 8 diputados de En Comú Podem.