En estas elecciones sólo hay dos candidatos que no estan en falso, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias. El resto son sucedáneos de Podemos y del PP disfrazados de líderes responsables y eficaces. 

Si Rajoy es el último representante de la España de la Transición, una especie de general Berenguer, funcionarial y resiliente, que gestiona una herencia desvalorizada con tesón crepuscular, Iglesias representa el colapso del régimen del 78 y todas las revoluciones frustradas que Castilla ha liderado contra el oscurantismo hispánico.

El líder de Podemos es el único candidato de estas elecciones que tiene una idea amplia y propia de cómo tiene que ser el Estado español. Iglesias tiene claro cómo se tiene que organizar su país y qué papel tiene que jugar en el mundo. En términos de pureza y sofisticación su discurso sólo es comparable al que trazó el presidente Aznar en su mejor época. 

Las concepciones de España de Iglesias y de Aznar pueden gustar más o menos, pero son auténticas, están basadas en la historia y en la realidad. El resto de candidatos van a remolque de Podemos y del PP y se limitan a hacer frases y a combinar tópicos. Para disimular esta carencia, se preocupan de parecer amables y evitan meterse en problemas.

Cualitativamente, ni Francesc Homs ni Gabriel Rufián tienen una idea de su país que se pueda comparar a la que tiene Iglesias. Eso hace que, en nombre de la democracia, el independentismo tienda a pronunciar un discurso subsidiario de Podemos. Homs lo disimula mezclándolo con cuatro gotitas del argumentario del PP, mientras que Rufian marca perfil aprovechando el color que le da Santa Coloma. 

Si Pedro Sánchez y Albert Rivera son sucedáneos de la idea madrileña y oligárquica de España que tenía el presidente Aznar, Homs y Rufián tienen la suerte de poder hablar de la libertad de Catalunya. En las últimas generales, ERC y CDC venían de ganar las elecciones del 27-S y muchos votantes todavía creían que Junts pel Sí llevaría el país hacia la independencia en 18 meses. 

En esta campaña, Homs ha acabado de perder el capital político que se había construido como portavoz del gobierno de Mas. Aunque ha tratado de sacar partido de la imputación del 9-N, el candidato de CDC nunca se ha creído que la independencia fuera posible y cada día le cuesta más disimularlo.

Con respecto a Rufián, ha perdido frescura y potencia subversiva respecto de hace seis meses. Si no hubiera sido por el caso Fernández Díaz, ERC y CDC habrían llegado sufriendo al último día de campaña. Es lo que pasa cuando gestionas votos como si fueran de tu partido y no los ideales que representa.

Cuando un político se pone demasiado en manos de los asesores pierde capacidad de reacción. Le ha pasado a Rajoy que, a base de sacar partido al discurso de Aznar, ha visto como su mundo se iba encogiendo, a pesar de haber mandado por mayoría absoluta. De poco le ha servido a Rajoy rodearse de jóvenes. Su campaña entre vacas y campos de alcachofas ilustra hasta qué punto el liberalismo económico tiende a degenerar en una forma de casticismo autoritario, si no va acompañado de una libertad civil equivalente.

Una cosa parecida le ha pasado a Pedro Sánchez, que ahora mismo sería presidente del gobierno si sus asesores no trabajaran para Susana Díaz. Si Sánchez se tomara la política con la pasión que se la toma Iglesias, no habría habido segunda vuelta y Rajoy sería historia. Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE prometiendo renovación y tiene muchos números por acabar en un consejo de administración del Ibex-35, como premio de consolación.

Aunque se habla de la poca personalidad del líder socialista, Albert Rivera no ha demostrado tener mucho más grosor que un cartel electoral. Si alguna cosa lo puede beneficiar en estos comicios es que ha salido menos en la televisión. Como Rivera tiene soluciones para todo, ya se ve que no defiende nada, aparte del statu quo, y para eso ya está el PP, en estas elecciones.

Hasta ahora el político jóvenes más ágil y ambicioso ha sido Iglesias. Si la fuerza de Sánchez y Rivera es el miedo que todavía nos da reconocer las mentiras de la Transición, la de Iglesias es toda la verdad que se silenció entonces. El hecho de tener una idea fuerte de España incluso le ha permitido adaptar a sus intereses el marketing del independentismo. Podemos ha copiado muchos conceptos al separatismo catalán, desde el "derecho a decidir" hasta el "nuevo país", pasando por la "revolución de las sonrisas".

Después de su debut en las europeas de 2014, Iglesias enseguida se dio cuenta de que para llegar a la Moncloa tenía que ayudar a liberar las energías de Catalunya. Primero dio apoyo al 9-N. Después, cuando el presidente Mas retrocedió, se salvó del porrazo electoral que le anunciaban las encuestas prometiendo que él sí que haría el referéndum. 

El líder de Podemos sabe que hasta que Catalunya no esté tranquila –dentro o fuera de España- él difícilmente podrá aspirar a poner los pies en la Moncloa. Si tenía alguna duda, en el último debate de TVE se lo volvieron a dejar muy claro. Iglesias cree que los líderes catalanes no osarán convocar nunca un referéndum por su cuenta y por eso cuando el sistema trata de cortarle la coleta lo reivindica con más fuerza. 

La coleta de Iglesias es igual o más simbólica que la barba de Rajoy. Si la barba representa la experiencia y la estabilidad, la coleta es el grito de la selva. Mientras que la barba es una máscara retórica, un elemento de distracción conservador, la coleta es un símbolo fálico. En las películas sólo los guerreros más felinos y egocéntricos llevan cola de caballo. La barba es como el escote o la minifalda de la mujer; a veces sirve para esconder la inteligencia, pero en general esconde una debilidad del carácter o del físico. 

Schopenhauer, que no soportaba a los hipócritas ni los sátiros, decía que cuando veía a un hombre con barba le venian ganas de llamar a la policía. El hecho de que Rivera, Sánchez y Homs se preocupen de ir bien afeitados da a entender que quieren transmitir una imagen de político transparente, honesto y serio. El problema es que, en una época de crisis de valores, querer representar la convención es un poco ingenuo. Con una barba tan pelada hace que parezcan políticos planos y desvalidos, sin nervio, ni recursos ni imaginación. 

Al fin y al cabo, barba viene de bárbaro (barbarus), igual que salvaje viene de salvarse.