“Los invasores serán echados de Catalunya”. Esta frase de Carles Rahola publicada en la portada de L'Autonomista el 6 de agosto de 1938, y que Carles Puigdemont había utilizado en un acto público, se convirtió en uno de los reproches que el candidato tuvo que escuchar de la oposición durante el pleno de investidura el pasado 9 de enero. Puigdemont recordó a la líder de Ciutadans, Inés Arrimadas, que Rahola era un periodista e intelectual – “una buena persona que no cogió nunca un arma” - que murió fusilado siete meses después de escribir aquel artículo. Fue precisamente en un acto para conmemorar la muerte de Rahola, que Puigdemont había parafraseado el texto. “Lo hacía por unos valores que espero que usted comparta; que este tipo de invasiones, es decir, la garra del fascismo sobre nuestras vidas, no la queremos nunca”, remachó.

Foto: Sergi Alcàzar

Al escuchar al candidato, en los escaños de JxSí se extendió una sensación de alivio. En aquel turno de réplica el candidato acababa de demostrar a su propio grupo y al resto de diputados que si su presidencia sufría algún problema, seguramente no sería por falta de habilidad parlamentaria.

Esta semana hará dos meses de aquel sorprendente pleno. Puigdemont ha tenido ya un tiempo para hacerse con las medidas del traje de president. También para sentir por donde se tensan las costuras. Mientras acepta disciplinado la sesión fotográfica de Sergi Alcàzar, se mueve con paciencia y desenvoltura. Atardece. En el pati dels tarongers, las flores blancas de los árboles escuálidos, desprenden un olor suave de azahar y la luz que declina impregna el palau de un aire irreal. El president confiesa que a veces todavía se sorprende de la situación en qué se encuentra desde aquel sábado cuando recibió la llamada de Artur Mas, que le concedía quince minutos para decidir si estaba dispuesto a dar un vuelco a su carrera política. Las fotografías, sin embargo, ya no muestran la expresión de perplejidad de los primeros días.

Posa para la cámara en el saló Torres Garcia que justo acaba de recuperar la obra que se ha expuesto durante unos meses en el MoMa de Nueva York. “Lo temporal no és més que símbol”, advierte la pintura haciéndose eco de una frase del Fausto de Goethe mientras las figuras bailan dominadas por la flauta de un inmenso dios Pan. Lo que es esencial y lo que es transitorio. Puigdemont se lo mira desenfadado. Ni el tiempo, ni la complejidad de la hoja de ruta parecen inquietarle de manera especial. Insiste en que en esta legislatura los plazos están más claros que nunca. Una vez transcurridos los dieciocho meses que lo han traído hasta aquí todo habrá caducado. Todo será diferente.

Al despacho del president se accede desde la espléndida galería gótica y después de atravesar el Saló Montserrat. Es el mismo despacho que han utilizado los presidents que lo han precedido. Un despacho pequeño y austero, que sorprende y contrasta con la magnificencia del palacio, y que a esta hora de la noche tiene una luz muy matizada. Triste.

Puigdemont se sienta delante de una mesa repleta. Carpetas apiladas, prensa internacional, papeles manuscritos, libros, CDs... Hay cierto aire de desorden. "Recuerda mucho a la mesa de un alcalde –explica-. Siempre con varios frentes abiertos”. En el palau se trabaja bien, asegura, aunque todavía no ha conseguido controlar la regulación de la temperatura. También se duerme bien. Aunque cada día se desplaza desde Girona ha tenido que pasar dos noches en la Casa dels Canonges, la residencia oficial del president. El silencio que durante la noche invade el palau es lo que más le ha sorprendido.

Se quita las gafas para trabajar con el ordenador. En la pared de la izquierda del despacho está el original del cartel de Antoni Tàpies Catalunya endavant. Un grito en letras negras. Contundente y enérgico. En la pared de la derecha, no hay nada. Sólo dos clavos engastados. Son los que sostenían el timón con que llegó Artur Mas a aquel despacho. “Cap fred, cor calent, puny ferm, peus a terra,” decía la inscripción del timón que después de vivir tormentas que nunca habría sospechado ha vuelto hacia el Maresme.

Para ocupar el espacio de esta pared ahora vacía, Puigdemont tiene previsto traer la reproducción de la portada de la El Autonomista con uno de los artículos de Carles Rahola que fueron utilizados como prueba de cargo para condenarlo a muerte pocas semanas después de la entrada de las tropas franquistas en Girona. Otra vez el periodista de Cadaqués fusilado la madrugada de un 15 de marzo de 1939. Finalmente, y después de irrumpir juntos en el pleno de investidura, parece que Puigdemont no será el único gerundense que se instalará en el despacho del president el resto de la legislatura.