Con toda la solemnidad, desde la sala de prensa de La Moncloa, Pedro Sánchez presentó ayer su Plan de transición hacia una nueva normalidad. Llegó seis semanas después de decretar el estado de alarma, poniendo un poco de luz a la oscuridad que ha dejado el coronavirus en España. Paradójicamente, sin embargo, es ahora cuando llega la tormenta para el Gobierno, que sudará más para sacar adelante sus planes de desescalada. Seis semanas de gestión de la pandemia le han hecho ganar no pocos recelos y desconfianzas, incluso entre sus propios colegas de partido. Hoy no tiene ni asegurada la mayoría parlamentaria. Durante las próximas semanas habrá que recuperar los pactómetros abandonados después del debate de investidura del pasado enero.

Y eso que el Gobierno arrancó este periodo excepcional, el del estado de alarma, con una mayoría excepcional en el Congreso de los Diputados. La primera votación que se hizo, la de la primera prórroga, alcanzó hasta 321 votos a favor y ninguno en contra. Pero Sánchez ha ido perdiendo apoyos por el camino, cada dos semanas, después de diferentes golpes de volante, rectificaciones e improvisaciones. En la segunda prórroga ya fueron 270 a favor y 54 en contra. Y en la tercera ampliación, 269 a favor y 60 en contra (donde había Vox, JxCat y la CUP). Y falta ver qué pasará en la cuarta, que ya ha confirmado que pedirá. El estado de alarma seguirá siendo necesario para la desescalada.

Para empezar, sus socios le avisan de que se han acabado los cheques en blanco, que después ha aprovechado para centralizar competencias y ni siquiera escuchar sus demandas. Este lunes, la portavoz de ERC, Marta Vilalta, avisaba al Gobierno de que, si no devuelve las competencias a Catalunya, su partido no volverá a facilitar ninguna nueva prórroga y votará en contra. Un aviso a navegantes que hoy ha reiterado Gabriel Rufián, recordando que "los 180 diputados" están en peligro. "¿Cuánto les importa la legislatura? ¿Les importa mucho, les importa poco, son conscientes de que la alternativa a no dialogar, a no informar, a no entenderse con nosotros es Torquemada, Abascal y sus colegas"?, preguntaba.

El PNV también ha expresado sus recelos hacia el Gobierno durante las últimas semanas, después de que se hayan adoptado decisiones cuando horas antes les habían informado de lo contrario desde La Moncloa. El plan de desescalada, como para el resto, ha sido la guinda de este pastel. Los jeltzales reprochan que todo se decida desde Madrid, sin que los gobiernos autonómicos asuman "ni una sola función" en el desconfinamiento. Los nacionalistas vascos ven un "error" que no se permita a las administraciones más cercanas "adaptar la situación a las particularidades de cada territorio". En la línea de los independentistas catalanes, todavía más incomprensible ven la anticuada división provincial para la desescalada.

Justamente el debate en torno a la provincia ha sido el mejor termómetro del estado frágil de los apoyos del gobierno Sánchez-Iglesias, también a nivel institucional. Las críticas le han llovido de todas partes, la estupefacción ha llegado a todos los partidos, incluso al PSOE. El presidente socialista Ximo Puig ya trabajaba en su propia división, que pasaba por los 25 departamentos de salud del País Valencià, y no por las tres provincias. El mismo Puig ha salido hoy para decir que "el marco provincial no es el adecuado". Los mismos reproches han llegado de comunidades independentistas (Catalunya), nacionalistas (País Vasco) o populares (Galicia y Andalucía). No ven en ello ni pies ni cabeza.

Y es que Sánchez va perdiendo la confianza de sus socios de investidura, pero también el de la oposición de la derecha, que hasta hoy le ha aprobado casi todo en el Congreso de los Diputados sin pedir mucho a cambio. Pero el plan de desescalada, que han conocido también por los medios y que no han acabado de entender, ha sido la gota que ha colmado el vaso. La sesión de control de este miércoles ha hecho evidente que La Moncloa y Génova están cada vez más lejos, con un Pablo Casado acusando al presidente español de "hacer el ridículo". Pero también empieza a notarse cierta distancia con el neocentrista Ciudadanos, que a pesar de la "mano tendida" reconoce que Sánchez "no da la talla". Habrá que ver si eso se traduce en una retirada del apoyo, que hoy por hoy no garantizan.

 

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