Dice la leyenda familiar que la abuela paterna llegó a Catalunya escondida bajo el asiento de un tren que venía de Andalucía. Eran los años cuarenta, y la abuela recuerda que durante el viaje, su tía, ella y su hermano se alimentaban a base de naranjas. Cuando era pequeña, la abuela se levantaba de madrugada para ir a trabajar a la fábrica. Hacía el camino con una niña aragonesa, Angelina. Ya de abuelas, mientras charlaban y charlaban en casa de Angelina, su nieta y yo estábamos en la buhardilla imaginándonos ser las últimas supervivientes de un holocausto vampírico. Desde una ventanilla avistábamos la calle. Pero no durante mucho rato, pues los vampiros nos podían ver.

La abuela me ha hablado muy poco de la guerra. Vivía a una zona controlada por los nacionales. Le daba mucha impresión ver las iglesias quemadas por los rojos. En Catalunya me ha medio insinuado que sufrió algunos casos de xenofobia y me ha explicado que no le gustaba nada que los franquistas obligaran a las señoras mayores a hablar castellano. La abuela solo habla castellano o bien cuando se enfada o bien cuando está sorprendida. El andaluz aparece en la manera de formular las palabras (iiira, qué desabrío eres), pero no en el acento. Cuando hablo en castellano utilizo algunas palabras que dice la abuela. Queda muy extraño, con mi acento catalán.

La abuela se casó con un catalán de origen, el abuelo Marcel. Hasta hace unos años, todavía iban a bailar sardanas. A misa los domingos. Cuando el papa era pequeño, emigraron a Alemania. Al principio, la abuela llevaba una grúa. El abuelo trabajaba en las fábricas de acero del Ruhr. Estuvieron durante siete años. De lo que la abuela más me ha hablado de Alemania es del Kaffee und Kuchen, la tradición de comer pastas a media tarde. La abuela ha sido ama de casa y modista. Venía a cuidarnos a mis hermanas y a mí los lunes, los martes y los jueves. Con ella y el abuelo, mirábamos películas de romanos durante la Semana Santa. Entre sus habilidades destacan darte dinero a escondidas de los papas como si pasara droga o un sobresueldo en negro, cocinar unos salmones envueltos de hojaldre buenísimos y colocar en una sola tarde todos los números de un tocho talonario de lotería, de aquellos que te hacen vender cuando vas de colonias o al club deportivo.

La yaya y yo somos como el día y la noche. Ella es religiosa, yo atea. Le encanta la naturaleza, yo la tolero por salud y ecologismo. Ella fue una emigrante en Catalunya, yo la prueba de que, en muchos casos, la integración persistió

La abuela y yo somos como el día y la noche. Ella es religiosa, yo atea. Le encanta la naturaleza, yo la tolero por salud y ecologismo. Ella fue una emigrante en Catalunya, yo la prueba de que, en muchos casos, la integración persistió. Sufre para mí "cuando me meto en política". Siempre me ve por la tele, "a veces hay hombres que no te dejan hablar". Nos hurgamos la una a la otra por deporte. Cuando me pregunta cómo me va la economía, siempre le digo que mal, "me lo gasto todo en hombres, abuela". "Venga, va, no lo digas ni en broma", responde, picándome el brazo.

A veces las diferencias se funden. Cuando no quiero reconocer un error en una discusión casera, me pongo toda erizada, muevo la cabeza ligeramente hacia un lado y suelto un "que ya lo seeé". Mis hermanas, si lo han oído, contestan a la vez "que ya lo seeé", imitando a la abuela. Recuerdo la curiosidad con que ella miraba mis libros en inglés "¿Tú entiendes eso"?, decía, sin apartar los ojos del mar de palabras incomprensibles. Es la misma fascinación con que miro las imágenes de las islas del Pacífico. Aunque no estudió, la abuela siempre ha tenido curiosidad por el mundo que la rodea, aunque siempre me ha recordado que allí fuera tengo que vigilar.

No he ido nunca al pueblo de la abuela. Lo tengo pendiente, pero no sé hasta qué punto sentiré algo especial cuando vaya. La duda no sé si me hace sentir bien o mal. Tener sangre andaluza ha estado tan relevante para mi identidad como tener el pelo castaño. Si alguna cosa no perdonaré ni a los supremacistas españoles que cuentan apellidos ni a los charneguistas que hacen del mestizaje la nueva pureza racial catalana es forzarme a reivindicar una parte de mis orígenes por desmentir o matizar lo que dicen. Me ha hecho sentir que instrumentalizaba la vida, sobre todo el padecimiento, de mis antepasados. Como si hubiera traicionado el pacto que teníamos sobre cómo ver una parte de mis orígenes.