En 1997 Manuel Fraga conseguía, con 42 diputados y un 51% de los votos, su cuarta mayoría absoluta consecutiva en elecciones al Parlamento de Galicia, mientras el BNG, que presentaba como candidato a Xosé Manuel Beiras, obtenía 18 y la coalición del PSdeG con Esquerda Unida e Os Verdes, liderada por Abel Caballero (hoy hegemónico alcalde de Vigo y tío del actual líder y candidato, Gonzalo Caballero), obtenía 15.

23 años después, tras el cambio de siglo, la crisis de país de Nunca Máis (2002-2003), el paréntesis esperanzador del gobierno de coalición PSdeG-BNG (2005-2009), una recesión implacable, la pérdida del subsistema financiero gallego (Banco Gallego, Banco Etcheverría, Banco Pastor, Caixa Galicia y Caixanova), el 15-M de 2011 y la época del éxito electoral de las Mareas (elecciones locales de 2015 donde obtuvieron las alcaldías de A Coruña, Santiago de Compostela y Ferrol, generales de 2015 y 2016 y, en buena medida, las autonómicas de 2016), volvemos a la casilla de salida. Feijóo revalida los 41 diputados de 2016, el BNG de Ana Pontón bate su récord histórico de 1997 y obtiene 19 y el PSdeG de Caballero empata el segundo peor resultado histórico de su partido, precisamente el obtenido por su tío Abel (bajo la dependencia orgánica del entonces alcalde coruñés Paco Vázquez) en el lejano 1997.

Triunfo personal de Núñez Feijóo

El triunfo de Feijóo (47,98% de los votos —menos de tres décimas más que en 2016—) es evidente y es preciso reconocerlo sin ningún tipo de restricción. Sí es verdad que su base electoral es más rural que urbana, integrada en gran medida por muchas más personas de edad que por personas jóvenes. Sí es verdad que el retroceso económico de Galicia en los once años de mandato es una realidad reconocida por todos los economistas, que el mayor PIB per cápita es consecuencia sólo de la menor población de derecho, resultado a su vez de la emigración de las generaciones más preparadas de la historia de Galicia, lo que a su vez genera las condiciones demográficas precisas para que Feijóo pueda mantener ese 48% a partir sólo de 620.000 votos (un 28% del censo, 12.000 votos por encima de la suma de votos de nacionalistas, socialistas y comunes). Pero todos los votos son iguales. Esta es una regla de primero de democracia y sólo el simplista “roturismo” de los comunes puede jugar con principios tan esenciales en democracia.

No es cierto que el presidente gallego sea un galleguista en el sentido político del término. Tampoco un españolista en lo ideológico. Se trata de una personalidad utilitarista, hasta casi el límite del cinismo político

También es verdad que Feijóo tapó absolutamente las siglas del PP esta campaña para sustituirlas por el segundo apellido por el que es conocido (que significa alubia en castellano, el ingrediente esencial de la feijoeira típica brasileña) y la apelación al país: “Galicia, Galicia, Galicia”.

No es cierto que el presidente gallego sea un galleguista en el sentido político del término. Tampoco un españolista en lo ideológico. Se trata de una personalidad utilitarista —hasta casi el límite del cinismo político— que lo mismo habla en Barcelona de la condición objetiva de nación sin estado de Galicia que rechaza una tarifa eléctrica gallega propia esencial para la industrialización de su país, que sobreproduce una electricidad que se vende más cara a sus consumidores y empresas que en cualquier otro lugar del Estado. Como decía el actor gallego Manquiña en 1997 en su personaje de Airbag, “lo mismo que te digo una cosa te digo la otra”. Y es que la transversalidad del voto a Feijóo, que agrega centristas, galleguistas muy temperados, españolistas medio light y derechistas varios, tiene que ver con ese continuo baile que otr@s prefieren llamar equilibrio.

La agenda de Feijóo en 2009 era neocom y recentralizadora. Y la ha aplicado en buena medida. Pero es verdad, también, que su propio electorado, con el tiempo, lo ha ido ubicando en sus actuales posiciones, mucho más indefinidas y eclécticas.

Además, Feijóo hundió a Vox y Cs (que obtuvieron respectivamente el 2% y 0,74% de votos) y le dio la vuelta a la clara victoria del centro-izquierda gallego en las dos elecciones generales de 2019 y en las municipales del mismo año. Pleno total.

El suspenso del PSdeG que relata su inexistencia de hecho en Galicia

También es verdad que el PSdeG obtuvo un diputado más que su peor resultado, curiosamente el obtenido en 2016, cuando empató a 14 con En Marea, que lo superó en votos. Pero (¡ay!) en 2016 no era presidente del Gobierno del Estado Pedro Sánchez ni había obtenido el PSdeG su primer triunfo en unas elecciones estatales en Galicia (abril de 2019) ni un empate técnico posterior con el PP en la reedición de dichas elecciones (noviembre de 2019).

Los resultados del PSdeG son absolutamente desiguales. Mientras en Vigo, feudo de su alcalde Abel Caballero, obtuvieron el 32%, en A Coruña se desplomaron al 18% —un nivel semejante al de 2016— a pesar de contar con la alcaldía. Pero también contaban con las deputacións de A Coruña y Lugo y con las alcaldías de Lugo, Santiago de Compostela, Ferrol, Monforte de Lemos, Burela, Foz o Vilalba. Si en las circunscripciones de Pontevedra (sobre todo) y algo en Ourense el PSdeG mejoró, en las dos del norte de Galicia fracasó. Quizás la falta de participación de las organizaciones locales del norte en la elaboración de las candidaturas del 12-J (impuestas por el candidato Caballero)  explica parte de este despropósito electoral.

También es verdad que Sánchez Pérez-Castejón no pudo acudir a Vigo a cerrar la campaña de las elecciones nacionales gallegas en razón de una imprevista y grave avería de una rueda del avión que le iba a transportar. Este lamentable accidente abonó la historia urbana de que el PSdeG sabía del inminente sorpasso del BNG y no quería contribuir a una mayoría alternativa a Feijóo. Sólo faltaría que los gallegos también quisieran bilateralidad o, incluso, más cosas. En cualquier caso, uno no es conspiranoico y no va a admitir tal teoría. Aunque ya saben, “as meigas, habelas hailas”.

Los comunes desaparecen

En mayo de 2015 las Mareas locales gallegas obtuvieron buen número de alcaldías, incluídas la coruñesa, compostelana y ferrolana. Es verdad que Podemos había quedado muy al margen de los principales puestos de responsabilidad de aquellos gobiernos locales y que muchos de los principales cuadros de las Mareas gallegas tenían un pasado de militancia o colaboración nacionalista. Teóricamente, las Mareas se vendían como confluencias del confederalismo y del independentismo y apostaban inequívocamente por el derecho a decidir de Galicia.

En junio de 2016 los comunes gallegos se constituyeron en un partido de mayoría soberanista (En Marea), con un candidato de pasado galleguista, Luis Villares, obteniendo aún el segundo puesto entre las candidaturas de las elecciones gallegas de septiembre de 2016, aunque empatando a 14 diputados con el PSdeG. A partir de aquí, Podemos desplegó todo tipo de filibusterismos contra En Marea hasta que rompieron el grupo parlamentario. Los resultados fueron elocuentes: Podemos, con Esquerda Unida, el partido beirista Anova y las mareas de A Coruña (Marea Atlántica) y Santiago (Compostela Aberta) obtuvieron el 12-J menos del 4%  y ningún diputado, ya que desde las elecciones de 1993 el umbral mínimo para obtener representación en las elecciones gallegas es del 5%.

Resultado: más de 50.000 votos alternativos sin representación. De obtener unos pocos votos más, es posible que el resultado del PP bajara a 38-39. No llegaría para privarle de la mayoría absoluta, pero sí representaría mejor el mapa que diseñó el este domingo el electorado gallego.

El éxito del BNG

El BNG más que triplicó su resultado de 2016 (8,3% votos y 6 diputados) obteniendo ahora un 23,8% y 19 diputados, batiendo el récord histórico de Beiras de 1997. Ana Pontón, la candidata de 2016 y 2020, rentabilizó un duro y poco lucido trabajo de oposición, una política coherente y seria frente a los vaivenes socialistas y comunes y un aggiornamento de estilo y mensaje que le hizo conectar con el galleguismo exterior al BNG. El antiguo vicepresidente Anxo Quintana, el antiguo portavoz nacionalista Carlos Aymerich y el pasado alcalde de Lalín —hijo del antiguo secretario general del PPdeG— Rafael Cuíña encabezaron un manifiesto de más de 150 referentes del gobierno bipartito, alcaldes y exalcaldes, portavoces locales y fundadores de los partidos En Marea y CompromisoxGalicia (socio de CiU y EAJ-PNV en las europeas de 2014) pidiendo el voto para el BNG y Ana Pontón y llamando a ensanchar la base social del soberanismo plural en el próximo futuro.

La hegemonía del BNG de la oposición debería traer una resensibilización con la economía real y local y la identidad lingüística y cultural de docenas de miles que votan a Feijóo y, sin embargo, no están por la liquidación nacional o económica del país

Pero también sumaban Ana Pontón y el nuevo BNG a muchos de los fundadores de Anova, el partido de Beiras, como Alexandra Fernández, ahora diputada electa del BNG y portavoz del subgrupo de En Marea en el Congreso estatal hasta que rompió con el resto de su minoría por el vergonzoso apoyo prestado por la hoy ministra Yolanda Díaz, el candidato Gómez-Reino y los restantes diputados de los comunes gallegos al proyecto de Presupuestos Generales del Estado de 2019 (finales de 2018), que discriminaban gravemente a los intereses gallegos.

Aportaba también el BNG un buen hacer parlamentario y una gran solvencia en su gestión de gobernanza local, con su referente urbanístico europeo de Pontevedra y buen número de villas medias bien gobernadas, como Allariz o Carballo, así como cogobiernos discretos y eficaces con el PSdeG en tres de las cuatro deputacións gallegas. Y, sobre todo, una modernidad de estilo y mensaje en su candidata Ana Pontón, que combinó la reivindicación feminista inclusiva y una afirmación positiva de la identidad lingüística y cultural con la defensa de los intereses económicos propios del país y de sus mayorías sociales.

El éxito del BNG le obliga a mucho. Para dentro ha de pensar más en términos de país, de ciudadanía, que de lo que piensen o sientan sus incondicionales. Y para fuera ha de entender las circunstancias de un país con muchos problemas, en lenta decadencia, demográficamente poco viable, complejo… pero también europeo y con importantes sectores y referentes modernos y dinámicos. Una Galicia donde más del 70% de su ciudadanía vive ya en las ciudades, villas y sus conurbaciones del eje atlántico entre Ferrol y la raia portuguesa.

¿Puede cambiar la línea estratégica de gobernanza del PPdeG?

Muchos sabemos que constituye parte de los objetivos estratégicos del PPdeG apoyar a la empresa ENCE en el irresponsable fomento de la eucaliptización del medio rural gallego, contribuir a proyectos ambientalmente insostenibles o al recorte de los servicios públicos sanitarios o sociales. Pero también hemos visto como la sociedad gallega (incluso el propio electorado de Feijóo) le obligó históricamente, por la presión ciudadana, a renunciar a los proyectos mineros de Corcoesto o Touro o a mantener el paritorio del hospital de Verín.

Sin duda, la hegemonía del BNG de la oposición debería traer una resensibilización con la economía real y local y la identidad lingüística y cultural de docenas de miles que votan a Feijóo y, sin embargo, no están por la liquidación nacional o económica de mi país. Porque existir, existen.

Cuando los soberanistas gallegos sepan —sepamos— hablar para estas docenas de miles, el PPdeG dejará de gobernar Galicia. Por ahora parece un futuro incierto. Lo que sí parece es que la izquierda española no va a constituir el centro de la alternativa. Aunque probablemente parte de ella.

Lo que demostró el 12-J, desde luego, es que Galicia tiene un sistema (o, al menos subsistema) propio de partidos. Como decía el creador multimedia Antón Reixa, Galicia es sitio distinto.