La entrevista que VilaWeb publicó este fin de semana a Xavier Bru de Sala me hizo pensar en una escena de Hermanos de sangre que mi amigo Roger Mallola me envió después de la comedia del 9-N. En la escena, un grupo de soldados decide negarse a participar en el desembarque de Normandía si el ejército no les cambia el oficial que tienen asignado.

La conversación del motín explica el problema que algunos articulistas y políticos tratan de esconder cuando pretenden que el independentismo necesita ampliar la base electoral o que el pueblo catalán no tiene fuerza para mantener un pulso con España. El suboficial que lidera la revuelta advierte a los soldados que pueden acabar todos fusilados y uno de ellos contesta lapidario: "Yo no pienso seguir a este hombre en el campo de batalla".

El hombre que desmoraliza a los soldados hasta el punto que prefieren morir como conejos en una pared es un oficial que disfraza su cobardía exhibiendo una exagerada observación del reglamento y de los libros que ha leído en la academia. El pretendido sentido de la exigencia que transmite a sus subordinados tan sólo enmascara el miedo que le da tomar decisiones sobre el terreno y hacerse responsable de los temores y las carencias de su grupo.

Hermanos de sangre explica bien que el liderazgo sale del coraje y la esperanza que te puedes permitir regalar, y que la inteligencia se da por descontada. Si no estás dispuesto a pagar el precio de las debilidades y el sentido de la supervivencia de tu grupo, a la hora de la verdad los discursos y los galones no resultarán nada convincentes porque el hombre sencillo tiene más miedo del deshonor que del dolor, que conoce por defecto.

Bru de Sala no es un líder político, pero aspiró durante años a ser un intelectual de referencia. Cuando yo estudiaba Periodismo, por ejemplo, publicó un libro bastante comentado que se titulaba El descrèdit de la literatura. Ahora no lo tengo a mano, pero cuándo lo leí ya me pareció que estaba escrito desde el mismo sistema de excusas que criticaba, sea para evitar el peligro, sea porque el autor no veía más allá.

El libro atacaba la política cultural del pujolismo, pero igual que la entrevista de VilaWeb era una macedonia de ideas grandes y pequeñas, presentadas con una retórica de cortesano untuoso. Como El os de Cuvier, un ensayo de Valentí Puig que salió después, el libro explotaba los diagnósticos apocalípticos que gustan tanto a Josep Cuní y obviaba la ocupación de Catalunya y el daño que Pujol habría causado a la unidad de España si hubiera dado un poco de consistencia a la cultura del país.

Como es natural, de entrada no entendí nada. Igual que me pasa con otras figuras de su época, leer Bru de Sala sólo me ha sido útil a la larga, para aprender qué trampas tenía que evitar. Es una suerte que no se pueda condenar a los columnistas a pagar indemnizaciones. Porque con los discursos provincianos disfrazados de alta cultura que algunos han emitido, habría que discutir si no han provocado tantos o más destrozos que los políticos y los financieros que todo el mundo juzga sin ninguna compasión.

De la entrevista de VilaWeb me hizo gracia descubrir que Bru de Sala había asesorado a Duran i Lleida, que todos sabemos cómo ha acabado. Es una lástima que el entrevistador no le preguntara si no se siente responsable del fracaso del dirigente de UDC. O si le dijo en algun momento lo qué pensaba o sólo lo que creía que quería oir. Y también qué opinión le merece Thomas Friedman —uno de los articulistas preferidos de Valentí Puig—, que sigue cobrando montones de dólares por sus opiniones, a pesar de haberse equivocado tantas veces.

La figura de Bru de Sala va bien para recordar que tener razón está sobrevalorado. Al fin y al cabo, no son las ideas las que tienen que sobrevivir y competir, sino los individuos que tienen necesidades y vidas concretas. En este sentido, la parte de la entrevista más significativa era la que llevaba Bru de Sala a afirmar que los independentistas de derechas deberíamos disimular y hacer ver que somos de izquierdas.

Incluso para un hijo del cinismo de la dictadura, me pareció una osadía intentar colocar una idea como esta en la cabeza de los catalanes. Tu puedes querer que ERC pacte con Ada Colau. Pero intentar vender que la independencia se puede hacer sólo desde la izquierda —sobre todo si deber ser pacífica—, es como contar que se puede ganar una carrera con una sola pierna o que la cultura de un país puede crecer de manera natural, al margen de la libertad que sus instituciones puedan proteger.

La entrevista estaba tan llena de incongruencias que no sabría decir si eran conscientes o fruto de la deformación de tantos años de pasar por el aro. Me gustaria saber por qué justo ahora que ya está casi acabado, Bru de Sala insiste en rematar a Mas —quizás quiere vender el cadáver a Santi Vila—. También me llamó la atención que atacara a Jordi Pujol por la corrupción pero defendiera la misma estrategia que el expresidente trata de vender en la intimidad, sin ver la relación que una cosa tiene con la otra.

Cuando alguien se pregunte qué ha pasado en Catalunya que piense en la escena de Hermanos de sangre. Yo no sé por qué Bru de Sala va en bicicleta a los 65 años. No sé si es para hacer ver que es de izquierdas o porque trabaja para alguna empresa interesada en introducir el coche eléctrico. Pero la imagen de él pedaleando por la ciudad retrata toda una generación de figuras intelectuales que hace años que ha perdido la capacidad de hablar seriamente de nada porque sólo en el plan mítico de la niñez conserva una idea civilizada de la inocencia y la dignidad.

Yo antes me dedicaría a vender frankfurts que a participar de un sistema pensado para destruir así mi inteligencia. Por suerte, me parece que durante un tiempo el riesgo se pagará como se pagan las cervezas artesanas y, en general, todo aquello que no envasa una multinacional. Porque si pienso en los discursos que ha promocionado la Catalunya autonómica, me viene a la cabeza aquel famoso anuncio de Malboro: tú ves a un cowboy apuesto, recortando una puesta de sol romántica sobre su caballo, y entonces por una asociación de ideas equivocada fumas. ¿Y qué consigues? Pues un cáncer.

Y al final dices: "Que fume Franco".