Miremos un poco más allá del palmo que tenemos delante de la nariz. Prácticamente vista para sentencia la duodécima legislatura de las Cortes españolas, que ya todo el mundo da por muerta a causa de la incapacidad de los candidatos en litigio para alcanzar una mayoría suficiente en la investidura, aunque los malabarismos y las acrobacias todavía durarán un poco, quizás ha llegado la hora de ir un poco más allá de las terceras elecciones que todo el mundo, tanto si lo reconoce explícitamente como si no, da por hechas. Porque unas terceras elecciones, realmente, son el paso siguiente y lógico si no hay investidura en esta segunda legislatura fallida. Pero, ¿son la solución al problema? Es difícil encontrar una solución si antes no se ha reconocido el problema. Pero el problema, ¿cuál es?

O, si queréis, intentemos pensar por hipérbole. Ahora que las terceras elecciones son seguras, ¿por qué no unas cuartas elecciones, o unas quintas? ¿O alguien piensa seriamente que unas terceras elecciones pueden resolver alguna cosa de lo que ahora falla o pueden ofrecer alguna perspectiva diferente de la que han dejado las segundas?

El problema, aunque los diarios no lo digan, es que el sistema político español y, con él, el Estado español, han llegado a un punto de colapso

No, quizás hay que empezar a decirlo: unas terceras elecciones no son la solución al problema. Porque el problema no es que, finalmente, no haya investidura, de nuevo. El problema es que quizás todavía no se ha localizado el problema. Y el problema, aunque los diarios no lo digan, es que el sistema político español y, con él, el Estado español, han llegado a un punto de colapso. O, si nos ponemos técnicos, a aquel punto que la termodinámica denomina el punto crítico: para no entrar en detalles, cuando un gas no llega a condensarse. En términos políticos, la imposibilidad de avanzar más allá de la parálisis.

Analizado con una cierta perspectiva del recorrido que ha llevado hasta la situación actual, no es complicado adivinar que este colapso, en primera instancia, es el resultado de un déficit democrático del sistema mantenido durante casi cuatro décadas, desde sus inicios fundacionales, que ha acabado por carcomer el sistema por dentro en todos los índices que deberían definir, por comparación con las democracias existentes, la calidad democrática del sistema: incapacidad de abordar la pervivencia del franquismo en la democracia (desde las cuestiones referentes a la memoria histórica hasta el funcionamiento del poder judicial), descrédito o inexistencia de la separación de poderes, corrupción política, puertas giratorias, incapacidad de abordar problemas estructurales como el paro, la vivienda o la educación, etc. 

Sin embargo, desde una perspectiva más coyuntural, el auténtico problema operativo de la situación actual es una distribución diabólica de la representación política en un sistema político, como el existente en España, pensado en términos bipartidistas pero incapaz de gestionar el nuevo quatripartidismo por falta absoluta (¡cuatro décadas no son nada!) de tradición democrática. Con la aparición de Ciudadanos y de Podemos en el escenario político español, se ha acabado, en la práctica, el bipartidismo, sin que, sin embargo, se hayan previsto mecanismos y dispositivos para que el sistema siga funcionando como lo había hecho hasta ahora, bajo la lógica de la alternancia de poder entre las fuerzas mayoritarias del pluralismo político existente. La combinación de las cuatro formaciones con aspiraciones reales al Gobierno del Estado hace realmente difícil, a poco que piense, la posibilidad que en unas terceras, o cuartas, elecciones, se produzca una modificación sustancial del reparto mayoritario de los escaños entre estas cuatro fuerzas de manera tal que, al fin y al cabo, una investidura sea posible. Siempre y cuando no se produzca una modificación radical de la situación, que nadie espera.

Imagino que, a estas alturas, el genio de aquella ocurrencia según la cual, ante la emergencia ascendente de Podemos, reclamó la necesidad de un Podemos de derechas, debe estar pensando en suicidarse. La lógica distributiva del sistema D'Hondt hace que la presencia de Ciudadanos bloquee la posibilidad de una mayoría absoluta del PP y que la de Podemos haga una cosa análoga con el PSOE. Y sin embargo, este bipartidismo al cuadrado hace muy difícil, si no imposible, la posibilidad de que sólo dos de estos cuatro partidos puedan llegar a sumar una mayoría suficiente para una investidura futura, si no es la suma de PP y de PSOE, cosa que, aunque matemáticamente sería suficiente, tanto en esta legislatura como en alguna posterior, es completamente inviable desde el punto de vista político, ya que supondría, en realidad, la desaparición del pluralismo político en el actual sistema parlamentario español. Todas las otras combinaciones son, sin la intervención de un factor de cataclismo, imposibles: el PP podrá sumar a Ciudadanos, pero no puede alcanzar mayoría suficiente; el PSOE podría sumar a Podemos, y le puede pasar lo mismo; sin embargo, visto el enquistamiento del funcionamiento electoral español, es difícil que alguna de las dos opciones de este bipartidismo al cuadrado llegue a obtener, en un futuro inmediato, una mayoría absoluta suficiente para obtener una posible investidura.

Sería posible, quizás, si algunos de los candidatos a la presidencia del Gobierno (Rajoy o Sánchez) salieran del primer nivel de la escena política, porque eso podría provocar movimientos de votos hoy por hoy imprevisibles, en un escenario que, por lo visto, nadie plantea. O sería posible, también, si fuera verosímil alguna solución fruto de la imaginación política. Pero, de un sistema y de un Estado en clara quiebra y en la actual situación de bloqueo, esperar una solución imaginativa es ciencia-ficción. 

El sistema político español ha entrado en el territorio diabólico de las mayorías insuficientes. Y no es que esta situación sea diabólica per se

El sistema político español ha entrado en el territorio diabólico de las mayorías insuficientes. Y no es que esta situación sea diabólica per se. En una democracia madura, sin déficits estructurales y con tradición democrática o voluntad de tenerla, esta situación es relativamente habitual. Pero en un país como España con el cóctel indigestible de falta de tradición democrática y de déficits estructurales de calidad democrática, eso tiene salida difícil para la supervivencia del propio sistema. Si es que tiene alguna. 

Algunas cabezas lúcidas, en el pensamiento político peninsular, ya han empezado a verlo. El problema, en España, no es (sólo) el Gobierno. El problema es el sistema. El problema es el Estado. La mayoría absoluta del Parlament de Catalunya, por otras vías, también ha llegado a la misma conclusión. ¡Feliz Diada!