Julio es el peor más del año. No sé si por el calor cada vez más infernal, tórrido y no sé qué más, porque se me estropeó el aire acondicionado, porque ya llegamos agotados, porque todo el mundo quiere acabar lo que ha ido gratinando durante meses o porque la perspectiva de las vacaciones lo hace todo más pesado. O porque me hago mayor, algo que no descarto por evidente. Y por eso, cambio climático aparte, cada vez más me planteo hacer vacaciones en la montaña. Hasta aquí el resumen de mi mes pasado, que al lector le interesará tirando a cero.

Ahora es agosto, como saben ustedes. No es ninguna exclusiva. Y medio mundo está de vacaciones. Tampoco es una exclusiva. Quizás harto de todo, empezando en julio, por primera vez he logrado desconectar de las redes sociales. Enhorabuena, y a mí qué, pensará usted. Sigo. He desconectado básicamente del artista antes conocido como Twitter, y de Instagram, que es lo que consume la gente de mi edad. Mayor. Bien, esto y las aplicaciones para ligar. Pero eso es otra historia, que quizá les interese más, pero en la que no voy a entrar.

Ha llegado a un punto en el que no me interesa lo que hacen y lo felices que son los amigos, conocidos, saludados, famosos y famosillos

Así que, por primera vez, hace ya días, me he desinstalado las llamadas redes sociales. Motivo real de este artículo. Principalmente, porque es una adicción que hace perder el tiempo, pero también porque estoy harto de que el algoritmo me haga leer siempre a los mismos tuiteros (no sé si ahora que se llama X, se les sigue llamando así) que no me interesan y siempre están enfadados. Dicen que por culpa de Elon Musk, pero ya lo estaban antes. Y eso que sigo indiscriminadamente a miles de usuarios. Pero o nunca tuitean o la máquina me engaña. Y las he desinstalado, las apps, porque ha llegado a un punto en el que no me interesa lo que hacen y lo felices que son los amigos, conocidos, saludados, famosos y famosillos a los que también sigo de manera indiscriminada. Y a mí qué, pensará usted. Pues nada, que estoy la mar de contento. Así que este año no sabré dónde han pasado sus vacaciones. Ni tampoco sabrán, claro, dónde las he pasado yo. Lo que también debe interesarles tirando a cero. Aunque no descarto colgar alguna foto para simular que mi vida (también) es muy guay.

El caso es que con esta nueva experiencia he descubierto que X (antes Twitter) me persigue. Me envía correos para anunciarme tuits superinteresantes. Seguro que lo son. Solo lamento, eso sí, perderme noticias como la muerte de José Luis Perales o la milagrosa recuperación del embarazo de Cristina Pedroche. Pero, vamos, también he descubierto que todo esto lo puedes seguir leyendo los medios convencionales, que en su versión digital beben de Twitter, TikTok e Instagram. Bueno, y en la de papel, también.

Así que no, no me pierdo nada. Y, ahora sí, todo esto era para llegar hasta aquí: se lo recomiendo. Cuando se encuentren a sus amigos o a sus compañeros de trabajo, tendrán cosas de las que hablar, porque no habrán seguido el minuto a minuto de sus vacaciones, yo qué sé, pongamos que en Tailandia descuartizando a algún amante. Pero, sobre todo, sobre todo, sobre todo, habrán ganado la batalla de la atención, que estos señores les quieren robar (junto con sus datos), quizás conectarán con lo que quieren y no con lo que otros quieren que conecten, estarán por el trabajo (o el no trabajo), algo menos anestesiados y quizás así sabrán qué es ese malestar que sienten y será el primer paso para dejar los ansiolíticos.