Se lo espetó con rotundidad marca de la casa Andoni Ortuzar, del PNV, a Alberto Núñez Feijóo durante el intento estéril, propagandístico, del popular para que el Congreso lo invistiera presidente del gobierno: "Si aquí lo que hay que hacer es escoger entre Feijóo o amnistía, pues mire, planteadas así las cosas, amnistía". Me temo que el líder del PP no captó el mensaje, más profundo de lo que pueda parecer de entrada, del jetzale.

No lo captó porque no dejó de agitar la calle —siguiendo las órdenes de Aznar—, vomitando insultos contra Sánchez, movilizando a sus peones y aliados —como Manfred Weber— en Europa y aplaudiendo a los jueces que —pasándose la deontología por el forro— se comportan como entregadas animadoras de la derecha y la extrema derecha. Traición; humillación a los españoles; fraude; corrupción política; destrucción de la Constitución, la democracia y España, etcétera. Feijóo lo sigue haciendo hoy en día.

Y mira que ha tenido ocasiones de darse cuenta de cuál es exactamente su situación. El PNV le negó sus votos para la investidura por su matrimonio con Vox. Pero es que, antes, en las urnas, Vox ya le había hecho perder al PP toneladas de votos. Hagamos memoria. Pedro Sánchez, con gran olfato, anticipó las elecciones españolas justo después de la derrota socialista en las municipales y autonómicas de mayo. Y entonces, los pactos del PP en autonomías y decenas y decenas de ciudades, contemplados en directo por todo el mundo, movilizaron a aquellos a quienes horroriza, con toda la razón, un gobierno de PP y Vox en España. Feijóo, que había llegado a especular con una mayoría absoluta del PP en los comicios del 23 de julio, se quedó corto, muy corto. Con un palmo de nariz. Ni siquiera con Vox sumaba suficientes diputados para poder entrar en la Moncloa. "No nos alcanza", como diría Leo Messi.

Los populares, increíblemente, han quedado atrapados en la órbita gravitatoria de Vox. Eso sí que le va bien al PSOE, mucho.

"Llegará un momento —soltó Abascal cuando estaba en Argentina con motivo de la investidura del estrafalario anarco-capitalista Milei— en el que el pueblo querrá colgar Sánchez de los pies. El líder de Vox evocaba así el colgamiento en una gasolinera de Milán de los cadáveres de Benito Mussolini y su amante, Clara Petacci. Antes de colgarlo de los pies, el cadáver de Mussolini recibió golpes, patadas e incluso disparos de la turba. Algunos exaltados orinaron encima de ellos. La cara del dictador estaba hecha una chapuza, totalmente desfigurada, cuando les colgaron de los pies. No es la primera vez que Abascal agita la violencia. Otro ejemplo del discurso del odio de los ultranacionalistas españoles: "El pueblo español tiene el deber y el derecho de defenderse. Después no vengan lloriqueando".

En ningún caso el partido de extrema derecha ha matizado, ni mucho menos ha pedido perdón. A este pobre hombre que ha acabado siendo el secretario general de Vox, Ignacio Garriga, le faltó tiempo, después de la frase sobre colgar a Sánchez, para darle la razón a su jefe y doblar la apuesta.

El episodio del colgamiento de los pies descolocó a Feijóo. Así, en Telecinco, se apresuró a decir que eso no tenía nada que ver con ellos y equiparó las palabras de Abascal con las cosas que dice Sánchez, para añadir a continuación que, soltando tales barbaridades, Vox hace el juego, beneficia, al PSOE. Es así. Pero Vox no solamente hace el juego al PSOE con su discurso del odio, que da protagonismo y cohesiona al socialismo. Vox, a pesar de ser más pequeño que el PP, ha logrado atraer a los de Feijóo hacia sus posiciones y, sobre todo, hacia sus maneras de hacer. Los populares, increíblemente, han quedado atrapados en la órbita gravitatoria de Vox. Eso sí que le va bien al PSOE, mucho.

Este es el gran problema del PP. Y a corto plazo no parece que haya solución. Al revés, son unos cuentos los dirigentes y las personas con autoridad entre los populares que se han transmutado en agentes de Vox. Podrían perfectamente estar militando codo con codo con Abascal, como pasaba antes de que Abascal abandonara el PP. De algún modo, muchos populares ven Vox como lo que ellos querrían poder ser. En su interior se identifican, incluso disfrutan silenciosamente, pecaminosamente. A Feijóo le ha faltado carácter y se ha dejado contaminar hasta adoptar el discurso hooligan que, al llegar a Madrid, prometió que nunca haría. ¿Se acuerdan de aquella solemne declaración de intenciones?: "No vengo a insultar a Pedro Sánchez, vengo a ganar a Pedro Sánchez".

Sánchez le dijo a Feijóo que no era cierto que el popular renunciara a la presidencia del gobierno de España por principios, sino porque, cogido de la mano con Vox no puede ir a ningún sitio. La inmensa mayoría de partidos del Congreso no quieren saber nada de ellos. El líder socialista llegó a especular que, si hubiera hecho falta, Feijóo hubiera hecho también una ley de amnistía.

De algún modo, muchos populares ven Vox como lo que ellos querrían poder ser

Tanto Sánchez como Ortuzar tienen razón al advertir a Feijóo de que haberse acercado tanto a Vox, con los pactos, los insultos y la forma de hacer, le ha impedido ser presidente del gobierno. Atención: y puede seguir impidiéndoselo si Pedro Sánchez no se embarranca. Al haberse condenado el PP a sí mismo a únicamente poder gobernar con Vox, aislándose del resto (como el PNV e incluso de un Junts per Catalunya en proceso de institucionalización), Feijóo se ha puesto la soga al cuello. Se ha casado con la extrema derecha. O suma mayoría absoluta con Vox (con la posible coletilla de Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro) o permanece eternamente en la oposición. Para más inri, Vox tiende a acentuar su radicalismo, lo que, como en el caso de las palabras de Abascal sobre colgar a Sánchez, alejan más a Feijóo del resto de partidos y electorados.

El ala dura del PP, los halcones, apuestan sin manías por hacer realidad esta suma de derecha y extrema derecha. Pero es una estrategia que ha fallado este 2023 y que puede perfectamente seguir fallando. Puede ser que, por así decirlo, la manta nunca sea lo bastante larga, y que o bien la cabeza quede destapada o bien lo queden los pies. Y eso está directamente relacionado con el hecho de que PP y Vox mantienen importantes vasos comunicantes. Cuando crece el PP, Vox se desinfla. Cuando crece Vox, se desinfla el PP. El hecho de que los populares se hayan acercado a Vox no hace nada más que agrandar esos vasos comunicantes. Sin duda, los que dentro del PP aplauden la hermandad con Vox se inspiran en las dinámicas que se están produciendo en no pocos países del mundo, donde derecha y extrema derecha avanzan juntas.

La alternativa a esta estrategia de los duros del PP es la estrategia clásica, que parte de la premisa de que las elecciones se ganan yendo a buscar votos en el centro. Eso supondría, naturalmente, alejarse de Vox, trazar fronteras claras. Tomar distancia. No parece que ahora el PP esté ni siquiera planteándose esta segunda manera de proceder. Quizás lo harán si el carro descarrila. Buscar aliados en el centro no necesariamente haría perder a los populares el apoyo, por activa o por pasiva, de Vox. ¿O alguien cree que Vox favorecería un gobierno de PSOE, Sumar y nacionalistas de izquierdas? No. Si el PP se fuera al centro, la extrema derecha no haría peligrar un gobierno de la derecha. No tendría otro remedio que dejar hacer.

Sea como fuere, ahora el PP está siguiendo la línea dura y confía que, si consiguen que todo sea un desastre —de aquí viene la inclemencia y ferocidad contra Sánchez— quizás sumarán con Vox en las próximas elecciones españolas y podrán, entonces sí, gobernar juntos. Si, en cambio, Sánchez aguanta una vez más, entonces quizás sí que los populares —con Feijóo o sin él— se preguntarán si vale la pena abandonar la connivencia y complicidad con los de Abascal y poner proa hacia las aguas más templadas, y tranquilas, del centro político.