Jordi Cuixart dijo en su alegato final del juicio al procés que no se arrepiente de nada, que volvería a hacer lo que hizo y que lo volverá a hacer. Al día siguiente, el president Torra repitió la frase de Cuixart utilizando la primera persona del plural. "Lo volveremos a hacer". Alerta, porque un activista y un presidente no desempeñan el mismo papel y la misma frase en boca de uno o de otro adquiere significados muy distintos. Si en un caso está cargada de sentido, en el otro puede resultar todo lo contrario.

Pase lo que pase y diga lo que diga la sentencia del Tribunal Supremo, Jordi Cuixart no ha hecho más que liderar movilizaciones pacíficas en defensa de derechos y libertades, actividad de la que no solo no puede arrepentirse, sino de la que se debe sentir orgulloso y todos los demócratas le debemos estar eternamente agradecidos. Jordi Cuixart y Jordi Sánchez fueron detenidos y encarcelados porque en el guión previsto de la represión había que incluir las movilizaciones de Òmnium y el ANC como factor principal del supuesto alzamiento. Era clave para justificar la acusación de rebelión. Varias entidades como Amnistía Internacional o Human Rights Watch han denunciado el encarcelamiento de los Jordis y han reclamado su libertad, diferenciando su papel en los hechos de octubre de lo que hicieron los responsables institucionales.

Desde el punto de vista de un activista como Jordi Cuixart, comprometido en la defensa de los derechos humanos, tiene todo el sentido proclamar que lo volverá a intentar. La lucha por la libertad no termina nunca. Rendirse sería la peor de las derrotas. Sin embargo, cuando el presidente Torra dice que "lo volveremos a hacer", ¿a que se está refiriendo? ¿A repetir los hechos que terminaron con medio Govern en el exilio y el otro medio en la cárcel y con la intervención de las instituciones catalanas por parte del Gobierno español? Seguro que no, pero convendría que la versión oficial del Govern de la Generalitat fuera más precisa y no dé lugar a equívocos que siempre son rápidamente aprovechados por sus adversarios y solo sirven para aumentar la desorientación general y la desconfianza en la institución.

En unas semanas caerá una sentencia que inevitablemente requerirá una respuesta colectiva que para que sea firme y útil también deberá ser exitosa y, por lo tanto, muy medida, de acuerdo con la correlación de fuerzas y la capacidad real de movilización

Tenemos la experiencia, la mala experiencia, del resultado que dio la estrategia del "tenim pressa", de la promesa de ganar la independencia en 18 meses, de las estructuras de Estado invisibles, y también, desde luego, de la rivalidad partidista inevitable y, por cierto, cada vez más enconada.

Así que hay que trabajar con esta realidad. Es importante tener y dejar las cosas claras, lo que se quiere y se puede hacer y lo que no. Y conviene aclararlo pronto porque en unas semanas caerá una sentencia que inevitablemente requerirá una respuesta colectiva que para que sea firme y útil también deberá ser exitosa y, por lo tanto, muy medida, de acuerdo con la correlación de fuerzas y la capacidad real de movilización.

Todos los manuales de estrategia advierten en la primera lección que no se deben plantear batallas que no se pueden ganar. A lo largo del procés, el soberanismo catalán ha demostrado una capacidad de movilización extraordinaria, pero con manifestaciones multitudinarias que han durado un solo día. Si hemos de ser sinceros, las huelgas generales que se han convocado no han tenido éxito. Los sindicatos mayoritarios no las han secundado y, en los tiempos que corren, la gente no parece muy dispuesta a perder días de salario o de recaudación.

Probablemente, la libertad de los presos políticos es el deseo político más mayoritario en la sociedad catalana, que va mucho más allá del 50% independentista e incluso del 80% soberanista, si es cierto que llega al 80%. Representantes de casi todos los partidos se han manifestado a título personal a favor de la libertad de los presos. Esto efectivamente no va de independencia, ni de soberanía. Va de libertad, de democracia y, sobre todo, de convivencia, porque salvo los que viven de la beligerancia anticatalana, todo el mundo es capaz de entender que cuanto antes salgan los presos, antes el conflicto volverá a la política. Así que sería deseable agudizar el ingenio, calcular bien los movimientos para mantener un consenso por la libertad de los presos que sea inclusivo, que incorpore cuantas más voluntades y más diversas mejor para que salgan y para que salgamos del callejón sin salida de una puñetera vez.