Cada vez que la policía de un Estado europeo atrape al presidente Puigdemont (y mucho me temo que el episodio de L’Alguer no será el último) los cimientos de la política catalana retumbarán talmente como la amenaza de erupción de un volcán. Hoy por hoy, la situación del Molt Honorable 130 es mucho más relevante de cara a su capacidad natural de alterar la tranquila rendición de ERC y el retorno de los líderes soberanistas a la rutina autonomista que al hecho de que pueda crear un conflicto internacional, pues, nos guste o no, la agenda de la independencia de Catalunya no se encuentra en las cincuenta primeras preocupaciones de la UE a nivel diplomático. A pesar de todos sus errores fatales y sus mentiras, Puigdemont es la única pieza que puede no encajar en el clima de fábula de diálogo que han pactado de hace meses Oriol Junqueras y Pedro Sánchez para asegurar a la Generalitat a ERC y el Gobierno al PSOE.

El compañero Jordi Barbeta explicaba muy bien aquí mismo cómo Pedro Sánchez sufrió un ataque de espanto con la posible detención del president quien, en caso de ser cautivo de la judicatura española, no solo podría dinamitar la actual legislatura, sino resucitar el clima de tensión en las calles del país. En efecto, Sánchez ya no puede controlar una cúpula judicial que todavía no ha perdonado el 1-O a Puigdemont, sin embargo, hoy por hoy, este es un temor que comparten los comodones de ERC y todo el establishment convergente que espera la lenta caída de Junts para engrasar los michelines a Junqueras y sellarlo como nuevo virrey de Catalunya por los lustros de los lustros. A pesar de su no aplicación y el esfuerzo por borrar el recuerdo, el 1-O todavía tiene bastante porque recuerda a los catalanes que la independencia es posible, y quién encarna esta simple hipótesis, insisto, es el volcán Puigdemont.

Pronto será fácilmente comprobable cómo el asedio que las élites catalanas harán contra Puigdemont será mucho más fuerte que la obsesión del juez Llarena por cazarlo. De hecho, los españoles más inteligentes rezan para que los años pasen rápido y al presidente le prescriba la pena para que se convierta en así un artefacto político sin ningún tipo de peso, como pasó con Tarradellas, y pueda volver a Catalunya totalmente vencido. Por eso Puigdemont disfruta haciendo excursiones y no será extraño que algún día, si las perspectivas del referéndum acordado con el estado acaban en humo como es previsible, vuelva a especular con su retorno al país. A Aragonès y a todos los consellers neoautonomistas que viajaron a Cerdeña para recibirlo fuera de la prisión se les notaba una cierta cara de intranquilidad y a todos les brotaba la resonancia de una voz interior que los decía: "que haga el favor de estarse quieto y no tocar más los cojones".

Puigdemont encarna toda nuestra frustración entorno el 1-O, pero también guarda los pocos átomos de rebeldía que le quedan al país

En Catalunya cuando alguien es peligroso para la supervivencia del estatus quo, tarde o temprano se le acaba colgando la etiqueta de loco. De hace meses que me encuentro antiguos convergentes que pintan a Puigdemont como un chalado que vive al margen del mundo real. Si yo fuera el expresidente, aprovecharía episodios como los de L’Alguer para hacer algo más que alborotar groupies y recordaría a todo el mundo que el conflicto nacional con el enemigo continuará vivo por mucho que lo entierren tanto los arribistas de ERC como a la gente que rodea y mantiene económicamente al mismo president con el único objetivo de controlarlo. El volcán Puigdemont puede ser un objeto meramente decorativo en una Europa cada día más desdibujada o el eslabón que permita superar la actual rendición de la clase política hacia la nueva ola del conflicto que explotará tarde o temprano cuando Esquerra fracase en la implantación de su hegemonía autonomista.

Los volcanes, lo hemos visto estos días, son un objeto más del mercantilismo turístico hasta que deciden hurgar en la paz de los paseantes. Puigdemont encarna toda nuestra frustración entorno el 1-O, pero también guarda los pocos átomos de rebeldía que le quedan al país. Quizás algún día despertará de la letargia de los vencidos y decidirá aprovecharlos.