Seguro que todos ustedes han oído alguna vez la frase que el filólogo Jordi Carbonell dijo el Once de Septiembre de 1976 en Sant Boi de Llobregat. “¡Que la prudencia no nos convierta en traidores!”, gritó con fuerza mientras las banderas ondeaban y los congregados estallaban con gritos de entusiasmo y aplausos. Quien en 1980 fue candidato de Nacionalistes d’Esquerra y mucho después presidente de ERC, en aquel entonces era un activista independiente que no confiaba en los políticos que, si bien todavía no eran profesionales, ya mostraban las maneras. El debate entre reforma y ruptura era muy intenso y en la primera celebración legal de la Diada cada grupo político tomaba posiciones. Aún recuerdo las trifulcas entre el servicio de orden, básicamente integrado por militantes del PSUC, y los jóvenes que querían desplegar banderas republicanas, que estaban explícitamente prohibidas por los organizadores. Joan Subirats, el actual ministro de Universidades de En Comú Podem, formaba parte de los primeros, y yo de los segundos. Confieso que, para mí, la bandera republicana española nunca ha tenido el mismo significado que tiene —o tuvo— la rojigualda. Tengo muy arraigadas las convicciones republicanas. Desde entonces, ya se vio que la transición no sería un camino de rosas. Que sería una contienda entre prudentes e imprudentes.

He recordado este suceso de hace tantos años porque esta semana ha causado un gran revuelo el regreso a Catalunya de Clara Ponsatí. Ha coincidido con el juicio exprés —la mañana después del paseo por Barcelona de la eurodiputada que acabó en detención, de la actual consejera de la Generalitat—, Meritxell Serret. Ambas están acusadas del mismo delito, que no comporta prisión, pero su actitud política ante la oportunidad que les ha brindado la reforma del Código Penal no tiene nada que ver. Una reforma, por cierto, que no es una victoria de Esquerra, sino que es consecuencia de que, a Europa, los delitos atribuidos a los presos y exiliados no los avalaba ningún tribunal. Serret ha aprovechado la oportunidad para «regularizar» su situación, en concordancia con aceptar la «culpa» y «normalizar» la victoria del Estado sobre el independentismo. No es confrontación reconocer al tribunal que te juzga ilegalmente. Anna Gabriel ha optado por la misma vía, recurrir a la justicia española sin dar explicaciones. Por esa razón, ambas cuentan con el mismo letrado, Íñigo Iruin, quien en este caso sigue el mismo modelo que se aplicaba a los presos vascos, es decir, que en primer lugar admitían su “culpa” para así evitar el maltrato por parte de la Policía, y posteriormente, el ensañamiento judicial. Así es cómo la izquierda abertzale fue derrotada con claridad. El procés, en cambio, es un volcán dormido, como afirma Pilar Urbano en su nuevo libro El alzamiento (Planeta).

Ponsatí tiene otra estrategia, muy diferente a la de Esquerra. Si bien ha aprovechado la reforma del Código Penal para volver a Catalunya, para ella es una forma de descoser las costuras del régimen del 78, agudizando las contradicciones, por resumirlo a la manera leninista. “No vengo a hacer ningún pacto con el Estado, sino a denunciar la sistemática vulneración de nuestros derechos”, dijo alto y claro. Pero además también advirtió que volvía para denunciar la pasividad de las instituciones catalanas, que se prestan a avalar la vulneración de derechos, como se pudo constatar con la detención innecesaria de Ponsatí, y para reclamar que las instituciones europeas dejen de mirar hacia otra parte ante la violación del Estado de derecho en Catalunya. No es un trabajo insignificante, y no será sencillo obtener la rectificación que ella solicita, especialmente porque choca frontalmente con la posición que Esquerra y los medios de comunicación del establishment defienden en este momento, tan alejada de la oposición inflexible de los republicanos contra el Estatuto de 2006 y del “tenemos prisa” de hace solo cinco años. Ponsatí también difiere del sector de Junts, que Trias representa a la perfección, que trabaja para terminar con la carrera política de Laura Borràs. Ese sector de Junts no acudió a la concentración de apoyo a su presidenta que se organizó ante las puertas del Parlamento.

No hace falta que Ponsatí esté al frente de nada, pero sí que puede ser el pegamento, y ya es bastante responsabilidad, que una voluntades diversas y rebaje unos cuantos egos, que es lo que ha matado el independentismo

Aquellos que están habituados a pensar de forma condicionada por el sectarismo partidista, creen que el regreso de Ponsatí responde a una estrategia delineada con precisión por Junts de cara a las elecciones municipales del 28 de mayo. Según esta versión, Ponsatí habría contribuido con su gesto a respaldar a Trias. La tesis se mantiene con la prueba —que en realidad no lo es—, de que algunas personas relevantes de Junts, que no están de acuerdo con las tesis de Ponsatí ni de Borràs, sí que acudieron a las puertas de la Ciudad de la Justicia. Un evento tan inusual solo podría explicarse, de acuerdo con esta versión conspiratoria del mundo, porque en realidad forma parte de la puesta en escena electoral de Junts. ¡Qué poco saben de Clara Ponsatí! No puedo negar el oportunismo de los dirigentes de Junts al rodear a Ponsatí a la salida de los juzgados, pues no milita en su partido, y, por el contrario, dejar sola a su presidenta. Ponsatí, por si las moscas, ya ha dejado claro que posiblemente se abstendrá en las elecciones municipales. Ningún candidato representa lo que ella defiende, que no es otra cosa que seguir luchando en vez de someterse al Estado opresor. Se trata, en pocas palabras, de no rendirse y reactivar el volcán.

En el artículo “El El castigo final o la resurrección o la resurrección”, publicado en este diario el 17 de enero de este año, señalé que el regreso de Clara Ponsatí podría alterar la política catalana: “Ella es la única persona capaz de liderar con éxito el famoso cuarto espacio independentista —aunque me resulte difícil de creer en su viabilidad—, dado que ERC ya se ha rendido, Junts no sabe si es carne o pescado y la CUP va a su bola, como siempre”. Ponsatí dice que no se ve con ánimo de encabezar una alternativa.  No lo voy a negar, porque el desgaste personal de los últimos cinco años ha sido excesivo. Sin embargo, ella misma ha declarado que está dispuesta a ayudar a la gente joven que quiera hacerlo. Ella y muchos más. El conductor del vehículo que trasladó a Ponsatí de Perpiñán a Barcelona era Jordi Graupera, quien además es colaborador suyo en el Parlamento Europeo. Graupera ya intentó una aventura política que no le salió bien cuando regresó de los EE. UU. Pero él posee el talento, la fortaleza y la inteligencia necesarios para liderar una alternativa a la parálisis actual. Puede que ahora lo haga mejor que entonces, después de haber expuesto sus fantasmas al público en La perplexitat (Destino), un libro que suaviza la soberbia que siempre se le atribuye con una mirada introspectiva que conmueve. Por otra parte, tiene la edad adecuada para conseguirlo: el 4 de mayo cumplirá cuarenta y dos años.

Si la prudencia nos puede conducir a la traición con mucha facilidad, como advertía Carbonell, la imprudencia, no tomar precauciones, puede condenarnos a muerte. En consecuencia, no hay necesidad de apresurarse a tomar decisiones que serán muy importantes. Hay que esperar a conocer los resultados de las elecciones municipales, y sobre todo cómo perjudica la abstención a los partidos del procés. Antes de nada, es necesario comprender mejor el giro hacia el federalismo de Esquerra, del brazo de los vascos y de Yolanda Díaz, y que la división de Junts se resuelva de una forma u otra. Si Junts acaba como UCD y los antiguos convergentes expulsan a Borràs, como parece reclamar groseramente Magda Oranich, y se transforma en un partido del tipo CDS, entonces el panorama cambiará. En el partido de la ruptura podrían confluir independentistas que antes confiaban en Esquerra, Junts, la CUP y Primàries. Eso no requiere que Ponsatí esté a la cabeza de ese proyecto, pero sí que ella puede ser el pegamento, y ya es suficiente responsabilidad, que una a voluntades muy dispares y rebaje unos cuantos egos, que es lo que mata al independentismo. La gente confía en esta mujer pequeña, pero con una gran fortaleza de carácter. Graupera cita al filósofo francés Emmanuel Levinas al afirmar que somos más fuertes que nuestras circunstancias, y es por eso que hay historia. Por lo tanto, hay libertad. Solo nos queda ser capaces de ganar el futuro con un torrente de lava.