1. ACABAR CON EL INDEPENDENTISMO. “Cuando el sabio señala la luna, el necio mira el dedo”, advertía Confucio. El ajetreo provocado por la nueva interlocutoria del juez Pablo Llarena nos lleva a perder la perspectiva. Lo enturbia todo. Especialmente, porque, como es obvio en la argumentación política que ha incluido en su escrito, el juez se ha alineado con las tesis conservadoras del PP contra el gobierno de Pedro Sánchez. Al independentismo le tendría que preocupar muy poco que Llarena sea un reaccionario, porque eso ya lo sabíamos de él y de la mayoría de los jueces de alto rango en España. Incluso los jueces llamados progresistas cojean por el mismo lado. Quien fue juez, antes de que su paso por la política lo destruyera, Santi Vidal, en 2002, diez años antes de que se iniciara el Procés, escribió: “Tengo la sensación de que hemos tocado fondo y que, si la situación política y social mayoritaria en el Estado español no cambia sustancialmente, todavía tendremos que dar las gracias por cómo estamos hoy” (In-Justicia, Angle Editorial). Los acontecimientos posteriores no le desmintieron, sino al contrario. La justicia española está podrida porque tiene un cimiento antidemocrático y un personal que utiliza la judicatura para perseguir ideas y hacer política. El PSOE ha puesto en marcha la reforma del Código Penal para acabar con el independentismo y no para complacer a ERC. Llarena lo ha demostrado descarnadamente.

La diferencia entre un independentista y un nacionalista es que el primero quiere separarse del estado y el segundo quiere singularizarse dentro del estado opresor. De esta distinción básica tendría que derivar un tipo de acción política. Ha quedado demostrado que el independentismo catalán no sabe reaccionar ante las andanadas del Estado. Quien pretende separarse de un estado consolidado, y España lo es en el contexto europeo, tiene que estar dispuesto a asumir los riesgos. Luchar por la independencia de Cataluña es seguramente más difícil que luchar contra Franco. ¿Cuál fue el coste humano de la resistencia contra la dictadura? Pues fue bastante alto. Los primeros años fueron dramáticos, porque a los antifranquistas les podía costar directamente la vida, pero la represión fue siempre una constante. A mi maestro, Josep Termes, lo expulsaron dos veces de la universidad y tuvo que malvivir escribiendo entradas de la enciclopedia Espasa. Quiero decir que toda lucha que el adversario considera ilegal lleva apareado un riesgo. Como vivir la vida. La única paradoja es que ahora el sistema permite la existencia de partidos independentistas, aunque los persiga cuando quieren lograr el objetivo que les da sentido. En el fondo, los de Vox son más claros cuando reclaman ilegalizarlos. Todo el españolismo quiere acabar con el independentismo. Así pues, el sabio señalará el estado, mientras que el necio se entretendrá con Llarena, porque el problema no son solo los jueces, sino el constitucionalismo español en su conjunto.

2. EFECTOS LLARENA. Que los unionistas de izquierdas aboguen por volver a Prat de la Riba, porque no se atreven a reivindicar directamente a Jordi Pujol, es normal. El unionismo vivía mejor y más a gusto oponiéndose al nacionalismo autonomista que representaba el expresidente que no en este estado de alteración permanente que genera el independentismo y que tanto les desagrada. El independentismo no se puede comportar como el nacionalismo, no ya de la Liga, sino de Pujol. Ahora resulta que el nacionalismo autonomista era la opción buena incluso para aquellos que siempre se opusieron a él. Anhelan que Junqueras se presente como el Bolívar de Cataluña mientras no altere el orden establecido en el estado por un Tribunal Constitucional que siempre será suyo, como las calles eran de los independentistas. Bismarck de España, Junqueras no lo será jamás, porque este atributo del nacionalismo catalán ha sido una exageración del españolismo, incluso cuando Niceto Alcalá Zamora lo atribuyó a Francesc Cambó. La interlocutoria de Llarena para apresar a los exiliados solo tiene como objetivo cazar a Carles Puigdemont. Para el Estado, el presidente Puigdemont sigue siendo el emblema del independentismo. La personificación del 1-O, guste o no a los que le critiquen —incluyendo los articulistas que se ríen de él— por sus indecisiones y por los muchos errores que ha cometido. Eso son minucias para comentar en las tertulias, porque la noticia de verdad, la que el Estado busca desesperadamente, es poder presentar al mundo que Puigdemont ha sido extraditado a España, juzgado, encarcelado y desactivado. Lo celebraría mucha gente, incluso algunos altos cargos del partido republicano. Digamos las cosas por su nombre.

Desde la derrota del 27-O el independentismo actúa a la contra. Ha perdido la iniciativa. Durante la década soberanista, el independentismo organizaba manifestaciones reivindicativas, festivas, que dieron visibilidad internacional a un movimiento de reivindicación nacional que el nacionalismo autonomista no había conseguido darle porque, en aquellos tiempos, era considerado un “asunto doméstico” español. Los conflictos nacionales se convierten en una cuestión global cuando trascienden las fronteras. La virtud del exilio, a pesar de ser amargo, ha sido esta. Puigdemont es a ojos del mundo el emblema, el líder de los catalanes soberanistas, aunque les duela a quienes le critican. Por eso en TV3 hacen befa de él, y por eso Llarena busca poder trasladarlo esposado a España. Quieren sellar la derrota y que el independentismo pierda definitivamente el norte. Por eso Llarena facilita el retorno del exilio de Marta Rovira y Clara Ponsatí, a cambio de estrechar el asedio para atrapar a Puigdemont. El objetivo está claro. Se persigue que el independentismo deje de tener un altavoz que altera todas las agendas. Pero el independentismo no puede ser solamente un movimiento reactivo. Necesita algo más que protestar. La jugada de Llarena puede ayudar a ese cambio, porque puede tener unos efectos inesperados. El retorno de Clara Ponsatí podría alterar la política catalana. Ella es la única persona capaz de liderar con éxito el famoso cuarto espacio independentista —aunque me cuesta creer en su viabilidad—, dado que ERC ya se ha rendido, Junts no sabe si es carne o pescado y la CUP va a su bola, como siempre. Ponsatí podría ser un revulsivo que ayudara a aglutinar lo que hoy está esparcido por muchos lugares y profundamente desorientado. Además, tiene a Jordi Graupera a su servicio.