Oriol Junqueras no es Leonardo DiCaprio, pero, no sé muy bien por qué extraña razón, por qué tipo de extraña asociación de ideas o de caprichoso chisporroteo neuronal, el martes los emparejé el uno con el otro. En concreto, me vino a la cabeza la película The Revenant (es decir, el resucitado, el renacido), donde DiCaprio, como Junqueras, luce una señora barba. La película es larguita, como extensa resultó la conferencia del líder de ERC después de una eternidad sin dictar ninguna. El caso es que la ocasión valía la pena. Junqueras llenó a rebosar el Auditori de Barcelona, hasta donde peregrinaron seiscientas almas. Ante esa multitud fue desgranando, con una prosodia que se balanceaba entre la cadencia profesoral y la del padrenuestro, su visión del hoy y, sobre todo, del mañana. El relato, el cuento, la historia, que desplegó Junqueras salía siempre de un lugar oscuro, gris y frío para proyectarse hacia otro claro, azul cielo y sinceramente soleado. Estamos mal, pero iremos a mejor, a mucho mejor. Todo el discurso estuvo trabado por la tensión entre un presente feo y un futuro que debe ser extraordinario, paradisíaco.
Junqueras habló del “miedo”. Del miedo de nuestros días. Un miedo que no debe vincularse, dijo, a un exceso de inmigración, sino a la desigualdad, la injusticia y los desequilibrios “en todos los ámbitos”. Para que la esperanza venza al miedo se encomendó rousseaunianamente a un nuevo “contrato social”. Ya animado, llegó a hablar de un pacto de rentas, es decir, de un futuro armonioso en el que las antes llamadas ‘clases sociales’ rebanarán el pan y se lo repartirán como buenos chicos. Aunque reivindicó el trabajo realizado por ERC “en solitario” en cuanto a Rodalies y la financiación —la moneda de cambio para convertir a Illa en president— reclamó una y otra vez una “entente nacional” y “mayorías muy amplias”. No es un deseo que se quede corto. Más aún si considera el odio tropical que se dispensan los dos grandes —ahora no tan grandes— partidos independentistas, Junts per Catalunya y ERC. O si, yendo más al detalle, uno recupera el último congreso de ERC, cuando Junqueras se impuso en una agónica y emocionante guerra cainita. O si, echando un vistazo al hemiciclo de nuestro Parlament, nos damos cuenta de que unos apoyan a los socialistas y los otros no pueden verlos ni en pintura. O, aún más, si, por pura curiosidad, nos ponemos a hacer cuentas y nos damos cuenta de que Aliança Catalana hará imposible —imposible— recuperar una nueva mayoría independentista, al menos en los próximos lustros.
Junqueras confesó que será el candidato de ERC porque quiere ser president de Catalunya
A pesar de lucir las —aún futuras— mejoras para el país arañadas por ERC, Junqueras no se olvidó de la independencia —estábamos justo en la víspera del octavo aniversario del 1-O—, porque, al fin y al cabo, concluyó sentencioso, el gobierno español tiene la sartén por el mango y siempre acabará tomándote el pelo o dándote gato por liebre. “Al final, las competencias solo se pueden garantizar si dispones de todas las herramientas de un estado”, admitió con irreprimible melancolía, la que va de la triste comunidad autónoma a la república libre y despierta.
Del hoy al mañana, del miedo a la esperanza, de la desigualdad a la armonía, de la minorización a las amplias mayorías, de la autonomía a la independencia… En los primeros compases de su conferencia, y a modo de entrante, Junqueras confesó que será el candidato de ERC porque quiere ser president de Catalunya. No conseller, que ya lo ha sido, no vicepresidente, que también. President. Es decir, que aspira a transitar de la amarga inhabilitación actual a la amplitud aristocrática de la Casa dels Canonges. De hecho, Junqueras solo ha sido un presidenciable real en 2012, y quedó tercero. En 2017, en las elecciones del 155, también fue candidato, pero ya desde la cárcel de Lledoners. Fue justo cuando el republicano confirmaba su ambición —que allí todo el mundo daba por supuesta, sobre todo la dirección republicana actual, colocada por él mismo— cuando pensé en DiCaprio y su interpretación de Hugh Glass, el célebre cazador y explorador nacido a finales del XVIII. Narra el film del mexicano Alejandro González Iñárritu cómo Glass, malherido por una osa grizzly, traicionado por sus compañeros y enterrado en vida, acaba sobreviviendo milagrosamente y emerge del túmulo con una sola obsesión entre ceja y ceja: venganza, resarcimiento.