Una de las actrices principales, Betsy Túrnez, me dijo que tenía que verla si tenía hijos. Y me avisó: "O entras en ella o no". Y yo entré de lleno. No soy de ver series de las que no puedo disfrutar en horario infantil, pero no me importó verla escatimando horas de sueño. Miro a mis hijos de 8 y 10 años y pienso que estas Navidades quizás sean las últimas en las que tienen esta mirada tan infantil. Creo que Pubertat no solo es positiva para la gente que tenemos hijos, sino también para curarnos de muchos recuerdos, dudas y fantasmas. Sí, a esa edad de púberes, muchos de nosotros también bebíamos y fumábamos. No hace falta llegar a la adolescencia para probar muchas de estas drogas.

Entre nosotros, siempre había uno más sexualizado que te enseñaba revistas y fotos prohibidas. Pero hoy en día, lo que le puede pasar a las nuevas generaciones da mucho más miedo que cualquier película de terror. Pueden disponer de porno a la carta desde casa, o que los vean desconocidos desde la intimidad de su habitación, o mil cosas más. También ese momento de transición entre jugar a las muñecas y pensar en sexo. De la inocencia de una noche de pijamas a un trío quizás solo haya un verano. Supongo que lo típico de los preadolescentes se va anticipando cada vez más porque existe más información y porque vamos tan deprisa que no tenemos tiempo para darnos cuenta de lo rápido que cambian los niños. Y por mucho que nos dediquemos a pensar que el peligro está en las discotecas, o de noche, en medio de las calles oscuras, la realidad es que el mayor peligro está dentro del móvil. O quizás en el propio edificio. O en la mente perversa de ese primo un poco mayor.

'Pubertat' va más allá de la rabia masculina adolescente y habla del umbral entre el abuso y el consentimiento

El tema de la confianza de los padres hacia los hijos es complicado. Da igual cuándo y cómo los eduques. ¿Qué tienen en el móvil? ¿Qué aplicaciones, fotos y conversaciones nos ocultan? Igual que la tecnología ha delatado muchas mentiras, también sabe ocultar muy bien las conversaciones y las utilizaciones de quienes la dominan. Niños pequeños con armas de mayores. ¿Verdad que no dejaríamos una escopeta en una escuela? ¿Cuándo dejamos de ser padres de nuestros hijos para ser policías o detectives privados? Su inmadurez, extrapolable también a gente de ochenta, hace que nunca reconozcan los errores. Que pidamos que no se sigan patrones del pasado cuando los abuelos que los educan los tienen intrínsecos. Que la sociedad va más lenta que el pensamiento individual. Que la práctica es mucho más difícil que la teoría. Tanto los tabúes como los traumas, si no se paran tratándolos con la atención que merecen, pueden trasladarse de generación en generación. Aparte de preguntarse si unos chicos de 13 años pueden ser los agresores sexuales de una amiga, a quien interpela esta obra maestra es a la propia sociedad actual, donde los protagonistas son el espejo de sus relaciones paternofiliales.

No quiero hacer espóiler del final de la serie, pero lo que me parece más brillante y realista es que hasta que no tienes que defender a otra persona no tienes la fuerza para defender tu causa. Que la mente es muy buena borrando las cosas que no puede entender o que sabe que le harán daño o que aún no tiene la fuerza de explicar u ordenar. He visto a la excepcional Leticia Dolera en una entrevista explicar como el hecho de formar parte de la pinya castellera le quitó la ansiedad. Yo también lo he hecho con los Borinots, los Castellers de Sants. Me gustaría deciros que es porque Maties (que lleva más de cuarenta años trabajando en el Celler de Gelida y que acaba de ser abuelo) y su mujer, Carme, son de la colla y vienen cada año a colgar la rama de pino cuando llega el vino novell. Pero la verdad es que fue mi novio de New Hampshire, el periodista estadounidense Joe Ray, quien me introdujo en la filosofía castellera. Él iba con los del Poble Sec y me contaba la importancia que tenía para un extranjero como él formar parte de la colla catalana. Sobre todo, lo que adoraba eran las relaciones que se establecían entre las diferentes edades, clases sociales, religiones y tipologías de carácter, y cómo los unía el esfuerzo de ir hacia arriba. Recuerdo de pequeña ir a Vilafranca a ver los castells con mis padres, pero no ha sido hasta que he sido adulta cuando me he sentido muy orgullosa de todo lo que significan. Y que este relato lo ponga en valor a escala internacional, explicando también las relaciones que se crean, me parece otro gran acierto de su creadora. El guion de los seis episodios muestra las distintas miradas, con distintas perspectivas también temporales. Si la galardonada serie de Netflix Adolescencia utilizó el plano secuencia con la cámara, me parece aún mejor la técnica narrativa de Pubertat. Ya que este relato coral engrandece las cosas que no puedes ver. Me ha pasado como en la obra Las penas del joven Wether de Johann Wolfgang von Goethe, donde puedes llegar a entender a todos los personajes a pesar de la situación objetiva y llegar a una conclusión de si pactar es una necesidad vital o una rendición. Pubertat, producida por 3 Cat y HBO Max, va más allá de la rabia masculina adolescente y habla del umbral entre el abuso y el consentimiento. El dilema de cómo respondería cada uno si su hijo fuera acusado de agresión es brutal.