En el momento en que escribo estas líneas —y seguramente cuando se publiquen— tenemos unos resultados electorales que no contentarán, especialmente en Barcelona, a nadie, más allá de la euforia del momento. Será como las burbujas del champán: pronto pierden fuerza. Una cosa queda clara: el independentismo, desmenuzado, se queda encogido en la capital —como en el área metropolitana—. El PSC, capaz de pactar con quien sea, parece el ganador en los mismos sectores, en muchos casos, con mayorías (casi) absolutas. En Barcelona, sean los que sean los resultados, estos no determinarán cuál será el alcalde o alcaldesa hasta el 17 de junio, fecha en que, como la experiencia demuestra, puede pasar de todo. Así, podremos asistir a desde una sociovergencia reavivada, incluso con el apoyo del PP, que poco a poco, sin embargo, se recupera, a un nuevo tripartito. Todo es posible a estas alturas en la ciudad de los milagros. Nada que, en última instancia, no hayan previsto las encuestas y, por lo tanto, nadie puede alegar sorpresa.

En el resto de Catalunya, las elecciones municipales son, es lógico, en clave local y se vivirán relativamente pocos cambios. Llama la atención Ripoll, con la extrema derecha independentista —pero extrema derecha— ganadora y la persistencia de la extrema derecha españolista y la caritativamente llamada derecha extrema popular. El avivamiento del PP y la entrada de Vox en muchos municipios resulta, desde el punto de vista de salud democrática, preocupante. Ciertamente, los electores, soberanos, no se equivocan. Pero algunos sí que se equivocan, y de mucho.

Salvo los municipios con mayorías absolutas o casi absolutas, el 17 de junio, fecha en que se tienen que constituir los ayuntamientos, dará más de un sobresalto o silenciará los cánticos de alegría de esta noche

Y alguien se equivoca cuando la abstención es el primer partido del país, con más de un cuarenta por ciento. La abstención ha sido superior al 40% y, en muchos casos, al 50%; abstención que aunque algunos magnifiquen como máximo ejercicio ciudadano, no es más que la antesala de la irrupción de la extrema derecha en el parquet político. Da miedo el voto significativo de muchos conciudadanos.

En todo caso, salvo los municipios con mayorías absolutas o casi absolutas, es decir, donde la opción numéricamente mayoritaria resulta irreconciliable, el 17 de junio —fecha en que se tienen que constituir los ayuntamientos— dará más de un sobresalto o silenciará los cánticos de alegría de esta noche. Los descabalgados de su primogenitura hablarán de pactos entre perdedores para dejarlos fuera del poder. Olvidarán, sin embargo, que en los sistemas parlamentarios quien gobierna es quien obtiene mayoría de escaños a favor. Hay que ganar las elecciones y saber crear, después, mayorías. De todos modos, en la esfera municipal, hay un incentivo para que la fuerza más votada no pacte y se alce, cuando menos por un tiempo, con la alcaldía. El incentivo es que, en caso de no llegar a un acuerdo interpartidario, la máxima magistratura municipal va a parar a quien encabeza la lista más votada.

Por eso, hoy, el minuto y resultado de esta hora no tiene que ser, forzosamente, para las mayorías muy minoritarias una mayoría de gobierno. Pactar está bien; pactar con sensatez —y más con unas generales a la vista— todavía sería mejor.