Los que nos dedicamos a analizar la política desde Madrid (“una mezcla de Navalcarnero y Kansas City poblada por subsecretarios”, como la describió Cela) estamos perplejos con la evolución reciente de “el asunto de Cataluña”, que es como se llama por aquí. Tras las elecciones del 20-D vimos venir una película de terror: en Barcelona, un Govern independentista recién elegido y prisionero de la CUP. En Madrid, un gobierno en funciones y un parlamento colgado durante meses. Aparentemente, era el escenario perfecto para que las fuerzas independentistas se lanzaran a galope tendido hacia la desconexión, aprovechando la confusión y la precariedad institucional en el poder central. Era lógico esperar un aumento de la crispación y de la confrontación durante estos meses de interinidad.

Pero hasta el momento viene ocurriendo más bien lo contrario. El problema de fondo sigue ahí, como elefante en el salón, pero admitamos que algunas cosas se han relajado. Sobre todo en las formas, pero también algo en el fondo.

Resulta que este señor Puigdemont no ha sentido la necesidad de hacer ningún meritoriaje para demostrar pureza de sangre independentista. Y sin renunciar a sus posiciones, ha mejorado de lejos el tono y los ademanes de su antecesor. Aquellas provocaciones ensayadas, las ganas de molestar por molestar y ese tono insoportable de burgués de derechas transmutado en agitador de muchedumbres han dado paso a un comportamiento más propio de un responsable político sin problemas de estabilidad emocional. Este señor habla sin escupir; y por eso, aunque las ideas sean parecidas se le escucha de otra manera y se le entiende mejor.

Este señor [Puigdemont] habla sin escupir; y, por eso, aunque las ideas sean parecidas [a las de Mas] se le escucha de otra manera y se le entiende mejor

Hay quien ve a Puigdemont como un Conseller en Cap del verdadero jefe, que sería Junqueras. Pero este también parece otra persona: se ve que el que te pongan a administrar una caja con más telarañas que dinero calma muchos ardores y ayuda a constatar que si te quitan el abrigo de la Hacienda española y del Banco Central Europeo, ahí fuera hace un frío que pela.

Rajoy, por su parte, entre estar en funciones y vivir pendiente de la crónica de tribunales, ha reducido también el volumen de sus amenazas y los decibelios de sus gritos rituales de afirmación patriótica. Y Sánchez tiene que tratar el tema con pinzas, pinzado como está entre la vigilancia de sus barones y baronesas para que no pase la raya roja y su secreta esperanza de que en el último segundo una oportuna abstención de los independentistas le dé el premio gordo de la investidura.

Y oiga, parece que el puente aéreo vuelve a funcionar. Sánchez, Iglesias y Rivera han viajado a Barcelona para conversar con Puigdemont. Junqueras frecuenta a Montoro, y hemos visto al representante de la Generalitat en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, haciendo piña con valencianos, andaluces y otros españolazos para proteger a las Comunidades Autónomas de la correa de castigo con la que Hacienda quiere atarlas en corto.

“Es urgente contar lo antes posible con un nuevo modelo de financiación que permita a las comunidades autónomas en general, y a Cataluña en particular, cumplir los objetivos de estabilidad presupuestaria garantizando a la vez la provisión de servicios básicos a la ciudadanía". Son palabras de Oriol Junqueras. No suenan como de un revolucionario a punto de partir un Estado, ¿no?

Si con eso de “desjudicializar” el conflicto se sugiere que hay que renunciar a que el Constitucional decida lo que es conforme a la Constitución y lo que no, vamos por mal camino

El miércoles van a verse, por fin, Rajoy y Puigdemont en la Moncloa. Lo importante no será el contenido (Mariano no está para ninguna floritura en estos días), sino el hecho. La agenda que, según parece, pretende tratar el president en esa conversación es razonable para dos gobernantes en ejercicio. Sólo hay en ella una trampa de los viejos tiempos: si con eso de “desjudicializar” el conflicto se sugiere que hay que renunciar a que el Tribunal Constitucional decida lo que es conforme a la Constitución y lo que no, vamos por mal camino.

También hay algunos avances de fondo. No espectaculares, pero no despreciables:

  • Lo de los 18 meses para largarse de España ha pasado a mejor vida, afortunadamente. Eran cosas de la fiebre. La nueva consigna es avanzar sin pausa, pero sin prisa.
  • Tras las “plebiscitarias” del 27-S se proclamó que la fase del “derecho a decidir” estaba superada y que el pueblo catalán ya había decidido. Pero  al hilo de la tortuosa negociación para formar gobierno en Madrid, lo que ERC y DyL (o como se termine llamando esa cosa) han reclamado para apoyar la investidura de Sánchez no es que se reconozca la independencia de Catalunya, sino que se contemple la convocatoria de un referéndum. Parece un retroceso, pero en realidad es un avance. 
  • Y por su parte, el Partido Popular ya admite que hay que abrir el melón de la reforma constitucional. Es un primer paso imprescindible: sin PP no hay reforma de la Constitución y sin esa reforma no hay solución razonable para “el asunto de Cataluña”.

Paradójicamente, del quilombo gigantesco en que se ha convertido la política española puede nacer algún brote verde para los que deseamos con el alma que regrese la razón a la relación entre España y Catalunya.

Para ello, deberían pasar algunas cosas más:

Primero, que el nacionalismo catalán vuelva a participar en la política española. El 26 de junio habrá elecciones generales y se abrirá una nueva negociación para formar gobierno. Una de las cosas que han producido el presente bloqueo ha sido la existencia de 17 diputados independentistas que están en el Congreso y votan, pero que hoy por hoy son inservibles para formar cualquier mayoría. Yo quisiera ver al nacionalismo catalán participando en esa negociación y después contribuyendo constructivamente a la reforma de la Constitución, pero para que ello sea posible tienen que cambiar algunas cosas importantes. 

Segunda, que se engrase de nuevo la relación entre la Comunidad Autónoma de Catalunya y la administración central del Estado. Dicen que Puigdemont va a reclamar a Rajoy que el Gobierno de España cumpla el Estatut. Supongo que debería ser una reclamación de ida y vuelta: que el Govern y el Parlament de Catalunya vuelvan a cumplir el Estatut sería un gran paso hacia el restablecimiento de la normalidad.

Que el Govern y el Parlament vuelvan a cumplir el Estatut sería un gran paso para el restablecimiento de la normalidad

Y tercero, que el futuro gobierno de España tenga una arquitectura política que lo habilite para buscar una solución concertada dentro de una Constitución reformada. Quizá alguien en Catalunya –y en España- piense que el camino  pasa por expulsar al PP del poder a toda costa. Creo que, respecto a este problema, equivocan la receta. No habrá solución duradera para este conflicto sin que la derecha española se asocie a ella de alguna forma. No queremos que el PP vuelva a las mesas petitorias anticatalanas. Para abordar racionalmente este problema, tan malo es que el PP esté en el machito de la mayoría absoluta como que lo invitemos a echarse al monte. 

¿Quién sabe?, a veces el destino escribe derecho con renglones torcidos. A lo mejor de resultas de todo este embrollo se produce un ataque colectivo de buen sentido político y se abre paso algo parecido a una “vía Urkullu” para esto que en Madrid llamamos “el asunto de Cataluña”. Ojalá; lo bueno que tiene el deseo es que es gratis.