Entre truenos, Donald Trump avanza hacia su investidura presidencial que tendrá lugar el jueves con una advertencia implícita también para Europa: "Cuidar a las clases medias". No cabe confiar en los discursos apaciguadores. EE. UU. ha perdido 5 millones de trabajos en el sector de las manufacturas, el cobijo por excelencia de la clase media baja americana, desde el año 2000. ¿Qué pasará cuando la inteligencia artificial se lleve por delante en los próximos años la clase media alta? Esas son las preguntas dominantes hoy y que van más allá de los rifirrafes políticos y del propio ámbito norteamericano, que es un buen ejemplo para otros países. 

En 1980, trabajaban en Estados Unidos 20 millones de trabajadores en las manufacturas, que engloban sectores tan diversos como la metalurgia, la farmacia, la química, la industria alimentaria, la electrónica, los muebles, el textil o los materiales de transporte, entre otros. En el 2016, tan solo trabajan 12 millones. En el año 2000 empezó a formarse la frontera entre el mundo tradicional y el nuevo.

Hoy, el viejo empleo ha sido sustituido por el nuevo. La mayor parte del crecimiento de puestos de trabajo que se da en EE. UU. son cuidadores de niños, de viejos o de enfermos, cocineros, camareros, administrativos o vendedores en pequeños comercios. Ojo, con todo el respeto hacia esas ocupaciones, hay, en todo esto, diferencias sustanciales, empezando por los ingresos.  El salario actual en las manufacturas es de 20,17 dólares, tres veces más que el salario mínimo. 

Aparentemente, el Gobierno de Obama y la Reserva Federal pueden decir que hay pleno empleo en EE. UU. (el 4,7% de paro), pero no es lo mismo. De ahí la indignación de los votantes americanos.

La desaparición del empleo en las manufacturas se suele atribuir a dos razones: a la globalización o bien a la introducción de nueva tecnología que sustituye a los trabajadores.

En EE. UU., la industria representa el 20,7% del PIB. En China, el 43%, más del doble, en buena parte debido al trasvase de actividades. La media es el 31% en términos globales. En España, es del 22,4%, según datos del 2014 del Banco Mundial y la OCDE. En Francia, es del 19,6% del PIB, y el premio Nobel de economía afincado en Toulouse, Jean Tirole, recomienda a sus compatriotas que lo dejen correr. Que busquen otras vías.

En cuanto a la segunda razón del cambio radical, The Wall Street Journal decía hace poco que "la otra cara del auge tecnológico es la baja creación de empleos en EE. UU.".  "La brecha, recalca, entre lo que prometió el auge tecnológico y lo que produjo es otra fuente de descontento". La razón es que la contratación en los sectores de computadoras y semiconductores se derrumbó después de que la producción de hardware se mudó de Estados Unidos". Y añade The Wall Street Jounal, "tras crecer en la década de los 90, el empleo total de empresas computadoras y electrónicas se redujo de 1,87 millones en el 2001 a 1,03 millones en agosto del 2016, según datos del Departamento de Trabajo".

Cabría pensar que la aportación del sector tecnológico se habría producido antes por el aumento de la productividad en la economía que por la vía del empleo. Pues bien, lo que habitualmente se denomina "productividad total de los factores", en la que entra la innovación, alcanzó su punto máximo del 3,4% en los años 50. "El promedio de la década actual es un patético 0,5%", señala el economista Greg Ip.

¿Y entonces? Pues que aún puede ser más complicado en la próxima ronda tecnológica que llegará en los próximos años cuando la inteligencia artificial dinamite el trabajo cualificado, acabando con el ascensor y la movilidad social. O sea, el estancamiento laboral para la mayoría.

Todo esto está haciendo que se quiera dar, inyectando parte de los billones de dólares que se mantienen al margen del circuito económico, un nuevo impulso a las manufacturas sin tener ya por sagrado aquel dicho: "Lo que es bueno para General Motors es bueno para Estados Unidos".  La idea de que las empresas deben cuidar no solo del medio ambiente sino también de sus propios países de origen empieza a entrar en la agenda siglo XXI.