Se habla, y en general ha sido bien acogida, de la miniserie documental —cuatro episodios— sobre la familia Pujol dirigida por David Trueba y que se puede ver en la plataforma HBO. El producto tiene un título con cierta gracia, aunque menos de la que algunos le atribuyen, a mi entender: La sagrada familia. Los episodios, de menos de una hora, se estructuran cronológicamente y, en tres de ellos, el asunto principal son las acusaciones de corrupción contra los Pujol. No es, pues, un documental sobre el president Pujol o su familia, sino exactamente sobre sus trapos sucios, algunos comprobados y confesados, otros sospechados, insinuados o imaginados, pero nunca confirmados.

Las diferentes entregas están construidas a partir de material de archivo —aquí hay una investigación meritoria— y una serie de declaraciones de personas vinculadas al mundo de la política, el periodismo y la justicia. La intención, apuntada por el propio Trueba, era hacer una radiografía de los Pujol —de los trapos sucios de los Pujol— "desde fuera", es decir, a partir de la mirada —de las miradas— ajenas, externas. Sin embargo, finalmente, los responsables de La sagrada familia decidieron incluir también el testimonio de Josep Pujol, uno de los siete hijos del president. Cabe decir que en esta contradicción radica uno de los aciertos, ya que el único representante de la familia Pujol es una de las voces que da más interés periodístico al documental. Y ya que estamos en el contenido, en cuanto a los hechos, cabe decir que la aportación informativa de la miniserie resulta escasa. La inmensa mayoría de cosas ya se sabían. En este sentido, La sagrada familia puede resultar de cierta utilidad, sí, para personas de fuera de Catalunya, para las generaciones jóvenes y futuras o, también, para aquellos, si es que existen, que, a pesar de vivir en Catalunya y ser contemporáneos de lo que se comenta, no se hayan enterado de nada.

Es un espectáculo penoso ver a estos tipos, enfermos todavía de antipujolismo, carcomidos por el resentimiento de tantos años, aprovechando la ocasión para acuchillar a su archienemigo a base de soltar aquí y allá todo tipo de rumores, descalificaciones y barbaridades

En la rueda de voces que desfilan hay de todo. Desde gente que estaba y que habla con conocimiento de causa, hasta personas absolutamente secundarias en relación a la cuestión de los Pujol. La composición del mosaico se vuelve curiosa y quiero pensar que, más que falta de conocimiento —Jordi Ferrerons, el productor, es especialista sobre todo en política internacional— es que ha habido muchos posibles testigos que no ha querido participar. No lo sé.

La miniserie de Trueba —que es alguien que en Catalunya cae bien— ha recibido sobre todo elogios. Algunos ditirámbicos. La verdad, sin embargo, es que, aparte de aportar muy poco de nuevo, el resultado final del producto es desequilibrado. Para decirlo en términos futbolísticos, son más los testimonios que atacan que los que defienden. Alguien ha dicho también que, a pesar de eso, es una serie menos socialista y menos antipujolista de lo que algunos esperaban. Estoy de acuerdo. Hay que añadir, en este punto —y aunque no disculpe nada—, que hoy es infinitamente más fácil encontrar a gente dispuesta a despotricar de la familia Pujol que personas que se presten a defender y dar valor a la obra del president a lo largo de sus veintitrés años al frente de la Generalitat.

El minidocumental está desequilibrado, decía. Sin embargo, quizás sí que es honesto en origen. Quiero decir, que quizás sí que tanto Trueba como Ferrerons han intentado hacer bien su trabajo, han llevado a cabo un esfuerzo real por acercarse al máximo a la verdad. No me atrevo a cuestionar sus intenciones. De ningún modo se puede decir lo mismo, en cambio, de algunos de los personajes que aparecen en pantalla. Hay unos cuantos que aprovechan la invitación de Trueba y Ferrerons para verter toda la hiel que, durante años y años, han ido acumulando contra Pujol, Convergència Democràtica y todo lo que han representado. Es un espectáculo penoso ver estos a tipos, enfermos todavía de antipujolismo, carcomidos por el resentimiento de tantos años, aprovechando la ocasión —de mil amores— para acuchillar a su archienemigo a base de soltar aquí y allá todo tipo de rumores, descalificaciones y barbaridades. Imagino que poder desahogarse de esta manera delante de la cámara de Trueba los dejaría si no satisfechos —el virus del antipujolismo nunca se extingue, nunca muere—, sí un poco amansados y la tensión normalizada durante un rato más o menos largo.