Parte de los resultados de las elecciones se explica desde la torpeza de los partidos que, en especial los perdedores, son todos los que no han obtenido mayoría absoluta, están enzarzados en los pactos postelectorales y no en determinar las causas de los (malos) resultados. Tantos spin doctors y tan poca cabeza.

A pesar de un sistema electoral lo bastante poco representativo, de troquel preconstitucional, y que todos parecen desconocer después de más de casi cincuenta años, todavía se repite en las campañas electorales el objetivo de mayorías, si no absolutas, sí cómodas. Todavía no han visto todos estos analistas, que la fragmentación, a pesar de mantener un bipartidismo que no es ni mucho menos uniforme, ha llegado para quedarse. Es decir, obtener resultados en las urnas por encima del 30% es prácticamente milagroso. Eso tiene como consecuencia inmediata las coaliciones, con asientos dentro del gobierno o con apoyo parlamentario. Una ojeada al panorama lo pone de manifiesto para todo aquel que lo quiera ver.

A pesar de un sistema electoral lo bastante poco representativo, de troquel preconstitucional, y que todos parecen desconocer después de más de casi cincuenta años, todavía se repite a las campañas electorales el objetivo de mayorías, si no absolutas, sí cómodas

Con frase ya simplona, se reitera con el estilo de un martillo-pilón que las elecciones son la fiesta de la democracia. Una frase que no quiere decir nada. Lo que sí que es, es el día del poder del ciudadano, que con su voto hace lo que le da la gana y pone y quita gobiernos. Dicho en términos económicos: el día de las elecciones es el día de la demanda, no de la oferta. Y esta demanda, tiene poco rational choice, a pesar de los intentos de hacer creer que siempre es así. No me extenderé, salvo la represión que no cesa, en los hitos económicos y sociales de la legislatura donde las derechas no han votado a favor ni una sola de las políticas, que incluso han sido avaladas por los sumos pontífices de la ortodoxia tanto europeos como mundiales. Los electores han dado eso por amortizado y, con mucha imprudencia todo se tiene que decir, por irreversible. Poca memoria reciente. De todos modos, es lo que tiene la soberanía, si te equivocas, te equivocas soberanamente.

Pero no entender estos mecanismos denota, cuando menos, poca perspicacia, pues había signos bien claros. Y han quedado manifestados en estas elecciones y muy especialmente, en el ámbito catalán.

La primera nota es muy dolorosa. La abstención ha superado el 44%, en algunas poblaciones más del 50%. Supone casi diez puntos más que en las últimas elecciones. Tales guarismos representan una desafección enorme y una desconsideración de la obra política hecha. El elector se ha guiado —algunos dirán que manipulado— por motivos pasionales y no racionales. En general, han podido los lemas anti-lo-que-sea que argumentos propositivos, argumentos que prácticamente no hemos visto y que, cuando los hemos apenas olido, eran claramente autoritarios, sin base razonable. Pero el mensaje anti y cierto miedo o indiferencia han obrado el milagro que más del 44% del censo pasara olímpicamente de las elecciones. La oferta política no satisfacía ni mucho menos la demanda ciudadana. O dicho de otra manera: el primer partido, hoy por hoy, y en Catalunya más, es la abstención.

El segundo hecho, no menos preocupante, es el ascenso de la extrema derecha y la mutación de la derecha extrema. En efecto, desaparecidas las derechas marginales y parásitas de accidentes anteriores, el PP ha ganado en Catalunya más de 80.000 votos y Vox casi 120.000. Eso da a estas derechas más de un 13% de los votos válidos, lo que sitúa el conglomerado más abiertamente reaccionario y centralista en la cuarta fuerza. Uno de cada 7,5 electores lo vota. ¿Hace pensar, verdad?

El PP ha ganado en Catalunya más de 80.000 votos y Vox casi 120.000. Eso da a estas derechas más de un 13% de los votos válidos, lo que sitúa el conglomerado más abiertamente reaccionario y centralista en la cuarta fuerza

Por último, tenemos los electores caviar. Su postura es legítima, pero no va a ningún sitio; en todo caso, a hacer más fuertes todavía las corrientes populistas y xenófobas de las derechas extremas. Son electores que han pensado su papel en una democracia y hacen una enmienda a la totalidad al sistema, desde infinidad de posturas ideológicas. Son los que han votado nulo o en blanco, más los segundos que los primeros. En total, más de 95.000 ciudadanos, más de un 3% de los sufragios, superando el 2% de las anteriores contiendas, es decir, ganando un 50%.

Estas tres notas no veo que se valoren a estas alturas. Diría que es un grave error, pues, enredarse en los momentos actuales en la mera supervivencia de unas frágiles victorias, sin ver lo que hay detrás, realmente, de los números, quizás la antesala de una auténtica derrota democrática en un futuro no demasiado lejano. Una vez más, los árboles —los pactos postelectorales y el próximo 23-J— no nos dejan ver el bosque: una desafección ciudadana, desafección que podría llevar a una literalmente insostenible democracia sin demócratas.