Mariano Rajoy, temeroso, como ha apuntado José Antich esta semana, de los efectos que tendría ante la inminente campaña electoral del 20D poner a España en guerra en Siria como la puso José María Aznar en Irak con el 11-M en ciernes, ha optado por tocar retirada en el convulso escenario global, donde de nuevo la sombra del yihadismo asesino ha situado a Europa en el centro de la diana. Y, en cambio, el presidente del Gobierno español ha redoblado la ofensiva en el frente interno ante el llamado desafío independentista catalán: ahora, contra las cuentas de la Generalitat, no vaya a ser que el dinero de todos los catalanes administrado por Cristóbal Montoro acabe sirviendo para poner en pie lo que pide una muy amplia mayoría del Parlament.

Informaba el viernes un diario de la prensa capitalina española que el presidente del Gobierno preparaba un ofrecimiento a Francia para relevar al país vecino en las operaciones militares contra el yihadismo en Mali y facilitar así al Elíseo que concentrase sus esfuerzos en los bombardeos de las bases del Estado Islámico (EI) en Siria. Al día siguiente, 20N, 40 aniversario de la muerte de Franco en la cama y por tanto de los 40 años del "consenso" –ni Pablo Iglesias pide ya una nueva Constitución sino a lo sumo, retocar la vigente–, la oferta de Rajoy a Hollande fue archivada, previa desautorización del impetuoso ministro José Manuel García-Margallo. El motivo no parece ser otro, admitía ayer el (auto)desmentido titular del periódico en cuestión, o sea, El País, que el secuestro de 170 empleados y clientes de un hotel de Bamako, la capital del país saheliano, que se saldó el viernes con 21 víctimas mortales más, dos terroristas incluidos. La guerra de Rajoy, si es que alguna vez existió, y dicho sea sin ápice alguno de ironía, no pasó, así, de abrir una portada a cuatro columnas.

En el escenario exterior, el Rajoy que acusa a los catalanes de estar preocupados sólo por el dislate de la independencia mientras peligra el mundo libre, da un pasito para atrás porque resulta que lo de él, las elecciones que vienen, hay que ganarlas como sea

En el escenario exterior, el Rajoy que acusa a los catalanes de estar preocupados sólo por "lo suyo", el dislate de la independencia, mientras peligra el mundo libre, da un pasito para atrás porque resulta que "lo suyo", las elecciones que vienen, hay que ganarlas como sea. Por lo mismo, en el interior, Rajoy-Montoro (que cada vez recuerda más a un Fu-Manchú) primero da tres zancadas adelante y luego se lanza con todo el equipo, cual kamikaze al grito de "¡Tora, tora!", contra el conseller Mas-Colell. Curiosa manera tiene el inquilino de la Moncloa de bailar no sé si la conga o el pogo o como quiera que se llame la peculiar danza a la que se aplica el presidente (con permiso de la ‘vice’, Soraya Sáenz de Santamaría, que lo baila todo).  Y es que, ese mismo viernes de la retirada apócrifa de los desiertos malienses, el Ejecutivo espanyol volvió a poner a la plaça de Sant Jaume en el punto de mira. Y cómo: ni más ni menos, con el anuncio que, a partir de ahora, el uso del dineros que recibe la Generalitat por la vía del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) será fiscalizado al milímetro para evitar –el ministro de Hacienda dixit– que ni un solo euro se gaste en “veleidades independentistas”.

Nadie sabe cómo activar la suspensión de la autonomía, pero, como vino a decir Soraya en su día el movimiento se demuestra andando: los Mossos a las órdenes de la Fiscalía y el conseller de Economia a las de Montoro

El conseller de Economia en funciones, Andreu Mas-Colell, que empezó la semana con un artículo en el Ara denunciando las cesiones de Mas a la CUP para lograr su investidura, por dos veces fallida, volvió así a la casilla de salida, como en el juego de la oca: denunciando el viernes la “intervención” por parte del Gobierno de las cuentas de la Generalitat –o sea, de todos los catalanes y catalanas, incluídos los que votan al PP– y la aplicación encubierta del articulo 155 de la Constitución, que permite la suspensión de la autonomía. Nadie sabe cómo hacerlo, cómo activar esa previsión constitucional, pero, como vino a decir en su día la citada Soraya, el movimiento se demuestra andando: los Mossos a las órdenes de la Fiscalía y el conseller de Economia a las de Montoro. Y Rajoy pagando las facturas que les "debe" la Generalitat a los farmacéuticos catalanes con los impuestos de los farmacéuticos catalanes (y el resto).

 

Rajoy en un acto en Barcelona este sábado / EFE

Así que se acabó el "quietismo", aunque el último comunicado político del Cercle d'Economia, este mismo viernes, siga aludiendo a esa supuesta inmobilidad de Rajoy en un intento puramente retórico de mantener la equidistancia dialéctica que superó hace ya mucho tiempo entre los de allí y los de aquí, a los que exige una corrección de rumbo. Es normal que la resolución independenstista del Parlament, que no sirvió para que Mas obtuviera los dos votos de la CUP para ser investido, genere inquietud en los sectores empresariales, también en Convergència, y preocupe a un amigo taxista que me llevó el otro día a TV3 que vota JxSí aunque su familia es de Cuenca y no tiene ni ocho ni ningún apellido catalán –lo remarca él–. Bastante menos lo es que una institución seria como el Cercle pase de la tercera vía a la via única por la que transita un Gobierno de España en cuya hoja de servicios a la "patria común e indivisible" siempre figurará el récord guinness del independentismo en Catalunya.

Consolidado el estado de irrelevancia en lo que verdaderamente importa en la escena internacional, la estrategia de Rajoy es redundante: que los catalanes, los independentistas y los demás, paguen los platos rotos y a poder ser la vajilla entera

Discrepo de los que sostienen que la historia se repite. Pero si no estuviéramos en el 2015 en vez de en 1898, cuando se perdió Cuba y el gobierno de Madrid se ensañó con el incipiente catalanismo político impulsado por las clases populares y asumido por la burguesía ante el desastre colonial –y no al revés, como demostro hace mucho tiempo el historiador Josep Termes– se diría que la actitud de los gobernantes de la España posimperial sigue transitando por los mismos derroteros. Consolidado el estado de irrelevancia en lo que verdaderamente importa en la escena internacional, la estrategia es redundante: que los catalanes, los independentistas y los demás, paguen los platos rotos y a poder ser la vajilla entera, incluída la posible inhabilitación de algunos de sus legítimos representantes políticos. A riesgo de contradecirme, espero que la teoría del eterno retorno de lo idéntico –de nuevo, Nietzsche– sólo sea una teoría.

 

Y, mientras tanto, y como decimos aquí y dijo una vez en el Congreso el republicano Joan Tardà, “el més calent és a l’aigüera”. La Generalitat sigue sin presidente aunque lo tiene, en funciones. El Principat continúa pendiente de las asambleas de la CUP, aunque, me aseguran fuentes bien informadas, algo ha empezado a quebrarse en el presunto monolitismo de la organización anticapitalista por mucho que sus dirigentes y exdirigentes –como es el caso de David Fernández– sigan compareciendo muy juntos y cuántos más mejor para dejar claro que todo sigue igual. Como le dijo un cupaire a Artur Mas en la Generalitat, en una de las últimas reuniones negociadoras, “no puede ser que siempre ganéis los mismos”. Veremos.