Carles Porta tiene gusto por el morbo y tiene la sensibilidad justa para poner los dientes largos a quien disfruta con las inmoralidades ajenas que acaban en una carnicería. Los crímenes y los muertos que Porta manufactura nos acercan a la cara más oscura y turbada de la condición humana. La televisión es un medio para saciar la curiosidad o incluso para flirtear con el quinto mandamiento, que muchos no querríamos traicionar nunca. El precio de convertir muertes violentas reales en contenido audiovisual es que parte del público se ha acostumbrado a consumir este contenido como hace con los Bridgerton: como si el derecho de ser entretenidos fuera el único vínculo entre pantalla y destinatario. De hecho, como si el derecho de estar entretenidos y satisfechos fuera la única relación posible con la historia que hay detrás de cada episodio. Tenemos derecho a Tor.

Lo que atrapa de Tor es, precisamente, el ejercicio de conciencia que exige: recordarse a uno mismo que lo que ahí sale es verdad

Desde el éxito de "Crims", las noticias sobre asesinatos en las redes se llenan de comentarios frívolos. Incluso algunos se dirigen directamente a Carles Porta. El fin de semana pasado, la montaña de Tor se convirtió en un Port Aventura del misterio y las vísceras. La opción fácil sería acusar a la televisión pública de todos los males que se deriven y asumir que al espectador hay que darle de comer con cositas que pueda digerir sin tener que hacer ningún ejercicio de conciencia. Pero lo que atrapa de Tor, también a los que quedan atrapados en silencio —o vergüenza, incluso—, es, precisamente, el ejercicio de conciencia que exige: recordarse a uno mismo que lo que ahí sale es verdad. El atractivo de la serie documental sobre Tor es que, después de verla, no tendría que apetecer ir. Pero como todo lo que es de masas, el éxito de Tor también tenía que comportar que surgiera un grupo propio de bobos y de frívolos.

Hasta qué punto respeta el dolor de los familiares de las víctimas volver a explotar una historia en la que Porta ya ha trabajado dos veces

Lo que nos late en el pecho cada vez que hacemos clic en el episodio nuevo, es hasta qué punto respeta el dolor de los familiares de las víctimas volver a explotar una historia en la que Porta ya ha trabajado dos veces. "La verdad supera la ficción", nos decimos. Tor es incluso más atrayente que un western porque los protagonistas sueltan un "càgon Déu" cada vez que respiran. Como la verdad nos satisface y nos fascina más que algunas ficciones —y la tenemos más al alcance—, hay quien pierde el juicio. Tor no tiene ninguna otra función que la de hipnotizar y cautivar una hora por semana. El ritmo, la música y el hablar de los protagonistas, engulle. Como si fuera una ventana a un mundo por civilizar, nos cede el espacio para recrearnos en las pulsiones violentas de los demás con una pizca de culpa como único peaje, conscientes de que el morbo nos tienta y que la debilidad nos convierte en la señora que oye jaleo en la calle y enseguida se asoma al balcón.

Este es su gran talento: exponiendo todo lo que es inmoral, nos atrapa haciendo que nos olvidemos de nuestra propia moralidad

Aun entendiendo los grises, Carles Porta lo produce todo para que parezca casi imposible resistirse al empuje más irracional del chisme. A pesar de los fines a los que lo deposite, este es su gran talento: exponiendo todo lo que es inmoral, nos atrapa haciendo que nos olvidemos de nuestra propia moralidad. Porta hace que su fijación sea la nuestra y que nos la miremos con la misma ligereza con la que nos la deja en el sofá de casa. Si dentro de diez años volviera a producir una serie documental basada en la misma historia, seguro que todos los que nos la hemos mirado y hemos entendido sus bondades y las desgracias, volveríamos a mirarla entendiendo sus bondades y las desgracias y convenciéndonos de que, en el caso de las segundas, no hay para tanto. Seguramente son estos equilibrios deontológicos, este debate entre conciencia racional e inclinación natural, los que interpelan y explican los motivos de fondo de la audiencia de Tor. Carles Porta sabe dónde apunta y, por el bien de todos, quizás no tendría que apuntar más.