El otro día tomándome un café con un amigo me dice que su madre está enferma y al preguntarle qué le pasa me responde: “la enfermedad de las madres, ya sabes”. La enfermedad de las madres viene siendo una mezcla de depresión, ansiedad, mala hostia, estrés, pesimismo patológico, dependencia emocional, irritabilidad, culpabilidad y ganas de llamar la atención.

La enfermedad de las madres tiene una víctima predilecta: las hijas. Futuras madres locas.

Las madres hacen cosas muy curiosas que dejan en evidencia que están locas, sin ningún género de dudas. Controlan tu regla como si fuese la suya propia y, mientras de jovencita velan –y amenazan- para que te venga, conforme te acercas a las 30 empiezan a sugerir la posibilidad de que si no te viniese tampoco sería TAN MALO. Llaman cuando les sale de las narices y estás en la obligación moral y biológica de coger el teléfono hagas lo que hagas, porque es tu madre y podría estar muriendo asfixiada en un incendio en el Zara. Mi madre me ha jodido más polvos que ninguna otra persona. Además, lo más razonable si no lo coges, es que piense que te ha secuestrado un grupo de vietnamitas enanos para violarte y descuartizarte a la salida del trabajo y que ella entonces muera de un ataque de nervios POR TU CULPA. Opinan sobre todo y todos aunque le ruegues que no lo haga. Tus novios y TU FUTURO suelen ser objeto de acaloradas conversaciones que siempre acaban con un “no sé por qué te pones así, si te lo digo es porque soy tu madre”. Una madre nunca pide permiso para leer tus cartas, revisar tus cajones, contar tus condones, escuchar tus llamadas -porque hablas muy alto- o tirar tus cosas que no sabe lo que son pero DA IGUAL, es tu madre. Las madres arrastran una especie de melancolía eterna y una cierta tendencia a decir “dios mío” y “qué cansada estoy” varios millones de veces al día. Además, las hijas somos la estilista de nuestra madre, la peluquera, la terapeuta de pareja, la psicóloga, la mejor amiga, y unas grandísimas hijas de puta dependiendo del día. Mi madre me ha dicho más veces que debería haberme abortado que que me quiere. Yo también lo haría, mamá.

Mi madre me ha jodido más 'polvos' que ninguna otra persona

Bromas aparte, no es una casualidad que las mujeres sufran el doble de depresión y ansiedad que los hombres. El 38% de las depresiones de las mujeres se asocia a la menopausia, pero la franja de entre los 25 y los 45 años –mujeres jóvenes- es la más frecuente para padecer enfermedades psicológicas. Además, más del 10% de las mujeres sufren depresión post parto tras dar a luz y un 20% trastornos mentales perinatales (durante el embarazo y el primer año de vida del hijo). El desprecio heteropatriarcal a los problemas psicológicos de las mujeres en general, y de las madres en particular, hace que muchas de ellas enfermen de manera casi crónica y arrastren un odio infinito hacia el prójimo que se revela claramente en la ilustrativa frase “qué le habré hecho yo a Dios para merecer esto”.

La verdad es que Dios y la religión tienen bastante culpa. Muchas de nuestras madres se han casado muy jóvenes y algunas sólo han mantenido relaciones sexuales con el que sería su marido. Demasiadas no saben lo que es un orgasmo. Otras han sido madres sin estar preparadas para ello o directamente sin quererlo, han sufrido embarazos de mierda, partos traumáticos o abortos casi clandestinos. Una gran cantidad de mujeres no ha dispuesto de su cuerpo ni ha tomado sus propias decisiones para parir ni para criar a sus hijos.  Muchas han tenido que renunciar a sus carreras laborales para ponerse al servicio de esa institución tan jodidamente femenina, LA FAMILIA. Por encima, y por gracia del espíritu santo que ha bendecido a las mujeres con el don de la maternidad, han tenido que decir siempre que ser madres es lo mejor que les ha pasado en la vida para después encerrarse en el cuarto de baño a tomarse cuatro trankimazines con whisky.  Eso sí, después del trankimazin, las madres tienen que seguir con su vida y labores domésticas, asistir a la quinta función del colegio de su tercer hijo, y tranquilizar a su propia madre por teléfono que amenaza con abandonar a su padre y rehacer su vida. No es de extrañar que cuando los hijos se hacen mayores, y tras una vida dedicada por entero al cuidado de ellos, sufran como nadie el síndrome del nido vacío. Las madres están llenas de miedos con respecto a nosotras, precisamente, porque saben lo que es ser mujer y ser madre. Estoy segura que si fuese fácil se quejarían mucho menos ante Dios.

Mientras la sensibilidad masculina de personajes como Van Gogh, Mozart, Truman Capote, Kurt Cobain y otros muchos tarados se valora positivamente, la femenina es vista como un síntoma de debilidad

A día de hoy, no existe un control de la salud mental de las embarazadas y las madres en la sanidad pública. Si la medicina no le da la relevancia que merece, cómo vamos a educar a los hombres, a los hijos y a las familias en general. La ignorancia con respecto al funcionamiento cerebral de las mujeres asusta. Mientras la sensibilidad masculina de personajes como Van Gogh, Mozart, Truman Capote, Kurt Cobain y otros muchos tarados se valora positivamente, la femenina es vista como un síntoma de debilidad. Las mujeres somos diferentes y no pasa nada. Nuestra biología no responde igual que la masculina. Primero, porque nuestros dos hemisferios (el racional y el emocional) están mucho más intercontectados, lo que hace que nos afecten más las emociones, en general. Segundo, tenemos un funcionamiento hormonal completamente diferente. Mientras los hombres mantienen casi estables sus niveles de testosterona durante la mayor parte de su vida adulta, las mujeres nos enfrentamos a una noria de estados hormonales cada mes mientras somos fértiles para acabar con la GRAN HOSTIA HORMONAL en el embarazo y el parto, y la SÚPER HOSTIA HORMONAL cuando llega la menopausia. Cada semana del ciclo menstrual el cerebro femenino recibe diferentes cargas de estrógeno, progesterona, testosterona, oxitocina o tiroideas. Decirle a una mujer en fase premestrual (premonstrual como dice Erika Irusta R.) con sorna “te va a venir la regla” sólo aumenta las ganas de arrancarte la cabeza, querido.

Aunque el embarazo y el parto son, afortunadamente, casi siempre momentos deseados, una no puede controlar la estampida de hormonas que llegan a su cerebro y modifican sus estados emocionales. Por mucho que los padres quieran a sus hijos –y la mayoría los quiere- no llevan dentro de su cuerpo el peso físico y de responsabilidad que siente una madre. No pueden sentir el estrés y el miedo de hacerle daño. No experimentan el parto ni sienten que les roban su voz cuando deciden practicarle una cesárea o una episiotomía, que en ocasiones destroza la sexualidad y la continencia femenina. No sienten que su cuerpo ha cambiado para siempre y que nadie les deja quejarse de ello porque la maternidad es lo mejor que les ha pasado. No padecen la rabia, el odio, la impotencia o el sentimiento de rechazo y, por tanto de culpa, de algunas madres al acabar de parir. No tejen el vinculo emocional más grande que se puede sentir, el de algo que ha salido de la propia carne. No sienten la incomprensión, la inseguridad, el miedo. Pero sí pueden escuchar, comprender, amar y cuidar. Compartir responsabilidad, dar importancia y contribuir a que las madres, aunque locas, no tengan que estar tristes. Por la gracia de Dios.