Adrià Soldevila, el periodista que destapó el caso Barçagate, acaba de publicar el libro El partit més llarg, donde relata todo lo que pasó en los despachos de este gran ministerio que es Can Barça el día del referéndum del 1 de octubre. Tengo ganas de leerlo porque es una evidencia que el fútbol, ​​y en este caso particular el Barça, es un reflejo de la sociedad o, como dice la descripción del libro mencionado, "hay unos vínculos históricos y emocionales que unen el destino del club y el de la nación". No sé si se refiere a que ambos, Barça y Catalunya, han ido a menos desde aquella fecha, con dos presidentes que quizás no son los mejores de la historia. Pero, en fin. Decía que aún no lo he leído, pero sí que el autor ha explicado que, al final, la opción de la directiva Maria Teixidor de jugar a puerta cerrada, un punto medio —como siempre con Josep Maria Bartomeu— entre quienes no querían que se jugara —inicialmente la directiva— y los que querían jugar —los jugadores, exceptuando Gerard Piqué y Sergi Roberto— es la que se impuso. Así, no habría sanción ni pérdida de puntos, al tiempo que se haría visible al mundo la excepcionalidad de la jornada. Excepcionalidad que un virus ha extendido a todo el mundo, donde ahora se juega sin público cada semana. No se puede negar que el Barça es un club pionero. Ironías al margen, aquella decisión conllevó la dimisión de Carles Vilarrubí, que era quien llevaba las relaciones con Òmnium y el ANC. Relaciones que, explica Soldevila, no han vuelto a ser las mismas.

¿Fue el referéndum del 1 de octubre un vicerreferéndum? ¿Un gol que no fue, pero que sirve de fundamento para una obra posterior?

Otro periodista —y a la vez librero—, Miguel Ángel Ortiz, publicó el año pasado Poesía y patadas, donde recoge los cien años de relación entre fútbol y literatura. Y aparece un concepto que me encanta: los vicegoles. Wenceslao Fernández Flórez, un escritor por otra parte más bien facha, se preguntaba dónde iban a parar los goles que no entraban. Decía que la emoción no sólo estaba en el gol, sino en la ocasión perdida, en aquella pelota que salía rozando el poste cuando el público ya gritaba gol. Y le gustaban los suspiros de lo que no fue, pero estuvo a punto de ser. No sé exactamente si el partido del 1 de octubre fue un vicepartido, porque en realidad se jugó, pero nadie recuerda el resultado. No sé, por ejemplo, si el 6-1 al PSG es un vicetítulo, porque no se ganó la Champions, que es como no marcar gol, pero quizás aquel 6 a 1 es mejor que un título. Como el mejor gol de Pelé... que no fue gol. Aquel del Mundial de México 70 en que regatea al portero sin tocar el balón, aprovechando un pase de Tostao, pero lo envía fuera rozando el palo. Ese gol no existió. Como tampoco lo fue el que no marcó desde el centro del campo contra Checoslovaquia. Son dos goles del siglo que no existieron. Dos vicegoles.

Tiene razón Wenceslao en explicar la importancia de los vicegoles. Pelé tiene una leyenda inmensa gracias a dos goles que no lo fueron. Y la leyenda del Barça también la explica un partido épico de Neymar que no sirvió para ganar un título. En este sentido, ¿fue el referéndum del 1 de octubre un vicerreferéndum? ¿Un gol que no fue, pero que sirve de fundamento para una obra posterior? Aún no lo sabemos. Wenceslao Fernández prefería los vicegoles a los goles. Decía que lo que pudo ser y no fue tenía mucha más poesía que lo que simplemente fue. Que los vicegoles pertenecen al mundo de la literatura. Quizá por eso hay tantos libros sobre los hechos de octubre. Quizá por eso cada año nos explicamos muchas historias. Porque fue más que un gol. Fue más que un referéndum. Ahora bien, tal vez hay quien prefiere la poesía. Pero para que un gol entre, en política, a veces hay que pasarse a la prosa. Como dirían Bertolt Brecht, Golpes Bajos y el guitarrista de Late Motiv, corren malos tiempos para la lírica.