Pere Aragonès sigue siendo vicepresident en funciones del Govern de la Generalitat, con funciones de president del Govern de la Generalitat, candidato fallido tras un primer debate de investidura y aspirante a la presidencia en los próximos dos meses, si no quiere volver a ser candidato a la presidencia en unas nuevas elecciones el 26 de mayo. Para ser president a secas, necesita el apoyo del partido de Carles Puigdemont, president cesado por el 155 para algunos, ex para otros, presidente en el exilio para unos terceros y aún presidente legítimo para los de más allá. Eso sí, Aragonés ha pedido ser investido 132 president sin tutelas del 130.

Una frase tan repetida en todos los titulares que enseguida me ha venido a la memoria aquel congreso del PP de 1990 en Sevilla, celebrado curiosamente hoy hace justo 31 años. La escena es la siguiente. Manuel Fraga sube al estrado y revela que su sucesor, José María Aznar, le ha presentado una carta de dimisión, firmada y sin fecha, para que el padre fundador la utilice en el momento que crea oportuno. Fraga la enseña a los militantes. "Aquí está. Este hombre presenta sin fecha su carta de dimisión, que nunca le vamos a aceptar. Y esta carta, yo la rompo delante de vosotros". Entonces, Fraga coge la carta, la rompe, Aznar se tapa la cara, se supone que emocionado, y Fraga suelta la frase para la historia: "Porque no hay tutelas, ni hay tutías". Y los populares aplauden.

Al nuevo líder de ERC en el ejecutivo le iría muy bien que el presidente del partido dejara claro que ni tutelas ni tutías y que el president en el exilio hiciera un gesto también de reconocimiento de su autoridad

Hombre, Fraga fue ministro de Información y Turismo en la dictadura de Francisco Franco. Así que de liderazgos incuestionables sabía algo, dirán ustedes. Y es verdad. Pero hay cosas que también valen en democracia. Y así como un presidente que no repetirá mandato es un pato cojo, un líder tutelado no tiene la autoridad que se requiere. Lo hemos visto con el president autodenominado vicario Quim Torra. Los juntaires saben el daño que le provocan cuando le hacen pasar a Aragonés el trance de un debate de investidura fallido. Y es lógico que Pere Aragonés no quiera tutelas ni tutías. No las debería tener de Waterloo, pero tampoco de Lledoners.

Aragonès, y cualquier presidente que quiera serlo, necesita, pues, una autoridad, que ganará una vez sea investido, porque la presidencia de la Generalitat imprime carácter y aura. Pero al nuevo líder de ERC en el ejecutivo, por mucho que se imponga el sistema PNV, le iría muy bien que el presidente del partido dejara claro que ni tutelas ni tutías y que el president en el exilio hiciera un gesto también de reconocimiento de su autoridad. Algo difícil en el actual momento del independentismo, en que políticos, votantes y tuiteros parecen haber caído dentro de una marmita de vinagre. El independentismo necesita un buen gobierno para aprobar la otra asignatura que tiene que recuperar y en la que llegó a despuntar. Para pasar de tener un apoyo del 15% a la mitad del electorado, se necesitan muchas cosas, pero la principal, es la seducción. Disculpen el recurso, tal vez fácil, pero no indiscutible. El Barça llena el estadio, los niños van con la camiseta en el colegio y de fútbol habla todo el mundo, cuando el equipo seduce. Pasó con el Dream Team de Johan Cruyff y con el Barça de Guardiola. Pues bien: el independentismo triunfó cuando era sexy. Ahora, por lo que sea, es agrio. Y, en la política, como la vida, la gente huye de la acritud. Al final es tan sencillo como lo del trabajo bien hecho que ni tiene fronteras ni tiene rival y lo que hagan los demás da lo mismo, que tanto servía para la Generalitat pujolista como para un anuncio de cerveza que fue el mejor spot del Barça y de una Catalunya aspiracional. No será por publicistas.