Rosalía, la Rosalía, tiene 25 años, es oficialmente cantaora flamenca, estrella pop y artista total: canta, baila, compone, produce y ya tiene premios Grammy. Como es sabido, Rosalia Vila Tobella es de Sant Esteve Sesrovires, el pueblecito de 7.000 habitantes del Baix Llobregat, a pie de Montserrat, en cuyo término está la Chupa Chups (o la Seat), pero también viñedos de la DO Penedès o las prisiones de Brians. Pero, sobre todo, sobre todo, sobre todo, el pueblo se ha hecho célebre por el alter ego, bilocación o universo paralelo de Sant Esteve de les Roures, originado por un error en un informe de la Guardia Civil, a raíz de la visita poco deseada del 1 de octubre. A partir de entonces, Twitter, donde hay vida inteligente si se busca mucho, comenzó a crear un mundo virtual, con su propio Ayuntamiento, su tele, sus partidos políticos, su obispado, equipo de fútbol, hospital, universidad y 3.000 organizaciones más, incluidos estibadores y portuarios y fans de Bruce Springsteen.

Rosalía, que con el homenaje al reggaeton Con altura ha llegado a 500 millones de reproducciones en Youtube, podría ser un personaje del mundo paralelo de De les Roures. Que una catalana sea una estrella pop internacional a la altura de Lady Gaga no es lo que cabría esperar del mundo real. Claro que tampoco sería esperable que dos hermanos de Sant Boi sean los únicos de la historia en tener un anillo de la NBA con equipos diferentes. Pero, no. Rosalía es de Sesrovires. Es real. Seguro que difunde el nombre de Catalunya en el mundo y que Milionària, que ya llega a 7 millones de reproducciones, servirá para que alguien en la otra punta del mundo quiera aprender el catalán y un día reciba la visita de Halldór Már. Seguro, pero esto es menor.

En un mundo en que los millenials deberán enfrentarse a la creciente robotización, la de la creatividad es la mejor lección que pueden (podemos) recibir

Hace una semana, Rosalia Vila Tobella estrenó el single Fucking Money Man, con la citada canción en catalán, Milionària (pronunciado millonària), y otra en castellano, Dios nos libre del dinero. Es sabido y gastado que, en lugar de felicitarse por la difusión, normalización, acercamiento de la lengua de Pompeu Fabra, algunos talibanes se molestaron porque la cantante dice "cumpleanys", en lugar de “aniversari”, en una licencia artística que nadie criticó cuando Sau decidió decir "reflexada" en lugar de “reflectida” (la teva llum). Y no hace tanto, alguien con el criterio y la profundidad de pensamiento de la abogada gitana y activista por los derechos humanos Pastora Filigrana criticó el videoclip de Malamente por la apropiación de lo gitano-andaluz como símbolos españoles con fines mercantilistas, con el argumento de que sin contexto histórico, económico y social se da una imagen grotesca, y en el fondo, de subdesarrollo cultural. Está bien discutirlo todo. Señal, también, de la infuencia de la artista catalana.

Justamente, teniendo en cuenta que Forbes ha situado a Rosalía entre los menores de 30 años más influyentes del mundo, es pertinente una pregunta: ¿Rosalía es una buena influencia o una mala influencia para los millenials (y no tan millenials), vistas estas polémicas? Pues sin lugar a dudas es muy buena. Pero no por la difusión del catalán ni por ser la reina de la música en español, según el New York Times. No. Rosalía es una excelente noticia por su creatividad. Rosalía ha triunfado porque mezcla, por ejemplo, flamenco, rumba catalana, trap o música electrónica, rompiendo límites entre géneros y sumando el videoclip pop con elementos visuales propios. Por lo tanto, innova. Fomenta la creatividad de sus seguidores. Ha parido la estética Rosalía. Se cuestiona por qué hasta ahora se han hecho las cosas de una manera y por qué no se pueden hacer de otra. Observa. Y hace practicar sexo a ideas diferentes. En esto, Rosalía es como Ferran Adrià. O como Pep Guardiola. Y en un mundo en que los millenials deberán enfrentarse a la creciente robotización, la de la creatividad es la mejor lección que pueden (podemos) recibir. Como Josep Bernat, aquel señor que juntó un palo y un caramelo y creó Chupa-Chups, la fábrica que desde 1967 está en su pueblo.