El sábado hará un año de la declaración de independencia, fecha que nadie de la actual mayoría de gobierno parece que tenga demasiado interés a celebrar. ¿Qué sabemos de ese momento? La literatura generada nos permite empezar a entenderlo, si bien aún no se ha explicado todo de aquellos días de octubre. Seguramente para no comprometer a más actores políticos, a pesar de que parece que el Estado ya ha decidido que las cabezas de turco son los miembros del Govern Puigdemont y los líderes de las entidades. Y basta, que no es poco.

Sea como sea, aún tendrán que pasar años para que se escriba, de verdad, qué pasó ese mes de octubre. Ahora, una cosa sí se puede decir. Teniendo en cuenta la movilización del 1 de octubre. Teniendo en cuenta la movilización del 3 de octubre. Teniendo en cuenta la efervescencia inédita que se vivía hace un año en la calle, el momento de declarar la independencia, si es que había que defenderla con movilizaciones en la calle ―visto que no había ningún apoyo internacional ni estaban las estructuras de Estado a punto―, tenía que haber sido en el momento en que lo preveía la ley del referéndum. Ergo, el 3 de octubre ―martes― o como muy tarde esa semana. Insisto. La gente hizo el referéndum. Sólo hay que ver cómo se externalizó la compra de urnas y cómo se ocuparon las escuelas desde casi 48 horas antes. La gente hizo el 3 de octubre. La movilización era tal que nadie iba al teatro, nadie iba al cine y nadie miraba series. Aquellos días de octubre ―de hecho, entre el 20 de septiembre y el 3 de octubre― son los de la máxima movilización del independentismo que ha habido nunca. Aquel era, por tanto, el momento, si había que hacerlo de esa manera. Después, la movilización, por diversos factores, bajó.

Pero no se hizo. Carles Puigdemont tardó en ir al Parlament. Fue el día 10. Pero la calle ya estaba menos tensionada entonces. Y hizo la célebre declaración con suspensión incluida. Quedaba claro que el president buscaba la mediación. Y ésta no llegó. Y hasta el día 27, las dudas comenzaron a atenazar, no sólo a los dirigentes políticos, sino a los simpatizantes independentistas. Por lo tanto, los actuales dirigentes encarcelados y en el exilio a los que se acusa de rebelión, en realidad, frenaron la rebelión. Frenaron a la gente dispuesta a defender las instituciones. Seguramente ―o más que seguramente, porque lo han dicho― porque después de la violencia ejercida por la policía el 1 de octubre y la amenaza del Rey del 3 de octubre ―donde sólo le faltó salir vestido de militar― optaron por no poner en riesgo la vida de un solo ciudadano. ¿El resultado? Los políticos acusados ​​de rebelión, paradójicamente, ¡lo que hicieron fue detener la rebelión! Lo hicieron incumpliendo el mandato de llevar el resultado del referéndum en el Parlament 48 horas después. Lo hicieron el 10 de octubre, cuando Puigdemont suspendió la declaración. Y lo hicieron el 27 octubre, cuando se aprobó una simple resolución en el Parlament que instaba al Govern a desarrollar ley de transitoriedad, y el Govern no firmó ni un solo decreto. Ni siquiera arrió la bandera española.

Los actuales dirigentes encarcelados y en el exilio a los que se acusa de rebelión, en realidad, frenaron la rebelión. Frenaron a la gente dispuesta a defender las instituciones

Los dirigentes hubieran podido declarar la independencia y hacerse fuertes. Pero la movilización había bajado, quizá porque una sociedad acomodada no puede hacer la revolución e ir a comprar a los grandes almacenes al mismo tiempo, quizá por miedo, por desencanto o por ver que empezaba a haber división entre vecinos. Hubieran podido declarar la independencia y convocar elecciones ―salida razonable si no se quería poner en peligro a nadie porque consideraban que las amenazas de violencia eran creïbles―. O se podía declarar la independencia y no hacer nada para aplicarla. Y se eligió esta tercera opción. ¿La peor de todas? ¿Un ridículo? Quizás sí. Se debería juzgar políticamente y no judicialmente a sus protagonistas? Seguro. ¿No sirvió para nada? Esto ya es más discutible. Porque, al final, el independentismo ha llegado más lejos que nunca. A hacer un referéndum y declarar la independencia. Ha recorrido un camino por la vía equivocada y se despeñó. Pero, como mínimo, debería aprender de los errores y fijarse en los nuevos consensos generados, algunos de los cuales eran inexistentes incluso el 1 de octubre.

Porque el 1-O existía el consenso del referéndum como vía para solucionar el problema político. Pero ahora hay nuevos consensos mayoritarios en Catalunya. El republicanismo frente a los monárquicos es uno que hay que aprovechar. Y el de los derechos civiles y políticos frente a la represión es otra. Y estos consensos no estarian sin lo que pasó el 1, el 3, pero también el 16 ―cuando encarcelan a Sànchez y Cuixart―, el 27, el 31 ―cuando Puigdemont aparece en público en Bruselas― y el 2 de noviembre, cuando el juez Llarena envía el Govern a prisión.

Referéndum, más apoyo, vía pacífica, república, centro sociológico ―ni muy a la izquierda ni muy a la derecha― y derechos civiles y políticos. Seis consensos que van mucho más allá del independentismo y, incluso, de la política catalana. De ahí la importancia de la visita de Pablo Iglesias a Oriol Junqueras, por ejemplo. De ahí la sacudida dentro de los partidos no sólo indepes. De ahí que se busquen nuevos instrumentos para aglutinarlos.