Ione Belarra (Unidos Podemos) ha ganado el premio de diputada revelación que dan los periodistas parlamentarios de Madrid. No me extraña. Ayer hizo pequeño a Pablo Casado, que si cada semana ―o cada día― ofende a la sensibilidad y la inteligencia de los que no están entregados, por la mañana tuvo una intervención repugnante en la sesión de control de los miércoles a Pedro Sánchez. No le bastó con mezclar en la misma pregunta la situación en Catalunya con la violencia machista, sino que sólo se le ocurrió referirse al asesinato de Laura Luengo exigiendo al presidente del Gobierno que no derogue la prisión permanente revisable.

Dice Casado que es la mejor fórmula para luchar contra los asesinatos de mujeres. Belarra le tuvo que decir, indignada, que de lo que se trata es de que no las maten antes. "Déjenos en paz, no necesitamos prisión permanente revisable, necesitamos políticas públicas que nos protejan antes de que nos maten. Antes. Basta ya, señor Casado, basta ya". El día antes, en el Congreso, había 50 diputados sobre 350 haciendo un minuto de silencio por esta mujer secuestrada y asesinada en Huelva. Hacían trabajo de despacho, dicen. Muchos no se enteraron, dicen. Otra vergüenza.

Los políticos deben servir al bien común. Y no actuar como irresponsables que atizan el odio y son un peligro para la convivencia porque les conviene por un puñado de votos

No soy partidario del discurso de la antipolítica. Ayuda a dar votos a partidos extremistas. A los Trump del mundo. A los Abascal hispanos. Pero hay que denunciar la degradación de la política cuando existe. Los políticos deben servir al bien común. Y no actuar como irresponsables que atizan el odio y son un peligro para la convivencia porque les conviene por un puñado de votos. Y esta es la actitud de Pablo Casado y de demasiados más. Me gusta el humor de la iniciativa ganadora del premio a la Pregunta del Millón que han dado los periodistas a Carlos Floriano, del mismo PP: "Los españoles hemos podido ver en la cuenta de twitter de La Moncloa varias fotos del presidente Sánchez... en la misma página oficial se puede observar al presidente con un colaborador, revisando dentro del avión unos documentos con las gafas oscuras de sol puestas. ¿Son gafas graduadas?". La ironía y el humor no están reñidos con la política. Pero la demagogia, la mentira y la irresponsabilidad no deberían aceptarse. Y la dejamos pasar demasiado a menudo.

El problema de Vox ―y ahora no voy a entrar otra vez a decir quién los ha hecho grandes, aunque en el PP señalan al PSOE― es que el PP les tiene miedo y endurece aún más el discurso. Quizás espera que podrá hacer un tripartito de derechas. Pero en Catalunya está a punto de desaparecer. Y sin Catalunya, amigos, no se gobierna España, por mucho que lo fíen a Ciudadanos. Por eso, porque la desaparición puede empezar por Barcelona, ​​presenta a Josep Bou como alcaldable. Un Bou que en su presentación ha dado munición a los programas de humor para el resto de su carrera política. Dará grandes jornadas de gloria. Pero es que ante la posible desaparición, y tal y como funciona la política, el freakismo es la única opción para no quedar engullido por Manuel Valls y el poco porcentaje que saque Vox y que le impida llegar a los mínimos.

Junto a ello. Junto también a los errores folklóricos y la nostalgia meliflua de un pasado inexistente del poco president Torra. Junto a las querellas preventivas de Inés Arrimadas y la actitud quinqui de algunos en su partido. Junto al amarillismo matinal y rojigualdo de Antena 3 y Tele 5. Junto a todo esto, el actual gobierno del PSOE aparece como oasis de sentido común, si sacamos a Josep Borrell de la ecuación. Después de que alguien ―o él mismo― viera que no podía hacer el discurso de Mariano Rajoy, Pedro Sánchez ―y Carmen Calvo― parece un estadista junto a los sospechosos habituales. Hacen bien. Porque, en lugar de reconocer que su propuesta de Consejo de Ministros no se había entendido y, por tanto, era mejor no hacerlo en Barcelona, ​​esta absurda ley política no escrita que dice que no se puede rectificar, los hace venir a Barcelona sí o sí. ¿Tanto costaba que Sánchez dijera: "no se ha entendido, no quiero contribuir a la tensión"? No. Se ve que no se puede. Pues así las cosas, mejor rebajar la tensión. Ahora bien, que no se les ocurra confundir la legítima protesta, por dura que sea, con una rebelión de las entidades o con la necesidad de intervenir los Mossos vía ley de Seguridad Nacional como piden los profetas del 155.