No sé por qué extraño algoritmo mi cuenta de Spotify me trae de vez en cuando como "descubrimiento semanal" la canción Papá cuéntame otra vez de Ismael Serrano. Como si me quisiera decir alguna cosa. Y eso que tengo que decir que la canción da mucha rabia. Incluso cuando descubres su auténtico significado. O quizás por eso. Porque retrata una realidad. La de una parte de una generación. La que ha sido la clase dirigente durante casi cuarenta años. El tema es de 1997 y el mismo Serrano explica que es una discusión generacional ante un mundo muy diferente al que soñaron (algunos) de nuestros padres, una parte de una generación combativa en su momento ante la dictadura y que, una vez instalada, se olvidó de muchas cosas y se ha ido conformando con una realidad que les ha ido de cine.

La canción empieza con unos versos que dicen:

“Papá cuéntame otra vez ese cuento tan bonito 
De gendarmes y fascistas, y estudiantes con flequillo
Y dulce guerrilla urbana en pantalones de campana
Y canciones de los Rolling, y niñas en minifalda”

Al margen de que los Rolling tendrían que ser los Stones, ya se ve que el "papá" de la canción es un señor que explica batallitas nostálgicas de buenos y malos. Fascistas y policías contra estudiantes. Ah, de entrada, ya se ve que en los sesenta sí que podía haber buenos y malos y que la protesta y la lucha en la calle no era ETA. Era "dulce guerrilla urbana".

Pero Serrano sigue:

“Papá cuéntame otra vez todo lo que os divertisteis 
Estropeando la vejez a oxidados dictadores
Y como cantaste Al Vent y ocupasteis la Sorbona 
En aquel mayo francés en los días de vino y rosas”

¡Aja! La generación de mayo del 68, que ha ocupado (y en gran parte todavía ocupa) el poder, hizo su revolución de las sonrisas y, vale, no hizo caer a Franco, pero el abuelo lo debió pasar mal. Hombre. No debieron ser tantos porque Franco murió en la cama, porque más de 40 años después todavía descansa en paz y lo dejó todo "atado y bien atado". Y hombre, entonces podías cantar Al vent, que la cosa catalana caía simpática. Hasta que lo dejó de ser.

Más papá:

“Papá cuéntame otra vez esa historia tan bonita 
De aquel guerrillero loco que mataron en Bolivia
Y cuyo fusil ya nadie se atrevió a tomar de nuevo
Y como desde aquel día todo parece más feo”

Ah, amigos. Claro. Aquí la única revolución la hicieron ellos. La única revolución buena la hicieron los instalados. Los que por edad los tocó ocupar lugares de poder en la Transición. En la política, en la universidad, en los medios de comunicación. Y que, en buena parte, siguen allí dando lecciones. "Cuyo fusil ya nadie se atrevió a coger de nuevo". "Y como desde aquel día todo parece más feo". Esta generación que hizo la Transición, que ocupó lugares de poder y que construyeron la democracia, pero hizo de tapón, se ha cobrado los servicios prestados, se cree con el monopolio de la verdad absoluta y no ha querido perder el privilegio económico y del mito, cuando otros han cogido el fusil. El metafórico, no el de Pablo Casado.

Es esta generación, que tuvo derecho a equivocarse, la que no deja equivocarse a sus hijos porque con ellos llegó al final de la historia

“Papá cuéntame otra vez que tras tanta barricada 
Y tras tanto puño en alto y tanta sangre derramada
Al final de la partida no pudisteis hacer nada
Y bajo los adoquines no había arena de playa”

Claro, hicieron lo que pudieron. La Transición fue un pacto, que ahora no se puede superar. Está cerrado. Es esta generación, que tuvo derecho a equivocarse, la que no deja equivocarse a sus hijos porque con ellos llegó al final de la historia. Es una parte de esta generación, la que desde la política, el periodismo y la universidad ha creado opinión pública con superioridad moral, la que más se ha opuesto a los cambios que sus hijos han reivindicado. Son los que encuentran que el 15-M es un peligro que viene de Venezuela y el 11-S unos adoctrinados por TV3. Son los que dan lecciones porque cuando ellos tomaban partido por la izquierda era un hecho natural que no se contradecía con la honestidad profesional, pero que ahora aleccionan que tomar partido tiene que ser sinónimo de arruinar una carrera.

Aquí la canción da un giro. Por fin aparece la ironía y la amargura:

“Fue muy dura la derrota, todo lo que se soñaba 
Se pudrió en los rincones, se cubrió de telarañas
Y ya nadie canta Al Vent, ya no hay locos ya no hay parias
Pero tiene que llover aún sigue sucia la plaza”

“Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis
Que lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París
Sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual
Las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más”

Pues sí. El sistema, su obra, tiene telarañas. Aluminosis. Pero no quieren hacer limpieza. Son sus malditas telarañas y antes prefieren que les caiga la casa encima. “Las hostias siguen cayendo sobre quien habla de más”. Sobre Valtònyc. Sobre Hasél. Sobre Nahuel. Sobre Adrià Carrasco. ¿Y qué hacen aquellos progres de la superioridad moral? Nada. Porque su obra es impecable. Porque sería admitir una derrota. Sería admitir la derrota del mito que han construido y sobre lo que han vivido. Y se equivocan. Nadie dice que la lucha de una generación no haya servido de nada. Pero otros tienen ahora el derecho de equivocarse. Lo tenían en 1997 y todavía es más urgente equivocarse 20 años después. "Entre la indignación y la vergüenza ante la violencia policial en Catalunya", tuiteó Serrano, que ha defendido el derecho a decidir de los catalanes, el mediodía del 1-O. Afortunadamente, ya hay quien se equivoca. Aquí, pero también allí. A pesar de que de manera menos hegemónica, ante la resistencia numantina. Por mucho que quieran, la historia no se ha acabado.