Gretchen Reynolds es autora de un libro que asegura que con veinte minutos de cardio al día es suficiente para tener buena salud. En su última columna en el New York Times se hace eco de un estudio que concluye que las personas que hacen ejercicio con regularidad y, por tanto, están en forma, tienden a beber más alcohol. Caramba. El estudio, realizado en Estados Unidos, eso sí, revela que hombres y mujeres activos y en forma tienen, atención, más del doble de probabilidades de ser bebedores regulares o excesivos que las personas que no están en forma. Quizás por eso, el estudio, publicado por la revista Medicine & Science in Sports & Exercise, se titula "¿En forma y borracho?".

El caso es que los participantes del estudio visitaron la Clínica Cooper en Texas para hacerse revisiones anuales y, como parte de estos exámenes, completaron pruebas en caminadores y extensos cuestionarios sobre sus hábitos de ejercicio y bebida. Y ha resultado que, como ya habían concluido estudios anteriores, cuanto más en forma está la gente, más bebe.

El estudio demuestra una asociación entre el estado físico y la ingesta de alcohol, no que hacer ejercicio provoque beber alcohol

¿Qué explicación puede tener esto? ¿Es que el deporte nos lleva a beber más? Es raro, porque a lo largo de la vida, sobre todo de adolescentes y jóvenes, mucha gente deja las ligas deportivas que se juegan el domingo por la mañana porque son incompatibles con la fiesta del sábado por la noche. Quizás la explicación es que la mayoría de participantes en el estudio eran norteamericanos blancos y ricos, que tienen tiempo para todo. Para hacer deporte y para beber. No lo sé. Y, además, el estudio demuestra una asociación entre el estado físico y la ingesta de alcohol, no que hacer ejercicio provoque beber alcohol. Es lo que llaman falacia de la causa falsa: oigo cantar el gallo y sale el sol, por lo tanto, el gallo hace salir el sol. No podemos concluir que A cause B sólo porque A ocurre antes que B. Es lo que en latín se llama post hoc ergo propter hoc.

Probablemente, lo que ocurre está relacionado con aspectos sociales. Momentos en los que se comparten cervezas con compañeros de equipo después de un entrenamiento o de un partido. En el rugby, por ejemplo, está el tercer tiempo, en el que los jugadores rivales comparten una cerveza. Y, los fines de semana por la mañana, es fácil ver grupos de ciclistas ―de carretera o de montaña― desayunando un gran bocadillo delante de una formidable cerveza. Y la barriga que le acompaña, a veces. Además, existe lo que se llama halo de salud. Es decir, creemos que el esfuerzo físico justifica una cerveza. Pero también puede que, a quien le guste beber cerveza, sienta la necesidad de hacer deporte para limitar sus consecuencias. Es esa reacción de las mañanas de resaca o los propósitos del 1 de enero. ¿Quizás entonces es B lo que causa A?

Vete a saber. Lo que sí demuestran algunos estudios en animales es que tanto el ejercicio como el alcohol estimulan partes del cerebro relacionadas con la recompensa. Lo que vendría a decir que, si podemos, queremos una doble recompensa. En Catalunya, con la pandemia, hacer deporte al aire libre se ha convertido en una recompensa de las pocas que hemos tenido en tiempos de confinamientos totales, municipales, comarcales, regionales y nacionales. Lo que siempre es mejor que intentar ahogar en un whisky on the rocks las penas de la prórroga del toque de queda que ninguna autoridad con un 1% de la valentía de Macron nos ha anunciado, el precio de los test de antígenos, los gobiernos de izquierdas que no ayudan como Dios (o Keynes) manda a ningún sector afectado por las restricciones o unos reyes no lo suficientemente magos como para evitar llevar mascarilla.