La guerra de Crimea enfrentó, entre 1853 y 1856, a una parte del Imperio Otomano, Gran Bretaña y Francia contra Rusia. Mandaron al matadero, como tantas otras veces en la historia, a miles de personas. Soldados jóvenes que fallecieron, principalmente, por desnutrición, enfermedades y un deficiente tratamiento sanitario. De hecho, en esa guerra hubo una sola heroína. O unas cuantas heroínas, encabezadas por Florence Nightingale. Nacida en Florencia ―de ahí su nombre― de padres británicos, estudió enfermería a pesar de la oposición de su familia, y cuando estalló la guerra, reclutó a 40 enfermeras para atender a los heridos en las afueras de Estambul. Allí le pusieron el apodo de la dama de la lámpara, por sus guardias nocturnas con una luz a mano por si alguien la necesitaba. Durante el primer verano de Florence en Scutari, unos 4.000 soldados murieron por enfermedades como el tifus, la fiebre tifoidea, el cólera o la disentería. Más que por heridas en el campo de batalla, los soldados morían por las nefastas condiciones higiénicas. Y ella logró el permiso de la reina para imponer mejoras drásticas en las condiciones higiénicas. Cosas aparentemente tan sencillas como airear y limpiar a fondo las salas de hospitalización, lavar a los pacientes, cambiar las sábanas o preparar comida sana, que salvaban vidas. Éste es su legado. La higiene salva vidas, sí. La pandemia nos ha hecho ser conscientes de la importancia de lavarse las manos, de airear los espacios o de la desinfección de superficies. Y casi dos siglos después, las enfermeras han vuelto a ser heroínas. Las mismas que se manifiestan pidiendo mejores condiciones laborales y un trato digno. Enfermeras que seguro que prefieren esto que los premios y reconocimientos. Para no tener que irse.

Casi dos siglos después de la guerra de Crimea, la humanidad ha sido capaz de encontrar unas vacunas en un tiempo récord y las medidas de higiene implantadas por Florence Nightingale en aquel conflicto, han vuelto a salvar vidas, pero seguimos teniendo la manía de hacer la guerra y matarnos

Curiosamente, las enfermeras han sido portada de los periódicos esta semana, coincidiendo con titulares del estilo “Macron advierte a Moscú de que un ataque contra Ucrania tendrá consecuencias muy elevadas”. O "Rusia hace ejercicios con aviones de combate en Crimea". Efectivamente, aunque se hable de desescalada, suenan tambores de guerra en Ucrania. Casi dos siglos después de la guerra de Crimea, la humanidad ha sido capaz de encontrar unas vacunas en un tiempo récord y las medidas de higiene implantadas por Florence Nightingale en aquel conflicto, han vuelto a salvar vidas. Pero casi dos siglos después seguimos teniendo la manía de hacer la guerra y matarnos.

En estos casos, siempre es mejor acudir a los clásicos. A ese filósofo francés que lucía el 7 en la camiseta del Manchester United y que jugaba con el cuello levantado: “Para los dioses, nosotros somos como moscas para los niños. Nos matan para distraerse. Pronto, la ciencia no sólo será capaz de frenar el envejecimiento de las células, sino que las arreglará y pasaremos a ser eternos. Sólo los accidentes, crímenes y guerras podrán matarnos. Pero desafortunadamente, los crímenes y las guerras se multiplicarán”. Quizás lo explica más intelectualmente Yuval Noah Harari. Pero el historiador israelí no puede acabar sus discursos con un “amo el fútbol”…