Los presos independentistas que fueron consellers han vuelto al Parlament, desde Lledoners y Puig de les Basses, para comparecer en la comisión del 155. Marta Rovira, secretaria general de ERC en el exilio de Ginebra, ha dado una entrevista a Jordi Basté. El Departament de Justícia ha dado permiso para grabar entrevistas televisadas a Oriol Junqueras, Raül Romeva y Jordi Turull. Por lo tanto, esta semana hemos oído, y oiremos, algunas voces que, sea por la distancia del exilio, sea por la cárcel, hemos escuchado muy poco desde noviembre de 2017, primero, y desde marzo de 2018 en el caso de Marta Rovira y Jordi Turull, después.

Y no las hemos oído, más allá del juicio del Supremo, porque ha habido la voluntad, más o menos explícita, desde la judicatura, pero también desde la política, de decapitar a todos los responsables políticos ―y sociales― que hubieran tenido un papel en los hechos de octubre del 17. Prisión y exilio, sí, pero, sobre todo, inhabilitación. Lo hemos vuelto a recordar a esta semana con el caso de Quim Torra y los diferentes vetos a la presidencia, desde Carles Puigdemont, pasando por Jordi Sànchez y Jordi Turull. Y ha quedado claro en el Supremo, con las inhabilitaciones de todo el Govern. El éxito del deep state, sin embargo, no ha sido total y, por ejemplo, Puigdemont sigue sin ser inhabilitado y, a pesar de la prisión y la inhabilitación y el exilio, en ERC mantienen la presidencia y la secretaría general en las mismas manos.

Sin redes sociales, la política de la inmediatez se sustituye por la reflexión. Y la distancia, la perspectiva y la reflexión son mejores aliados para la lucidez que la obsesión, el regate corto y la taquicardia de los 140 o los 280 caracteres

Escuchar las voces que hemos escuchado, y escucharemos, la misma semana en que se ha visto la imagen más cruda de la división entre ERC y Junts per Catalunya en el Parlament, con unos consellers aplaudiendo en pie al president y los otros sentados, ha hecho muy evidente la distancia entre los antiguos líderes y los actuales. No se trata de menospreciar ni alabar a nadie. Al fin y al cabo, forma parte de la condición humana aquello de cualquier pasado fue mejor. El problema no es ese. El problema es que ni en el mundo convergente, ni en ERC, ni en el Govern ha habido, en realidad, un relevo de dirigentes. Porque si las decisiones de quienes han tomado el relevo del día a día en los partidos y en el Govern están condicionadas siempre al exilio o la cárcel, nunca tendrán suficiente autoridad. En esto, les irán bien las elecciones a estos dos espacios. Si es que después hay un relevo de verdad, claro.

Por lo tanto, hay dos motivos por los que presos y exiliados tienen a menudo un discurso más nítido, como hemos visto con Marta Rovira y como hemos visto en el Parlament, por ejemplo, con Jordi Turull. Ambos motivos son que los dirigentes de octubre del 17 no han cedido del todo el relevo y que no han cedido la autoridad. Pero hay una tercera, que cualquiera que haya visitado el exilio y la cárcel puede apreciar. La distancia del exilio, da perspectiva. Y el aislamiento de la prisión tiene una virtud: no hay Twitter. Este gran drama de la política del siglo XXI. Y sin redes sociales, la política de la inmediatez se sustituye por la reflexión. Y la distancia, la perspectiva y la reflexión son mejores aliados para la lucidez que la obsesión, el regate corto y la taquicardia de los 140 o los 280 caracteres. Lo deberían probar. Hacer dieta de Twitter. Quizás no consigan sus objetivos, pero vivirán más tranquilos. Y, lo que es mejor, los ciudadanos también.