No llega a ser como Leire Pajín o Ana Mato, pero poco le falta. No la salva el hecho de ser médico de profesión, porque una carrera no es profilaxis segura contra la estulticia, la desmemoria o la frivolidad. En este caso, esto último y un cierto grado de infantilismo que comparte con su jefa de filas, la inefable Yolanda Díaz, se pueden achacar a la ministra de Sanidad, Mónica García, la del “suerte en la vida”.

La expresión es su respuesta a la pregunta de los periodistas sobre la eventual negativa de la Comunidad de Madrid a hacer obligatoria la mascarilla en sus centros de salud según lo ordenado por el ministerio. Y de la expresión se deduce la falta de autoridad de quien ostenta el mando, que parece no tener capacidad conminatoria, o que expresa con este rifirrafe la persistente lucha simbólica entre el PP y el Gobierno que aquel tacha de ilegítimo, o tal vez aún más, la que siguen librando la presidenta Ayuso y quien fue durante años significada oposición en la Asamblea de Madrid.

A quienes nos deben desear “suerte en la vida” es a cuantos sufrimos a menudo la falta de sentido político profundo de los protagonistas de la acción política

Que en tiempos de virus, espacios cerrados por el frío y bajada generalizada de defensas es mejor llevar la mascarilla en ambientes donde la salud se pueda ver más o menos comprometida es una obviedad. Que la medida debería ser tomada en cada comunidad autónoma teniendo en cuenta sus circunstancias concretas, creo que también. Que en todo caso el diálogo y el acuerdo sobre qué sea mejor para el bienestar de la gente debería estar por encima de las rencillas políticas de partido, parece tan deseable como imposible.

Algo parecido está sucediendo con el escándalo propiciado por la reclamación de Junts al gobierno español de que obligue a las empresas que marcharon de Catalunya durante los días revueltos de 2017, a cumplir la ley de sociedades, que exige a las que tengan su actividad mayoritaria en España en una determinada ciudad a tener en ella su domicilio fiscal. Tiene gracia que sea Junts quien reclame el cumplimiento de la ley, cuando en aquellos días de manera tan explícita la consideraba algo que podía saltarse a discreción. Pero también resulta patética la actitud de todos los partidos de obediencia estatal, que en este caso no han puesto el grito en el cielo por tan flagrante irregularidad.

En el PSOE la venta de principios por un puñado de votos no ha podido tener ya más comentarios, pero de colofón tenemos estos días al PP pidiendo disolver partidos en los que haya habido sentencias condenatorias por corrupción cuando es ese hasta la fecha el único partido en el que ese tipo de condena se ha producido.

Por todo ello y por tantas otras ocasiones en que sospechamos que nos toman por tontos, o aún peor, que los tontos son ellos, a quienes nos deben desear “suerte en la vida” es a cuantos sufrimos a menudo la falta de sentido político profundo de los protagonistas de la acción política.