“No estoy tan desprovisto de aptitudes como para tenerme que dedicar a la política.”
Anatole France
Hay un grupo de alcaldes catalanes que han llegado a la conclusión de que sería buena cosa ocuparse de las cosas del comer que suceden en sus municipios. Son cargos de Junts y pretenden hacerle ver a Puigdemont que en las elecciones se van a jugar muchos votos en cuestiones que los ciudadanos consideran importantes para su día a día, que ahora mismo están enterradas en otros discursos de recorrido casi universal y que no les resuelven las habichuelas ni, obviamente, los votos. Ultraderecha, rugirán algunos. Pragmatismo, dirán otros. Es difícil tapar con ideología todo lo que se está gripando. Peor aún, porque si lo tapas con ideología, la gente se apuntará a aquella que les dice que tiene una solución fácil, aunque no sea cierta.
La cuestión es que gran parte de la ciudadanía de los rincones más diversos está empezando a considerar que lo que funcionaba ya no funciona y, además, que no se plantean soluciones, así sean diversas y discutibles, sino que la opción principal pasa por negar las evidencias. Ahí tienen el tema de la protección de las mujeres amenazadas por sus maltratadores. Existe constancia fehaciente de que los jueces al cargo, los presidentes de Audiencia, el CGPJ, la Fiscalía y las policías encargadas avisaron de los problemas que daban las pulseras contratadas por Irene Montero. No cabe racionalmente ninguna duda de que el cambio de sistema —¿para evitar un proveedor israelí?— perjudicó a las mujeres protegidas y favoreció a los maltratadores, que, en algunos casos, fueron absueltos de quebrantamientos de medida al no poder presentarse como prueba los datos perdidos de las pulseras. Pues nada, que el gobierno respalda a la ministra y que todo es un bulo. "Una pequeña investigación", pide la Díaz. ¿Sabemos ya qué quiere decir eso? Quiere decir que por más pruebas que se pongan sobre la mesa y por más que todos veamos que la excusa va desnuda, no va a servir para nada. Ese es el gobierno que se sostiene sin apoyarse, porque no tiene apoyos.
Todo se va poquito a poquito al garete. "Váyase un poquito a la mierda", le ha dicho Pablo Iglesias a Junts. Y a lo mejor lo que se va a tan maloliente lugar es el bienestar al que los ciudadanos están acostumbrados. La coordinación y prevención de los incendios forestales —las competencias son buena coartada—; la alta velocidad, que se ha vuelto de impredecible y por ende lentísima; los cercanías que cada vez nos pillan más lejos; las estaciones de tren, los controles aeroportuarios, los apagones imposibles que quedan inexplicados, la vivienda inaccesible, el salario mínimo vital que no llega a donde debe —Escrivá dixit—, las prostitutas con empleo público, las mordidas, los bandazos en política exterior por intereses que tal vez no sean los de todos, el afianzamiento de las grandes mafias en la Península y nadie da explicaciones. Nadie es responsable. El gobierno se comporta como si la gobernanza fuera una rueda sometida a los avatares inciertos del destino, en la que las consecuencias son una fuerza indomeñable que no concierne a nadie en particular. Es lo que tiene arrumbar a los capaces y endiosar a los pelotas. Quien se rodea de mediocres no puede ser sino un mediocre él mismo.
¿Quién va a acabar con este calvario de ineficiencia, Podemos o Junts?
No soy partidaria de que Catalunya asuma competencias en inmigración, pero sí de que la inmigración se analice y se gestione con competencia. Es la inepcia la que nos devora. Es de la ineptitud —de que no se arregle nada, de que todo consista en enfrentarse al de enfrente sin que se vean mejoras— de lo que está hartísima la gente. Tan harta que algunos se están echando en brazos de una ultraderecha que les engatusa como si fueran vendedores de crecepelo. ¿No sería un magnífico muro, para frenar el avance de los populistas ultra, afrontar en serio los problemas y ofrecer soluciones realistas y respetuosas con los derechos humanos y los pilares de una democracia liberal? Si el plan principal de Pedro Sánchez era no dejar pasar a los de Vox, le está saliendo redondo. Sucede que el plan, como siempre, era él mismo, y a él le viene estupendamente lo que está pasando.
Nos bastaría con volver a pensar en el interés general y con tener políticos capaces de gestionar y de ocuparse de los problemas de su negociado, además de la voluntad de servicio suficiente para entender que las acciones políticas no se rigen por su rédito propagandístico, sino por su capacidad de mejorar de verdad las cosas.
Lo cojonudo es que los ineptos sean intocables, que si ellos no quieren asumir las consecuencias de su desidia o sus errores, todo quede en nada. Que un férreo juego de intereses a múltiples bandas, opuestas y hasta irreconciliables, les otorgue el suficiente equilibrio como para seguir adelante sin explicaciones, sin razones, sin responsabilidad alguna. Es un peligro porque la realidad siempre acaba ganando. Díganselo a las mujeres que han estado y están en riesgo por hacer una contratación absurda y puede que ideológica y por negarse después a oír a quienes denunciaban lo que sucedía. Y ya veremos qué pasa al perder la inteligencia del Mossad sobre yihadismo. Así todo.
Hace unos meses me preguntaba en este mismo espacio quién será el último que se quede apoyando la persistencia vacua de tamaña ineptitud. O, lo que es lo mismo, ¿quién va a acabar con este calvario de ineficiencia, Podemos o Junts? A lo mejor de eso quieren hablar en Waterloo esos alcaldes…