En el día de ayer se nos informaba sobre la actualización de datos relativos a los casos registrados de violencia de género. Unas cifras que se nos muestran con la intención, según el Ministerio de Igualdad, de generar conciencia, de sensibilizar, y en definitiva, de educar a la sociedad. Si miramos los datos, el número de mujeres asesinadas dentro de lo que se considera el ámbito de la violencia de género, desde comienzos del año 2003 hasta ahora, es de 1.253. 

Esta semana hemos conocido otro caso más en el que el hombre, ha asesinado, supuestamente, a sus propios hijos y a su pareja para después, suicidarse. Viendo estas desgarradoras noticias, no he podido dejar de pensar, constantemente, en el hecho de que en este caso de violencia considerada vicaria, que es la que se ejerce sobre los hijos para aumentar el dolor sobre la pareja, también estamos hablando de los hijos del supuesto asesino. Un elemento que me parece fundamental y clave, y del que no se suele hacer mención. Se señala el hecho de que ha matado a los hijos de la mujer, para hacerle un evidente e insufrible daño, pero del detalle de que está acabando con la vida de sus propios hijos, por alguna razón que se me escapa, no se habla en absoluto. 

Machismo, xenofobia, clasismo, son males endémicos que corroen nuestras sociedades

Llevo tiempo dándole muchas vueltas al enfoque que, desde ciertas posturas denominadas “feministas” se está dando a la violencia que estamos sufriendo. No pongo en duda el carácter machista, esa concepción sociocultural que tenemos que ir, entre todos, eliminando. Por ser todavía rémora de una forma de entender el mundo que nos debería resultar muy lejana y que, por desgracia, yo cada vez veo más presente. Especialmente entre los adolescentes. Cualquier tipo de discriminación debería abordarse desde todos los planos en los que la socialización tiene lugar. Ámbito doméstico, educativo, e incluso cívico. No me cabe ninguna duda. Es fundamental educarnos, todos, en un clima de respeto, de eliminación de las humillaciones, de las consideraciones de superioridad, y de la necesidad de imponerse sobre alguien por la razón que sea. Machismo, xenofobia, clasismo, son males endémicos que corroen nuestras sociedades. Sin embargo, me temo que detrás de tanta violencia, de tanto crimen y de tanta aberración, hay algo más que machismo. Decir esto no es sencillo, porque ahora, en la mínima situación en la que te atreves a comentar, a ampliar el foco, cae sobre ti el enorme “sambenito” de “negacionista”. Y para de contar. Ya no se puede hablar de nada, ni se puede aportar una opinión. 

Vaya por delante que no niego el machismo, no niego su vertiente violenta y asesina como última expresión salvaje. Pero me resisto a quedarme ahí cuando contemplo a una sociedad enferma. Una sociedad absolutamente desquiciada. Y estoy convencida de que tenemos un problema de salud generalizado. Especialmente, de salud mental, y de eso no se habla, en mi opinión, como se debería. Una persona que mata a sus hijos, a su pareja, y después se suicida, además de ser machista, tiene un problema serio. Estaremos de acuerdo en que alguien en su sano juicio no se plantearía semejante cosa. Y cada vez más, observamos el aumento de las cifras de crímenes realmente desgarradores. Esta misma semana, una noticia terrible y tremenda, nos llegaba desde Asturias. No entraré en detalles, pero se informaba de un hombre de 46 que habría, supuestamente, decapitado a su propio padre, y se habría paseado semidesnudo con la cabeza de su progenitor entre las manos, lanzándola a los coches que pasaban. Son casos realmente extremos. No cabe duda. Pero si miramos las cifras, si nos asomamos a observar cómo evoluciona la salud mental entre nosotros, nos daremos cuenta de que algo está pasando. Algo grave y que requiere de una intervención urgente. 

Las medidas tomadas durante la llamada pandemia, de carácter absolutamente salvaje, han generado infinidad de problemas de salud mental que, en no pocos casos, serán arrastrados de por vida. Han sumido en la soledad a personas que necesitaban compañía, han llenado de miedos muchísimas cabezas, de odio muchos corazones, de sinsentido a una sociedad bombardeada por desinformación oficial. Se aumenta la tensión con los conflictos, con las guerras, con el terrorismo que nos acecha constantemente, con el temor de una nueva enfermedad, del miedo a la muerte (propia y de los nuestros), a enfermedades. A crisis, a falta de recursos, a cierre de negocios. Conozco ya demasiados casos de muertes jóvenes sin explicación aparente. Conozco rupturas familiares, enfrentamientos personales, angustia, terror, y demasiada medicación para tratar de paliar lo que se debería hacer con compañía, con acompañamiento, con escucha y con seguimiento profesional en su caso. El problema que tenemos entre manos es de una magnitud inimaginable. Y no se atiende desde la salud pública como debiera. Las listas de espera, la falta de cuidado, y los protocolos necesarios para abordar la enfermedad mental de un ser querido, hacen que la situación se deteriore, que los familiares se derrumben y que la convivencia sea imposible. Hasta que no hay una desgracia, en la mayoría de los casos no hay nada que hacer a nivel burocrático ni de intervención. Las familias de personas con problemas de salud mental se sienten solas, absolutamente incomprendidas, y en no pocos casos, también hundidas, llevándolas a desarrollar otro tipo de enfermedades asociadas a la depresión, ansiedad, angustia. 

La violencia es una señal inequívoca de que el sistema está agonizando

He consultado con distintos trabajadores de diferentes servicios de atención a la ciudadanía (policías, médicos, profesores), y todos coinciden en que perciben a la sociedad muchísimo más alterada que antes. Agresividad, falta de conexión y de empatía, reacciones realmente sobrepasadas, que antes no se veían con tanta frecuencia. Aumentan los casos de medicación en menores, supuestamente deprimidos, supuestamente ansiosos. Unos cuadros que antes se consideraban normales en la edad, y que con actividad, amigos y cariño, solían transcurrir, en la mayoría de los casos, como una parte de la etapa de maduración. Ahora ya no. No hay amigos más allá de los chats de una pantalla, no hay deporte, no hay compañía. Hay soledad, y mucho postureo. Y pastillas para calmar esa sensación incómoda. 

Más allá de analizar las cifras y el enorme aumento de los casos de violencia de género, no estaría mal estudiar cómo nos encontramos a nivel colectivo. Qué está sucediendo para que vivamos en un entorno cada vez más desquiciado, más egoísta, más solitario y más oscuro. La violencia es una señal inequívoca de que el sistema está agonizando. Y se desarrolla en distintos ámbitos, donde la actuación para frenarlo está resultando ineficaz. Nos falta educación emocional, nos falta un contenido de calidad en los medios de comunicación, una conciencia colectiva por el respeto a los demás, a la ley natural, a lo esencial del ser humano. Pero seguimos constantemente viendo imágenes atroces de barbaridades en Gaza, en Ucrania, o en las pateras que llegan a nuestras costas. Vemos constantemente noticias brutales que se nos quedan grabadas en el alma. Y hasta cierto punto, habría que pensar si en una mente enferma, este tipo de información constante, no puede suponer un empujón en lugar de una manera de frenar sus impulsos. 

Está claro que lo que se viene haciendo no funciona. A la vista está. Y para eso bien sirven los datos. Piense por un momento en cuántas personas de su entorno están sufriendo problemas de salud mental. Analice el trato que están recibiendo, y pregúntese si realmente se está haciendo por parte del sistema lo que es necesario hacer: con inversión y compromiso, estoy segura de que entre todos, podríamos avanzar en un mundo sin violencia, más sanos, más humanos. Aunque me temo que siendo así, algunos negocios podrían truncarse. Y es que nos quieren enfermos, nos quieren atemorizados, nos quieren sometidos, violentos y pagando