Juan XXIII fue aparentemente un papa bondadoso con un pontificado corto de menos de 5 años, pero su visión geoestratégica, su incansable misión y las aptitudes negociadoras lo coronaron como el papa de la paz. Guerra fría, misiles de Cuba, desarme y la fuerza para convocar un concilio mundial. Estas etiquetas de papa sencillo que coloca la historia, cada vez son más inadecuadas. También se le atribuye a Juan Pablo I, a Juan Pablo II, y al papa Francisco de manera imprecisa. Un papa sencillo no es un papa ingenuo, borrego o panoli. Es un papa confiado, candoroso y bueno, que no es lo mismo que ser incauto o acrítico.

En el contexto del "papa bueno" (Angelo Giuseppe Roncalli es papa entre 1958 y 1963). Fue el papa 261 de la historia. Él era consciente de que si la vida se basa en equilibrios y fuerzas militares, la paz se resiste a instalarse. Cuando hay confianza recíproca y la fuerza de las armas queda sustituida por una "solidaridad activa", el mundo es mejor. El papa Juan XXIII se esforzó en hablar de la paz y se posicionó —como han hecho todos sus predecesores— contra la guerra.

Escribía textos claros y elocuentes como este: "La justicia, la recta razón y el sentido de la dignidad humana exigen urgentemente que cese ya la carrera de armamentos; que, de una banda y de la otra, las naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas; que, finalmente, todos los pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme simultáneo, controlado por mutuas y garantías eficaces. No se tiene que permitir que la tragedia de una guerra mundial, con las ruinas económicas y sociales y las aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la humanidad". Este líder lo escribía el 11 de abril de 1963, pero esta carrera de armamentos y esta lógica de la guerra no cesa, sino que se multiplica.

Un papa sencillo no es un papa ingenuo, borrego o panoli. Es un papa confiado, candoroso y bueno, que no es lo mismo que ser incauto o acrítico

El papa sabía que era un hombre de gobierno y que hablaba a grandes dirigentes mundiales, pero al mismo tiempo apelaba a las conciencias, a la de cualquier persona:

"Todo el mundo tiene que convencerse de que ni el cese en la carrera de armamento, ni la reducción de las armas, ni, lo que es fundamental, el desarme general, son posibles si este desarme no es absolutamente completo y si no se esfuerzan todos por colaborar cordial y sinceramente a eliminar de los corazones el temor y la angustiante perspectiva de la guerra".

Para él, el objetivo de una paz internacional real y constante, no basada en fuerzas militares, sino en confianza, era un objetivo "asequible" y una "exigencia" dictada por las normas de la recta razón y por la verdad, la justicia y la solidaridad activa era deseable en sí misma.

El papa anterior, Pío XII, también lo había repetido ante la funesta acción de la guerra: "Nada se pierde con la paz, todo se puede perder, con la guerra".