Un torpe PP ha hundido el trabajo de años y años para consolidar un prestigio moderno hacia la Guardia Civil.

La España rural pobre e ignorante del siglo XIX con el pegar y reprimir sistemático, el crimen de Cuenca del año 1910 donde, gracias a la tortura, unos inocentes se declararon culpables de un crimen que nunca existió, los gitanos y la Guardia Civil con la poesía denunciadora de Federico Garcia Lorca o la violencia ejecutante órdenes de gobiernos de todo tipo de la Restauración o la Dictadura del General Primo de Rivera es un hecho innegable de la historia de España.

Más allá del pensamiento de Franco de suprimir la Benemérita por una actuación no unánime con los golpistas facciosos del 18 de julio de 1936, la Guardia Civil fue la verdadera policía militar del franquismo, usada con criterios cuarteleros. Temida, como decía Maquiavel, pero nunca querida durante la larga Dictadura.

La democracia tenía que cambiar este despropósito.

Cuando el golpe de Estado nostálgico y esperpéntico del teniente Coronel Tejero el 23-F de 1981, con la vergonzosa imagen por el Estado de ver números del cuerpo armado saltando por las ventanas de las Corts Españolas, se planteó otra vez el ser o no ser de la institución. Los socialistas al llegar al gobierno español especularon otra vez en este hecho, hasta que descubrieron la eficacia del cuerpo. No concretemos el cómo y el por qué, se tendría que hablar de unos tiempos enloquecidos por el tema vasco y todavía el uso criminal del gobierno de Felipe González y la ignorada X de los GAL, que a los asesinatos de ETA respondió con la guerra sucia y otros asesinatos hechos desde el Estado.

El prestigio del cuerpo se resintió, más todavía con el conocimiento de la fatídica cuneta y el entierro con cal de Lasa y Zavala, aunque eran unos pocos los miembros de la Guardia Civil los que habían participado en la guerra sucia y, se tiene que saber, con la condena de la mayoría de ellos.

La Guardia Civil de ayer poco tiene que ver con la del presente. Los números provenían y provienen de zonas rurales y y urbanas, más de las segundas que des las primeras, el mundo rural hoy no es un mundo aislado, ni mucho menos, los guardias tienen una formación académica y profesional propia de los tiempos actuales. No viven aislados de la población en casas-cuarteles, se informan del mundo que los rodea y viven en un contexto general de modernidad en un Estado de la Europa Occidental.

Como en toda amplia colectividad hay siempre quien añora el ayer, el poder ejercer temor y violencia sin límite, pero éstos reciben la mirada crítica de sus propios compañeros y a menudo la repulsa.

Una policía militar hoy es un anacronismo. Lo sabe España y la Unión Europea. Por eso se deja la seguridad más común a la policía. La Guardia Civil está para el control de las fronteras, el crimen organizado, la lucha contra el terrorismo, etc, hecho que evita la fricción con la vida diaria de la población.

Se ha hecho lo imposible para cambiar la imagen del cuerpo armado, desde el tricornio medio olvidado hasta todo lo que se ha considerado útil para acercar el cuerpo a la población, eso sí, siempre con los límites propios de partidos patrióticos como|cómo son PP o PSOE. Desde fiestas deportivas y de las más variadas, incluso infantiles, hasta la participación en todo tipo de campañas de solidaridad y de ayuda y todo lo inimaginable para potenciar una visión próxima de la Benemérita.

Ahora todo se ha hundido como un castillo de cartas. La falta de separación de poderes ha hecho coincidir jueces, fiscales y el gobierno del PP. En tiempo de chapuceros dirigentes la Guardia Civil tiene que hacer efectivas las órdenes recibidas, decisiones que se condenan en Hungría o Turquía, el pollo por el cuerpo armado.

Su prestigio por el suelo, la Guardia Civil vista otra vez, como tantas veces en la historia, como un ente represor lejos de la gente, del diálogo, de la convivencia, de ser un cuerpo de protección. Ellos no son los culpables. Quien ha conseguido tal locura es la política del PP, con el silencio cómplice del PSOE y la caverna mediática tirando proclamas incendiarias y atizando bajas pasiones.